La odisea de las palomas
Astrid
Fugellie es una destacada poeta chilena, de larga y reconocida
trayectoria, que comenzó publicando en su ciudad natal, Punta Arenas. En
“La Generación de las Palomas”, editado por primera vez por La
Trastienda en octubre de 2005, aborda la historia personal y colectiva
de la generación a la cual pertenece, haciendo una revisión muy íntima
tanto de su biografía como de los hechos históricos que marcaron a una
serie de escritores, poetas, y personas en general que compartieron
vivencias muchas veces traumáticas, pero que dejaron huella en la
literatura nacional y que, de un modo u otro, determinaron el curso de
la historia de Chile y de Astrid en particular, donde no escapan, en
palabras de Raúl Zurita, “las grandes representaciones”, como los
tópicos de cultura, política, economía y todos los hitos que hoy nos
definen como país.
Este
libro está estructurado en 21 testimonios, como breves capítulos de
pocos poemas cada uno. Cada testimonio es precedido por elegidos versos,
que siempre contienen una enumeración poética, y a la vez son presagio
del testimonio que antecede, como una suerte de inventario de sentido
que se desarrollará en los versos siguientes.
Cada
poema, que inicia en una página par, cuenta con un verso introductorio
al pié de la página impar, que destaca por la fuerza y carácter sucinto,
la mayor de las veces una unidad poética en sí misma, de gran ingenio y
originalidad.
La
fuerza de los poemas de Fugellie- tal como advierte Raúl Zurita-
radican en una poética original y sencilla, sin alteraciones abruptas en
el tono del hablante lírico, de gran concisión semántica, con figuras
retóricas que, más que apelar a y imágenes llamativas que se sucedan en
contraste al interior del poema, funcionan desde una mirada muy
subjetiva, un punto de vista particular que orienta las narraciones o
descripciones, lo cual establece un sistema de significados coherente
tanto al testimonio en particular como a la obra completa, tal como
apunta el Premio Nacional de Literatura en el prólogo, esa “cara oculta
del mundo que no había sido antes revelada”.
Al
leer los primeros poemas de “La Generación de las Palomas” ya se
advierte su fuerza poética, y se descubren aciertos que explican esa
potencia de versos concisos y sucintos: el hábil uso de la
intertextualidad, además de los cuidadosos juegos de palabras, en los
cuales dialoga la hablante lírica con discursos propios de la Naturaleza
y las tradiciones populares chilenas. Sucede así en “La violentada”,
poema en el cual el discurso de Astrid establece un puente con el mito
de “La Noche de San Juan”, más específicamente con la leyenda que
presagia el riesgo de una epifanía diabólica al pie de la higuera la
noche del 23 de junio, justo a medianoche, donde la tradición popular
invita a buscar la flor de este árbol. Los elementos señalados, además
de la temperatura de esa noche (atribuida la más alta del año) y el
sulfato de magnesia (también llamado sal de la higuera), constituyen
metáforas sobre la temática del ultraje, en este caso más que sexual de
carácter ontológico.
Pero
no sólo de elementos naturales y de la mitología popular chilena se
nutre la poesía de Fugellie; figuras circenses y urbanas, del Chile
burocrático y fiscal, que hoy pierden terreno ante la privatización
mercantilista del país, se conjugan para crear imágenes desoladoras y a
la vez holísticas, como en el poema “La tierra”, en el cual el discurso
se torna más universal, menos vernáculo. La potencia semántica de
elementos contrapuestos articulados de forma tan concisa, como los
versos “empleados taciturnos repletos/ de bailarinas”, ilustran,
independiente de si se pueda catalogar este enunciado en la figura del
oxímoron, una visión del mundo bizarra y caótica.
En
el excelente prólogo del autor de “Anteparaíso”, se advierte al lector
que esta obra muestra “los itinerarios de una travesía que es al mismo
tiempo una génesis”. Pues bien, avanzadas las primeras páginas del libro
nos enteramos que el Primer Testimonio alude a la génesis, más
ontológica que biológica, mientras el segundo aborda el tema de la
infancia. Una entrañable nostalgia barniza los poemas de este capítulo,
en donde la autora trata tópicos como la irreversibilidad del paso del
tiempo, las raíces familiares que construyen un estadio de la niñez
inmutable en algunos aspectos, la zona de los recuerdos como un espacio
fundacional, sabio y mágico, y una visión personal del hábitat
originario de Astrid, Punta Arenas, en “Ciudad natal”.
Sorprende
la certera descripción del ambiente psicológico de la capital
magallánica, con sus casas “arrimadas/ a otras casas”, “paralelas a la
ansiedad del cielo”, en un entorno lluvioso en el cual deambulan perros
vagos y prostitutas, y las casas caen con la solidaridad de las
trabajadoras sexuales.
Esta
travesía también va revelando otros aciertos formales de la obra
poética, tales como el buen empleo de la reiteración o figura de la
anáfora, la cual da vigor a la idea de encierro y carácter sombrío
metafísico del alma humana, ante la irrupción de seres ajenos que
remecen las certezas vitales en el poema “El intruso”, que constituye el
Tercer Testimonio. Se trata de un ultraje irrevocable, de una cripta
que cierra para siempre toda posibilidad de resurrección emocional.
El
viaje continúa y no puede omitir esta Generación los hechos luctuosos y
traumáticos que debieron enfrentar por el quiebre de la
institucionalidad democrática, y toda la avalancha de muerte y
destrucción que trajo consigo. Pero no es, en ningún caso, un macro
discurso homogeneizador de este proceso histórico, sino un testimonio
íntimo, privado y subjetivo, que sin embargo logra ser, en virtud del
acierto expresivo de las emociones en esta obra poética, perfectamente
representativo de toda la generación y de la Historia con mayúscula. Tal
como afirmara Jorge Luis Borges, “en una muerte están todas las muertes
del mundo, en un día están todos los días de la humanidad”.
De
este modo, el Cuarto Testimonio habla del sentimiento fúnebre que
acompaña desde el origen, de cómo hombres y mujeres signados por estas
trágicas circunstancias políticas “murieron a la vida”. La dolida ironía
invierte estos elementos en el poema “Las hermanas”, donde “plantar una
cruz en la tierra era/ un acto de amor”. La memoria y el testimonio del
dolor y sacrificio son rescatados, así como la resistencia y el temple
ante tales adversas fuerzas de carácter siniestro, pues es también obra
del amor “aceptar que nos renieguen,/ nos castiguen, nos inculpen, nos
celdillen a ambas”, invirtiendo al final la dirección espacial a la que
apunta al inicio del poema, al consignar un aborto ontológico, pues en
vez de nacer y crecer como plantas, las hermanas amanecen “como dos
gemelas nocturnas/ aspadas al suelo”.
Continuando
la temática, el Quinto Testimonio también rinde honores a las víctimas
de este dolor eterno, pues “la muerte jamás muere”, aquella herida de
origen político y de traumática perpetuación en el alma humana. La
estremecedora paradoja del sufrimiento gozoso, de la muerte que parece
ser “un verdadero chocolate”, es expresada en el poema “El cadáver”, un
sentido tributo a un ser querido trágicamente fallecido, pero cuyo
encanto en la memoria produce la alquimia emocional en la poeta, esa
cohabitación de tristeza y dulzura.
Resulta,
asimismo, de una belleza escalofriante el poema “Tortura”, pues la
poética es estéticamente muy bella y bien lograda, mas el contenido es
fielmente representativo de la desgarradora experiencia opresora, donde
los cuerpos son colgados al cielo raso por los brazos y los hombres son
apretados hasta convertirse en hongos abiertos, en medio de la impunidad
que imperaba en las casa de tortura, verdaderos “templos/ oscuros”.
El
periplo existencial de “La Generación de las Palomas” vuelve a recalar
en la urbe de origen. El Sexto Testimonio incluye una prosa poética con
singulares significaciones sobre la austral Punta Arenas. Más que una
paradoja, “Juan y la ciudad” revela una ambivalencia vital, aquella de
pertenecer a la ciudad natal y, pese a abandonar su residencia (como el
estadio de la trayectoria del héroe en el cual emprende rumbo fuera de
su comarca originaria o “lo que ocurre después de la aldea”), siempre
continúa habitándola, en una unidad espacial subjetiva atada a las
raíces emocionales atávicas.
Esta
ubicuidad sentimental emparenta a Astrid con el poeta griego
Constantino Cavafis en su célebre poema “La ciudad”. Pero si bien este
hablante lírico le confiesa a un interlocutor que jamás podrá salir de
la ciudad natal, a pesar de viajar geográficamente, con un sino trágico
similar al que experimentara Enrique Lihn quien clamaba nunca salió del
horroroso Santiago, en Fugellie los lazos con la tierra que la vio nacer
están unidos con el “pegamento definitivo” del primer amor.
Destacan
las sugerentes y gráficas imágenes poéticas de este texto, donde a la
hablante lírica “a pocos pasos de la muerte, la memoria se revitaliza y
el corazón de Juan y el fruto del calafate y el dedo del subastado
patagón, reaparecen como media naranja desde el mar para luego, como una
naranjaentera, ponerse en la montaña”. Además de la idea de la unidad
geográfica en virtud del primer amor, las imágenes hacen clara
referencia a la expoliación de los onas, y al posterior destino de
residencia de la poeta en los valles centrales chilenos.
Esta
obra testimonial sigue su trayecto, una ruta emocional en la cual se
aprecian distintos estadios subjetivos, pero representativos de toda una
generación. Es importante señalar que cada testimonio funciona sobre la
base de una mitología particular y a la cual Astrid desmitifica con la
precisión poética de versos sentidos y estéticamente bellos. Jorge
Teillier afirmó que “…la poesía (es) creación del mito, de un espacio y
tiempo que trascienden lo cotidiano, utilizando lo cotidiano”. Por
cierto, la poesía de “La Generación…” crea diversos mitos a partir de lo
cotidiano, y es justamente una de sus mayores virtudes estéticas, pero a
la vez desmitifica nociones conceptuales de extendida asimilación por
grandes grupos humanos, en el sentido más racional del término.
La
virtud a la cual se alude es el empleo de imágenes que construyen una
mitología poética a partir de elementos cotidianos, muchas veces
pedestres, pero que trascienden en su expresión estética. Es esta
habilidad una constante en la poesía de Astrid Fugellie.
De
esta forma, la poeta desmitifica conceptualmente, y con la inclusión de
elementos más emotivos e íntimos que técnicos, el sistema económico
neoliberal y su correlato discursivo de la globalización en el
Testimonio Post In Humano. Los poemas “La cueca de los sistemas”,
“Globalización” y “De la democracia y sus sistemas de autorregulación”
abordan esta temática que, sin duda, marcó a esta generación, testigo en
carne propia de la muerte de las utopías y el advenimiento, o
imposición, del frío y cínico escenario económico y social que hoy
impera.
Otros
tópicos continúan esta letanía, este desplazarse por las emociones
fundamentales que marcan hitos en la biografía. En Del Testimonio
Abatido, es la nostalgia del amor extraviado en la incomunicación del
lenguaje, “por ese sueño imposible de las palabras”, dejando en
evidencia sus limitaciones. En el Séptimo Testimonio, en tanto, podría
decirse que es una elegía a “los inmortales del fracaso”. Seres
marginales, incorrectos, esperpénticos, miserables de alma, bizarros, de
los cuales la autora no se excluye, y componen el grueso de la
sociedad, o al menos de la Generación de las Palomas, verdaderas “masas
poderosas” y anónimas. Evidentemente, esta condición es producto del
daño que les ha sido infligido.
En
efecto, estas heridas marcan una condicionante en toda la obra. En
estos cantos que nos dicen “que somos hijos de la muerte”, en palabras
de Zurita, los tópicos fúnebres y los fantasmas abundan, en un nivel
epistémico del discurso, donde tampoco está ausente la muerte de la
poesía, como en el poema “Luna”, dedicado al mexicano Octavio Paz, o
bien el refugio a la angustia en la palabra, tal como sucede en “De
Matilde y Rigoberto”.
Son
versos que también insisten en la desazón de la pérdida, de la partida
del ser amado, su muerte, la evasión a la cual se acude instintivamente
en estos casos, sea en el olvido que jamás se consigue, sea en las
siempre estériles explicaciones posteriores de la pérdida.
Y
es en esta cohabitación cotidiana de la muerte que se manifiestan
sentimientos aún presentes hacia quienes ya nos han dejado, aquellos que
nos hirieron en el amor y cuyos fantasmas nos acompañan en los
recuerdos más sutiles y comunes; o bien a esos sufridos en vida, como el
poeta Jorge Teillier, sin descanso ni mientras respiraba ni tras
fallecer por esta permanente agresión y tendencia a enrostrar sus
pecados por parte de la sociedad, sin permitirle siquiera reposo al
dolor. Tal como dice el poeta Zurita, su sólo recuerdo es una crítica al
mundo. Mas como telón de fondo, un aire mortal que todo lo envuelve y
contra lo cual, como sabemos, nadie puede vencer.
Pero
en la conciencia de la fugacidad de la vida, y la inexorable arremetida
de la muerte, hay remansos tranquilos ante este riesgo por el cual se
cuentan los días. Es el sentimiento de ensoñación hacia “El
inquebrantable”, en el Testimonio Once, donde el encanto es la
reciedumbre. O bien aparece la opción de enfrentar estos riesgos, como
la hablante lírica que se interna en el sótano lúgubre, cuya puerta
nunca más abre, en “La aventura”, y también el deseo de desentrañar
aquel misterio del sentido más profundo de la muerte de seres queridos,
como sucede en “La pausa”.
En
Del Testimonio Alegre, Astrid nos regala unos maravillosos versos
dedicados al querido antipoeta Nicanor Parra, quien “ríe y llora de las
farsas del circo”, y cuyo poema es precedido `por un verso a “bufones
brillantes de tan rara alegría”.
Y
en la misma senda Astrid prosigue, ahora con un Testimonial sobre
precisamente el oficio de los poetas, a través de la exposición de
testimonios personales creados a partir de las emociones que le
inspiraron la vida y obra de dos grandes vates nacionales: Pablo Neruda y
Enrique Lihn. En el caso del Premio Nobel, la vida como ensayo, un
borrador literario de la existencia que, finalmente, termina sin pena ni
gloria. En el caso del autor de “La pieza oscura”, una actitud vital
desafiante y valiente, visceral hasta los delirios, un relámpago
arrojado que, pese al talento, es enjaulado y le conduce al absurdo.
Ambos testimonios culminan en el sentido de la nada, y el segundo caso
también es una crítica al mundo.
El
tópico mortuorio se intensifica en el Testimonio Doce, donde se
presenta un sentimiento trágico de la vida, cual sino fatal que está en
lo más primigenio de la dinastía misma de la hablante lírica, pues
incluso previo al parto las mujeres están muertas y traen al mundo a
hijas muertas, y la noción de deceso omnipresente se perpetúa a través
de las generaciones.
Hay
un poema de réquiem la madre, mas no de lamento de su partida, sino de
convivencia en la profundización del dolor. Y estas muertes sucesivas
son provocadas por el miedo, el descontento y la frustración, “miedo a
ser obligadas a nacer vivas en medio de esta casa de adobe y tierra”.
Entonces, la muerte es más que un destino, es la actitud vital de
rechazo al mundo.
En
las postrimerías de este viaje, en el Testimonio Trece, aparece la
figura del padre. Podría definirse el poema “El creador” como una
elegía, canto a la tristeza y lamento. Hay alusiones a una vida luctuosa
y sacrificada, así como acerca de lo nocivo de la modernidad
deshumanizadora: “Hay computadoras pastando/ en los enfermos”. Ahora, si
bien hay una alusión explícita al tema divino en el verso que precede
al poema “Romance del Dios muerto”, (la brillante ironía “Y Dios
exclamó: -¡Necesito un psiquiatra!”), también puede ser leído como un
lamento a la memoria del padre. Destaca el empleo de neologismos
inventados por la autora (“cruzluto”, “Elvaciado”).
El
fin de la travesía se acerca y, entonces, el Testimonio Catorce narra
la muerte del linaje, de parientes que abandonaron la vida, sobre la
cual Astrid sostiene que es un completo desengaño, y tanto la inocencia
como la lozanía son ilusiones que la tumba revela en su irrealidad.
El
penúltimo testimonio es un grito de rabia en contra de la sociedad y de
la vida, con una desazón por las estrechas condiciones que brindó el
mundo a una generación que terminó diezmada, tras un tortuoso vía crucis
a lo largo de su existencia. “Esta es la profecía/ del ninguneado”,
dice el poema introductorio, y anuncia las circunstancias de la “muerte
de los / derechos”. Hay una frustración por la precariedad de la
existencia, un sentimiento profundo de incomprensión e indignación al
injusto rechazo social y al menosprecio, con el tema fúnebre siempre
presente: “Los muertos son nuestros amigos”.
Asimismo,
se crítica certeramente la falsedad social, el exitismo y los discursos
de los medios de comunicación social, incluyendo la televisión, al
hombre caído en “los dramas mediáticos”. La fustigación es a la sociedad
entera, pues “el Sistema obliga a vender esa mixturagrasa”. En medio de
esta desolación, se expresa una herida por el Dios ausente, en la cual
se rinde tributo al poeta César Vallejo, quien, como se recuerde, nació
un día en que Dios estaba enfermo.
En
estos últimos trancos del viaje una desesperación inunda a la hablante
lírica: ver su mundo destruido y, a la vez, ser una madre que observa a
“sus muertos llenándose de vida”. En el poema “Alargando” Astrid
reflexiona sobre el sentido de la existencia, cuando la vida no es más
que cargar incansablemente la propia cruz, en el absurdo de habitar “en
condiciones de perros anochecidos”, sin una respuesta a los misterios
trascendentes, como el sentido vital y la existencia de Dios, y pese a
todo con la constante humana de que “prolongamos nuestro suicidio”.
Es
esta finitud inexorable de la existencia, la cual no es un paraíso y ni
siquiera un lugar digno, la que se cuestiona la poeta, en la tozudez
humana de “alargar” la vida, sabiendo que “la muerte está en pleno
parto”. No es casualidad entonces que el poema esté dedicado a Samuel
Beckett, el dramaturgo irlandés que nos manifestara lo absurda de esta
espera, de esta esperanza en definitiva, en la obra justamente llamada
“Esperando a Godot”.
El
testimonio final, el Diez y Seis, viene introducido por una sorpresiva
revelación. Tal como puede suponerse, en efecto, el último de los
capítulos de la travesía habla de la muerte de esta Generación de las
Palomas, y del término de la narración, del fin de la palabra
enunciadora. Mas en un poemario donde la muerte cohabita con cada etapa
de la vida y durante el relato de su trayecto, sorpresivamente la noción
del deceso de la generación y de la poesía adquiere un sentido
distinto.”Aún no acabas de narrarte paloma/ vieja:/ Éste es el
encabezamiento/ Este es el milagro”.
Justamente
el milagro consiste en entender la vida como una farsa, “un enredo del
que nadie vivo escapa”. La hablante lírica ríe ante el anuncio inminente
de la muerte, porque entiende muy bien que la vida es una existencia de
muerte, un luto vital, donde todas esas frustraciones y dolores
impidieron la existencia plena, digna de llamarse con propiedad “vida”.
Es similar entonces a la concepción existencialista de la vida que
pregonara a mediados del siglo XX Albert Camus, con su consecuente
correlato de los muertos en vida.
Además,
Astrid anuncia negarse a escribir su epitafio, tal como la hablante
lírica le anuncia a la paloma vieja que aún no acaba de narrarse. El
poder creador de la palabra continúa.
Asimismo,
la muerte es entendida como la ausencia de aquel mundanal y caótico
ruido existencial que oscurece la vida. Pero justamente, en esta vida
sacrificada y bulliciosa, no hay lugar para hablar del silencio,
entendido como descanso en paz. El último verso aclara el trauma e
incomprensión de esta larga y violenta travesía: “¡Ay paloma!- dime-
¿Quién te hirió?”.
Gonzalo Robles Fantini
Biografía
Gonzalo
Robles Fantini nació en Santiago de Chile el 18 de febrero de 1975.
Estudió Periodismo en la Universidad Academia de Humanismo Cristiano. En
el año 2003 participó en el Taller de Narrativa de Poli Délano,
impartido en la Sociedad de Escritores de Chile. Sus gustos literarios
son la narrativa y poesía, principalmente chilenos, pero también las
crónicas del Nuevo Periodismo y la teoría literaria. Otros de sus
intereses son el cine y la crítica cinematográfica
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