viernes, 4 de mayo de 2012

La odisea de las palomas [por Gonzalo Robles Fantini]

5/04/2012 06:43:00 a. m.
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La odisea de las palomas

Astrid Fugellie es una destacada poeta chilena, de larga y reconocida trayectoria, que comenzó publicando en su ciudad natal, Punta Arenas. En “La Generación de las Palomas”, editado por primera vez por La Trastienda en octubre de 2005, aborda la historia personal y colectiva de la generación a la cual pertenece, haciendo una revisión muy íntima tanto de su biografía como de los hechos históricos que marcaron a una serie de escritores, poetas, y personas en general que compartieron vivencias muchas veces traumáticas, pero que dejaron huella en la literatura nacional y que, de un modo u otro, determinaron el curso de la historia de Chile y de Astrid en particular, donde no escapan, en palabras de Raúl Zurita, “las grandes representaciones”, como los tópicos de cultura, política, economía y todos los hitos que hoy nos definen como país.

Este libro está estructurado en 21 testimonios, como breves capítulos de pocos poemas cada uno. Cada testimonio es precedido por elegidos versos, que siempre contienen una enumeración poética, y a la vez son presagio del testimonio que antecede, como una suerte de inventario de sentido que se desarrollará en los versos siguientes.

Cada poema, que inicia en una página par, cuenta con un verso introductorio al pié de la página impar, que destaca por la fuerza y carácter sucinto, la mayor de las veces una unidad poética en sí misma, de gran ingenio y originalidad.

La fuerza de los poemas de Fugellie- tal como advierte Raúl Zurita- radican en una poética original y sencilla, sin alteraciones abruptas en el tono del hablante lírico, de gran concisión semántica, con figuras retóricas que, más que apelar a y imágenes llamativas que se sucedan en contraste al interior del poema, funcionan desde una mirada muy subjetiva, un punto de vista particular que orienta las narraciones o descripciones, lo cual establece un sistema de significados coherente tanto al testimonio en particular como a la obra completa, tal como apunta el Premio Nacional de Literatura en el prólogo, esa “cara oculta del mundo que no había sido antes revelada”.

Al leer los primeros poemas de “La Generación de las Palomas” ya se advierte su fuerza poética, y se descubren aciertos que explican esa potencia de versos concisos y sucintos: el hábil uso de la intertextualidad, además de los cuidadosos juegos de palabras, en los cuales dialoga la hablante lírica con discursos propios de la Naturaleza y las tradiciones populares chilenas. Sucede así en “La violentada”, poema en el cual el discurso de Astrid establece un puente con el mito de “La Noche de San Juan”, más específicamente con la leyenda que presagia el riesgo de una epifanía diabólica al pie de la higuera la noche del 23 de junio, justo a medianoche, donde la tradición popular invita a buscar la flor de este árbol. Los elementos señalados, además de la temperatura de esa noche (atribuida la más alta del año) y el sulfato de magnesia (también llamado sal de la higuera), constituyen metáforas sobre la temática del ultraje, en este caso más que sexual de carácter ontológico.

Pero no sólo de elementos naturales y de la mitología popular chilena se nutre la poesía de Fugellie; figuras circenses y urbanas, del Chile burocrático y fiscal, que hoy pierden terreno ante la privatización mercantilista del país, se conjugan para crear imágenes desoladoras y a la vez holísticas, como en el poema “La tierra”, en el cual el discurso se torna más universal, menos vernáculo. La potencia semántica de elementos contrapuestos articulados de forma tan concisa, como los versos “empleados taciturnos repletos/ de bailarinas”, ilustran, independiente de si se pueda catalogar este enunciado en la figura del oxímoron, una visión del mundo bizarra y caótica.

En el excelente prólogo del autor de “Anteparaíso”, se advierte al lector que esta obra muestra “los itinerarios de una travesía que es al mismo tiempo una génesis”. Pues bien, avanzadas las primeras páginas del libro nos enteramos que el Primer Testimonio alude a la génesis, más ontológica que biológica, mientras el segundo aborda el tema de la infancia. Una entrañable nostalgia barniza los poemas de este capítulo, en donde la autora trata tópicos como la irreversibilidad del paso del tiempo, las raíces familiares que construyen un estadio de la niñez inmutable en algunos aspectos, la zona de los recuerdos como un espacio fundacional, sabio y mágico, y una visión personal del hábitat originario de Astrid, Punta Arenas, en “Ciudad natal”.

Sorprende la certera descripción del ambiente psicológico de la capital magallánica, con sus casas “arrimadas/ a otras casas”, “paralelas a la ansiedad del cielo”, en un entorno lluvioso en el cual deambulan perros vagos y prostitutas, y las casas caen con la solidaridad de las trabajadoras sexuales.

Esta travesía también va revelando otros aciertos formales de la obra poética, tales como el buen empleo de la reiteración o figura de la anáfora, la cual da vigor a la idea de encierro y carácter sombrío metafísico del alma humana, ante la irrupción de seres ajenos que remecen las certezas vitales en el poema “El intruso”, que constituye el Tercer Testimonio. Se trata de un ultraje irrevocable, de una cripta que cierra para siempre toda posibilidad de resurrección emocional.

El viaje continúa y no puede omitir esta Generación los hechos luctuosos y traumáticos que debieron enfrentar por el quiebre de la institucionalidad democrática, y toda la avalancha de muerte y destrucción que trajo consigo. Pero no es, en ningún caso, un macro discurso homogeneizador de este proceso histórico, sino un testimonio íntimo, privado y subjetivo, que sin embargo logra ser, en virtud del acierto expresivo de las emociones en esta obra poética, perfectamente representativo de toda la generación y de la Historia con mayúscula. Tal como afirmara Jorge Luis Borges, “en una muerte están todas las muertes del mundo, en un día están todos los días de la humanidad”.

De este modo, el Cuarto Testimonio habla del sentimiento fúnebre que acompaña desde el origen, de cómo hombres y mujeres signados por estas trágicas circunstancias políticas “murieron a la vida”. La dolida ironía invierte estos elementos en el poema “Las hermanas”, donde “plantar una cruz en la tierra era/ un acto de amor”. La memoria y el testimonio del dolor y sacrificio son rescatados, así como la resistencia y el temple ante tales adversas fuerzas de carácter siniestro, pues es también obra del amor “aceptar que nos renieguen,/ nos castiguen, nos inculpen, nos celdillen a ambas”, invirtiendo al final la dirección espacial a la que apunta al inicio del poema, al consignar un aborto ontológico, pues en vez de nacer y crecer como plantas, las hermanas amanecen “como dos gemelas nocturnas/ aspadas al suelo”.

Continuando la temática, el Quinto Testimonio también rinde honores a las víctimas de este dolor eterno, pues “la muerte jamás muere”, aquella herida de origen político y de traumática perpetuación en el alma humana. La estremecedora paradoja del sufrimiento gozoso, de la muerte que parece ser “un verdadero chocolate”, es expresada en el poema “El cadáver”, un sentido tributo a un ser querido trágicamente fallecido, pero cuyo encanto en la memoria produce la alquimia emocional en la poeta, esa cohabitación de tristeza y dulzura.

Resulta, asimismo, de una belleza escalofriante el poema “Tortura”, pues la poética es estéticamente muy bella y bien lograda, mas el contenido es fielmente representativo de la desgarradora experiencia opresora, donde los cuerpos son colgados al cielo raso por los brazos y los hombres son apretados hasta convertirse en hongos abiertos, en medio de la impunidad que imperaba en las casa de tortura, verdaderos “templos/ oscuros”.

El periplo existencial de “La Generación de las Palomas” vuelve a recalar en la urbe de origen. El Sexto Testimonio incluye una prosa poética con singulares significaciones sobre la austral Punta Arenas. Más que una paradoja, “Juan y la ciudad” revela una ambivalencia vital, aquella de pertenecer a la ciudad natal y, pese a abandonar su residencia (como el estadio de la trayectoria del héroe en el cual emprende rumbo fuera de su comarca originaria o “lo que ocurre después de la aldea”), siempre continúa habitándola, en una unidad espacial subjetiva atada a las raíces emocionales atávicas.

Esta ubicuidad sentimental emparenta a Astrid con el poeta griego Constantino Cavafis en su célebre poema “La ciudad”. Pero si bien este hablante lírico le confiesa a un interlocutor que jamás podrá salir de la ciudad natal, a pesar de viajar geográficamente, con un sino trágico similar al que experimentara Enrique Lihn quien clamaba nunca salió del horroroso Santiago, en Fugellie los lazos con la tierra que la vio nacer están unidos con el “pegamento definitivo” del primer amor.

Destacan las sugerentes y gráficas imágenes poéticas de este texto, donde a la hablante lírica “a pocos pasos de la muerte, la memoria se revitaliza y el corazón de Juan y el fruto del calafate y el dedo del subastado patagón, reaparecen como media naranja desde el mar para luego, como una naranjaentera, ponerse en la montaña”. Además de la idea de la unidad geográfica en virtud del primer amor, las imágenes hacen clara referencia a la expoliación de los onas, y al posterior destino de residencia de la poeta en los valles centrales chilenos.

Esta obra testimonial sigue su trayecto, una ruta emocional en la cual se aprecian distintos estadios subjetivos, pero representativos de toda una generación. Es importante señalar que cada testimonio funciona sobre la base de una mitología particular y a la cual Astrid desmitifica con la precisión poética de versos sentidos y estéticamente bellos. Jorge Teillier afirmó que “…la poesía (es) creación del mito, de un espacio y tiempo que trascienden lo cotidiano, utilizando lo cotidiano”. Por cierto, la poesía de “La Generación…” crea diversos mitos a partir de lo cotidiano, y es justamente una de sus mayores virtudes estéticas, pero a la vez desmitifica nociones conceptuales de extendida asimilación por grandes grupos humanos, en el sentido más racional del término.

La virtud a la cual se alude es el empleo de imágenes que construyen una mitología poética a partir de elementos cotidianos, muchas veces pedestres, pero que trascienden en su expresión estética. Es esta habilidad una constante en la poesía de Astrid Fugellie.

De esta forma, la poeta desmitifica conceptualmente, y con la inclusión de elementos más emotivos e íntimos que técnicos, el sistema económico neoliberal y su correlato discursivo de la globalización en el Testimonio Post In Humano. Los poemas “La cueca de los sistemas”, “Globalización” y “De la democracia y sus sistemas de autorregulación” abordan esta temática que, sin duda, marcó a esta generación, testigo en carne propia de la muerte de las utopías y el advenimiento, o imposición, del frío y cínico escenario económico y social que hoy impera.

Otros tópicos continúan esta letanía, este desplazarse por las emociones fundamentales que marcan hitos en la biografía. En Del Testimonio Abatido, es la nostalgia del amor extraviado en la incomunicación del lenguaje, “por ese sueño imposible de las palabras”, dejando en evidencia sus limitaciones. En el Séptimo Testimonio, en tanto, podría decirse que es una elegía a “los inmortales del fracaso”. Seres marginales, incorrectos, esperpénticos, miserables de alma, bizarros, de los cuales la autora no se excluye, y componen el grueso de la sociedad, o al menos de la Generación de las Palomas, verdaderas “masas poderosas” y anónimas. Evidentemente, esta condición es producto del daño que les ha sido infligido.

En efecto, estas heridas marcan una condicionante en toda la obra. En estos cantos que nos dicen “que somos hijos de la muerte”, en palabras de Zurita, los tópicos fúnebres y los fantasmas abundan, en un nivel epistémico del discurso, donde tampoco está ausente la muerte de la poesía, como en el poema “Luna”, dedicado al mexicano Octavio Paz, o bien el refugio a la angustia en la palabra, tal como sucede en “De Matilde y Rigoberto”.

Son versos que también insisten en la desazón de la pérdida, de la partida del ser amado, su muerte, la evasión a la cual se acude instintivamente en estos casos, sea en el olvido que jamás se consigue, sea en las siempre estériles explicaciones posteriores de la pérdida.

Y es en esta cohabitación cotidiana de la muerte que se manifiestan sentimientos aún presentes hacia quienes ya nos han dejado, aquellos que nos hirieron en el amor y cuyos fantasmas nos acompañan en los recuerdos más sutiles y comunes; o bien a esos sufridos en vida, como el poeta Jorge Teillier, sin descanso ni mientras respiraba ni tras fallecer por esta permanente agresión y tendencia a enrostrar sus pecados por parte de la sociedad, sin permitirle siquiera reposo al dolor. Tal como dice el poeta Zurita, su sólo recuerdo es una crítica al mundo. Mas como telón de fondo, un aire mortal que todo lo envuelve y contra lo cual, como sabemos, nadie puede vencer.

Pero en la conciencia de la fugacidad de la vida, y la inexorable arremetida de la muerte, hay remansos tranquilos ante este riesgo por el cual se cuentan los días. Es el sentimiento de ensoñación hacia “El inquebrantable”, en el Testimonio Once, donde el encanto es la reciedumbre. O bien aparece la opción de enfrentar estos riesgos, como la hablante lírica que se interna en el sótano lúgubre, cuya puerta nunca más abre, en “La aventura”, y también el deseo de desentrañar aquel misterio del sentido más profundo de la muerte de seres queridos, como sucede en “La pausa”.

En Del Testimonio Alegre, Astrid nos regala unos maravillosos versos dedicados al querido antipoeta Nicanor Parra, quien “ríe y llora de las farsas del circo”, y cuyo poema es precedido `por un verso a “bufones brillantes de tan rara alegría”.

Y en la misma senda Astrid prosigue, ahora con un Testimonial sobre precisamente el oficio de los poetas, a través de la exposición de testimonios personales creados a partir de las emociones que le inspiraron la vida y obra de dos grandes vates nacionales: Pablo Neruda y Enrique Lihn. En el caso del Premio Nobel, la vida como ensayo, un borrador literario de la existencia que, finalmente, termina sin pena ni gloria. En el caso del autor de “La pieza oscura”, una actitud vital desafiante y valiente, visceral hasta los delirios, un relámpago arrojado que, pese al talento, es enjaulado y le conduce al absurdo.  Ambos testimonios culminan en el sentido de la nada, y el segundo caso también es una crítica al mundo.

El tópico mortuorio se intensifica en el Testimonio Doce, donde se presenta un sentimiento trágico de la vida, cual sino fatal que está en lo más primigenio de la dinastía misma de la hablante lírica, pues incluso previo al parto las mujeres están muertas y traen al mundo a hijas muertas, y la noción de deceso omnipresente se perpetúa a través de las generaciones.

Hay un poema de réquiem la madre, mas no de lamento de su partida, sino de convivencia en la profundización del dolor. Y estas muertes sucesivas son provocadas por el miedo, el descontento y la frustración, “miedo a ser obligadas a nacer vivas en medio de esta casa de adobe y tierra”. Entonces, la muerte es más que un destino, es la actitud vital de rechazo al mundo.

En las postrimerías de este viaje, en el Testimonio Trece, aparece la figura del padre. Podría definirse el poema “El creador” como una elegía, canto a la tristeza y lamento. Hay alusiones a una vida luctuosa y sacrificada, así como acerca de lo nocivo de la modernidad deshumanizadora: “Hay computadoras pastando/ en los enfermos”. Ahora, si bien hay una alusión explícita al tema divino en el verso que precede al poema “Romance del Dios muerto”, (la brillante ironía “Y Dios exclamó: -¡Necesito un psiquiatra!”), también puede ser leído como un lamento a la memoria del padre. Destaca el empleo de neologismos inventados por la autora (“cruzluto”, “Elvaciado”).

El fin de la travesía se acerca y, entonces, el Testimonio Catorce narra la muerte del linaje, de parientes que abandonaron la vida, sobre la cual Astrid sostiene que es un completo desengaño, y tanto la inocencia como la lozanía son ilusiones que la tumba revela en su irrealidad.

El penúltimo testimonio es un grito de rabia en contra de la sociedad y de la vida, con una desazón por las estrechas condiciones que brindó el mundo a una generación que terminó diezmada, tras un tortuoso vía crucis a lo largo de su existencia. “Esta es la profecía/ del ninguneado”, dice el poema introductorio, y anuncia las circunstancias de la “muerte de los / derechos”. Hay una frustración por la precariedad de la existencia, un sentimiento profundo de incomprensión e indignación al injusto rechazo social y al menosprecio, con el tema fúnebre siempre presente: “Los muertos son nuestros amigos”.

Asimismo, se crítica certeramente la falsedad social, el exitismo y los discursos de los medios de comunicación social, incluyendo la televisión, al hombre caído en “los dramas mediáticos”. La fustigación es a la sociedad entera, pues “el Sistema obliga a vender esa mixturagrasa”. En medio de esta desolación, se expresa una herida por el Dios ausente, en la cual se rinde tributo al poeta César Vallejo, quien, como se recuerde, nació un día en que Dios estaba enfermo.

En estos últimos trancos del viaje una desesperación inunda a la hablante lírica: ver su mundo destruido y, a la vez, ser una madre que observa a “sus muertos llenándose de vida”. En el poema “Alargando” Astrid reflexiona sobre el sentido de la existencia, cuando la vida no es más que cargar incansablemente la propia cruz, en el absurdo de habitar “en condiciones de perros anochecidos”, sin una respuesta a los misterios trascendentes, como el sentido vital y la existencia de Dios, y pese a todo con la constante humana de que “prolongamos nuestro suicidio”.

Es esta finitud inexorable de la existencia, la cual no es un paraíso y ni siquiera un lugar digno, la que se cuestiona la poeta, en la tozudez humana de “alargar” la vida, sabiendo que “la muerte está en pleno parto”. No es casualidad entonces que el poema esté dedicado a Samuel Beckett, el dramaturgo irlandés que nos manifestara lo absurda de esta espera, de esta esperanza en definitiva, en la obra justamente llamada “Esperando a Godot”.

El testimonio final, el Diez y Seis, viene introducido por una sorpresiva revelación. Tal como puede suponerse, en efecto, el último de los capítulos de la travesía habla de la muerte de esta Generación de las Palomas, y del término de la narración, del fin de la palabra enunciadora. Mas en un poemario donde la muerte cohabita con cada etapa de la vida y durante el relato de su trayecto, sorpresivamente la noción del deceso de la generación y de la poesía adquiere un sentido distinto.”Aún no acabas de narrarte paloma/ vieja:/ Éste es el encabezamiento/ Este es el milagro”.

Justamente el milagro consiste en entender la vida como una farsa, “un enredo del que nadie vivo escapa”. La hablante lírica ríe ante el anuncio inminente de la muerte, porque entiende muy bien que la vida es una existencia de muerte, un luto vital, donde todas esas frustraciones y dolores impidieron la existencia plena,  digna de llamarse con propiedad “vida”. Es similar entonces a la concepción existencialista de la vida que pregonara a mediados del siglo XX Albert Camus, con su consecuente correlato de los muertos en vida.

Además, Astrid anuncia negarse a escribir su epitafio, tal como la hablante lírica le anuncia a la paloma vieja que aún no acaba de narrarse. El poder creador de la palabra continúa.

Asimismo, la muerte es entendida como la ausencia de aquel mundanal y caótico ruido existencial que oscurece la vida. Pero justamente, en esta vida sacrificada y bulliciosa, no hay lugar para hablar del silencio, entendido como descanso en paz. El último verso aclara el trauma e incomprensión de esta larga y violenta travesía: “¡Ay paloma!- dime- ¿Quién te hirió?”.
 
Gonzalo Robles Fantini


Biografía

Gonzalo Robles Fantini nació en Santiago de Chile el 18 de febrero de 1975. Estudió Periodismo en la Universidad Academia de Humanismo Cristiano. En el año 2003 participó en el Taller de Narrativa de Poli Délano, impartido en la Sociedad de Escritores de Chile.  Sus gustos literarios son la narrativa y poesía, principalmente chilenos, pero también las crónicas del Nuevo Periodismo y la teoría literaria. Otros de sus intereses son el cine y la crítica cinematográfica