Formas de volver a casa, de Alejandro
Zambra.
La narrativa Zambreana ya todos la
conocemos: hay una pérdida y un personaje dándole vueltas a la pérdida. En este caso, es una amiga de la infancia (en
La vida privada de los árboles era una novia, en Bonsai, otra novia). Ahora,
por largas páginas Zambra nos habla de una chica que perdió de vista cuando era
niño, y como para poner algo más, nos habla de la familia de esa chica. La pérdida, por supuesto, ocurre porque la
chica se cambia de casa (algo sumamente traumático), y el protagonista sufre
porque la echa de menos y porque no es muy bueno para conocer nuevas
chicas. Moraleja: hay que tratar de
hacer nuevos amigos, aunque cueste.
Punto.
Sin embargo, en Formas de Volver a Casa hay
una subtrama harto más interesante, una pregunta que Zambra nunca menciona pero
a la que incesantemente le busca una respuesta, a saber: ¿quién chucha son mis
lectores? Zambra no para de darle
vueltas al asunto durante buena parte del libro, un misterio al cual no logra
encontrar solución. Si es un escritor,
un escritor reconocido y que supuestamente alguien lee, entonces ¿quién es ese
alguien?
Hay
una escena donde va a la clínica y el doctor se declara ferviente
admirador. “No he leído los libros
porque no tengo tiempo, pero los he comprado”.
Algo es algo parece pensar Zambra.
Va a la casa de sus padres, quienes tienen sus libros, pero tampoco se
los comentan. Están más interesados en
hablar de Alejandra Costamagna, autora que Zambra desprecia, pero que a la vez
secretamente envidia (ella ha atrapado al lector que hay oculto dentro de sus
padres, cosa que él no ha podido). En
otra ocasión le pide a una de sus novias que lea un manuscrito, pero esta no le
hace mucho caso. Por esto, Zambra sufre.
Hay más escenas de esta índole: una mujer
en el avión que no lo conoce (otra puñalada al ego), una conversación con otro escritor que es
interrumpida por los pelotazos de unos niños que juegan cerca (más
humillaciones), una mujer que lo recibe en su casa y lo trata de imbecil, etc,
etc.
El masoquismo a estas alturas es
evidente. Zambra se regodea en él. A la vez que nos habla que tiene dinero, que
trabaja poco o nada, que vive en La Reina, parece tener que pagar dichos
privilegios con el hecho de sentirse un completo desconocido, un escritor de
éxito casi inexplicable. Esa turbación
que sufre el autor es la que el libro trasmite continuamente y no la historia
de la seudo familia de exiliados. O como
el propio Zambra dice:
Y el dolor era un libro interminable
Que alguna vez hojeamos por si acaso
Salían nuestros nombres al final
El problema, claro, está en que el libro
pese a su brevedad se hace interminable.
Zambra y su dolor salen durante todas las paginas, una especie de pareja
inquebrantable, un dolor que se profundiza a cada momento, dolor espiritual que
posiblemente tendría una correcta solución si el protagonista bajara alguna vez
de su limbo y recibiera un poco de dolor físico.
Andrés Olave
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