Apuntes sobre la independencia editorial
Felipe Moncada Mijic
El
concepto de ediciones independientes nace en la década de los noventa,
como reacción a fenómenos mundiales del capitalismo tardío, como lo son
la absorción de editoriales nacionales por grandes consorcios y su
transformación en función de los lineamientos del mercado, estos
síntomas ocurren a nivel internacional, los que ya han sido largamente
comentados en algunos encuentros a nivel latinoamericano[i].
Entonces el concepto nace desde editoriales establecidas, que se
resisten a la absorción por parte del mercado, tratando de mantener los
propósitos originales del libro: ser un agente cultural, transmitir
ideas, mostrar y hacer circular la diversidad cultural de los pueblos,
estimular la imaginación, fomentar la reflexión, entre otros propósitos
del ámbito de la cultura.
Por otra
parte, quizás producto de la masificación de las tecnologías, ha
ocurrido que grupos de personas, colectivos de arte, escritores, etc.,
se han dado cuenta que pueden hacerse cargo de la producción material de
libros y han emprendido un catálogo propio, muchas veces partiendo
desde sus preferencias afectivas o la singularidad territorial en que se
desarrollan. La pregunta que surge entonces con esas micro-políticas
orientadas a la edición de libros es: ¿el hecho de producir libros a
pequeña escala, es suficiente para considerarse una editorial
independiente?
Pensemos por
contraste, ¿de qué puede depender una editorial? En general sucede que
ciertas “empresas culturales”, llámese universidad, institución
financiada por el estado, partido político, fundación privada, deciden
comenzar a publicar textos como una manera de difundir la obra de
autores de su interés, o legitimarse como institución desde de un
discurso que le permita la expansión de sus redes sociales e
intelectuales, así como su campo de influencia. En esos casos, es
evidente que el criterio de la editorial estará bajo las restricciones
de la institución, por muy democráticos que se planteen sus fundamentos,
siempre tendrán que coincidir con los propósitos del directorio.
Veamos
ahora el caso de otro grupo excluido en el concepto de editoriales
independientes. Me refiero a aquellas editoriales que optan por seguir
todos los procedimientos del mercado para la difusión y comercialización
de sus obras, aunque en este caso sería más adecuado hablar de
productos. El esquema a seguir sería: estar legalizados como sociedad
comercial, tributar a impuestos internos, inscribir las obras en el
registro de propiedad intelectual, distribuir en librerías, establecer
contratos legales con los autores, publicitar sus producciones, hacer
circular comentarios favorables y cuadrar la caja una vez finalizado el
proceso. En este caso la dependencia directa es al mercado, entendido
como un circuito donde se inserta el libro y compite en el lenguaje de las ventas y la publicidad, de manera que obtenga logros
de posicionamiento o beneficio material. El paradigma de ese tipo de
editor es el hallazgo de un best seller que funcione como mina de
diamantes, eso va a determinar su criterio sobre las publicaciones y el
tipo de distribución que se realice, por eso la piratería será su peor
pesadilla una vez logrado el éxito.
¿Qué
significaría ser independiente al mercado? Esa es quizás una pregunta
clave, pues muchas micro-editoriales funcionan con una lógica similar a
la descrita, pero a una escala menor, es decir, crean, o aspiran a crear
su propio circuito comercial, o aspiran a competir en un plano
material, reforzando a otra escala la lógica mercantilista de la
industria cultural.
Las herramientas
nuevas, también han abierto la posibilidad de producir a mediana escala
libros a pedido: la antología de un centro cultural, la historia de una
institución, el libro final de un proyecto con financiamiento estatal,
la autoedición de un escritor aficionado, una colección de relatos de un
taller literario, etc. En ese caso no interesa la cualidad de la
publicación: ni su contenido, ni la forma en que está escrita, ni el
destino que tenga, pues el supuesto editor ha asumido el rol de
fabricante de libros, una especie de mercenario de la producción, cuyo
norte es el lucro, algunas veces justificado en sostener la edición de
textos que realmente den cuenta de creación original o de un relevante
aporte cultural: la utilización del lenguaje de las buenas intenciones,
comprado en el mercado de lo políticamente correcto.
Ser
independientes sería entonces -entre otras cosas- practicar conductas
ajenas al mercado en cada una de las etapas de la edición del libro,
estas se podrían dividir tentativamente en: criterio editorial, diseño
editorial, producción, distribución, difusión, crítica. Sobretodo volver
al sentido original del libro, ser un portador de ideas y como
retribución esperar la interacción de esas ideas con el medio,
suponiendo que existe una capacidad de reflexión, síntesis y respuesta. Y
en caso que no exista, colaborar en la creación de mecanismos y
soportes para que suceda.
Por otra
parte está el rol territorial que pueda tener una editorial, como
garante de la diversidad. Así es como muchas editoriales alejadas del
centro político y económico, han optado por escalas de producción
artesanal, pasando por el lado de los marcos legales del libro, para
publicar autores que de otra manera serían marginados de una posible
circulación, un “silenciamiento de voces”, que claramente atenta contra
ese ecosistema de ideas llamado diversidad. Poéticas que no interesan a
un discurso centralista: historias locales, narrativas que dan cuenta de
sensibilidades ajenas al ruido del neoliberalismo, cosmovisiones
alejadas de la industria cultural, en fin, ideas que no pasan por el
filtro de la cultura masiva y que finalmente son las que reflejan el
estado de salud de una sociedad. Parece que el ruido ha sabido imponer
su política de indiferencia y los ideales neoliberales han penetrado
hasta estratos profundos del pensamiento y no solamente en los
“consumidores”, sino también en los propios actores culturales. Me ha
tocado observar, por ejemplo, en encuentros de medios independientes o
ferias editoriales, un clima de falta de interés hacia lo ajeno, de
hablar mientras el otro habla, una especie de institucionalización de la
sordera y la indiferencia, como si la amputación de la curiosidad se
confundiera con un mal entendido escepticismo, y validara mediante ese
gesto, una supuesta calidad de lo propio. En ello se puede apreciar como
han hecho bien las cosas quienes quieren ver al mundo de la cultura
fragmentado, batiéndose a duelo por los pocos recursos que otorga el
estado, fabricando autores para el mercado, o intentando liderazgos a
imagen y semejanza del mundo empresarial. No me refiero aquí a que las
editoriales que optan por una lógica empresarial no debieran existir,
pero si al menos, creo que no debieran utilizar un supuesto discurso de
independencia para ocupar sitios “alternativos”, ya que banaliza los
esfuerzos y facilita la absorción por parte del mercado, vía moda, de
las actitudes naturales de resistencia que nacen en una sociedad.
Acciones concretas Vs el rol del estado
En ese panorama la idea de autogestión toma fuerza, contra lo que Lucy Oporto llama la mezquindad organizada,
es contra ese silenciamiento de voces, que puede parecer tan inocente
como un olvido, que es necesario reaccionar ante la lógica de industria
cultural, observar sus aspavientos con lejanía, crear instancias de
diálogo, compartir experiencias, difundir conclusiones, fortalecer la
autogestión y las redes de colaboración. Como se trata de un fenómeno
mundial, se han hecho ya varios encuentros internacionales para analizar
y comparar micro-políticas editoriales, Gijón (España, 2000), o EDITA
(Encuentro Internacional de Editores Independientes) que ya lleva 22
versiones. Así es como en octubre de este año vamos a tener la
posibilidad de conocer el estado de las ediciones independientes en
Argentina, Perú, Bolivia, Venezuela y Chile, en un Encuentro Latinoamericano de Editoriales Independientes a realizarse en Valparaíso y organizado por la poeta y gestora cultural Gladys González.
Es de esperar que sea una oportunidad de compartir y debatir en
profundidad las micro-políticas de cada editorial, con el propósito de
crear lazos y estrategias comunes en función de democratizar cada vez
más el libro. Si bien se trata de un proyecto financiado por el Consejo
Nacional de la Cultura y las Artes (CNCA), es necesario decir que se
debe a la habilidad de la gestión, y no a un interés nacido desde el
estado, como se expondrá más adelante.
De lo que ocurre en Santiago, debieran citarse eventos como la Furia del Libro y la Feria Anarquista del Libro,
como importantes referentes, que de sobrevivir y multiplicarse, acercan
a las personas a ideas que no pasan por el control y filtro del
mercado.
¿Cómo actúa el estado ante
esta nueva realidad de las editoriales independientes?, como es lógico,
y más aún para un gobierno de derecha, el estado actúa como
administrador de fondos, y desde esa perspectiva su principal
preocupación es que esos fondos circulen por sus venas, es decir,
promueven la formación de empresas culturales que a su vez tributen a
Impuestos Internos, de manera que el dinero “invertido” en cultura
regrese a sus bolsillos. Es significativo, por ejemplo, de las políticas
actuales del Gobierno de Chile, que en una cláusula para las Becas de
Creación Literaria (2011), soliciten la carta de una editorial
legalmente constituida, firmando un acuerdo de edición para la obra (aún
no determinada). Es curioso entonces, como el estado delega a las
editoriales constituidas, el criterio que debiera pertenecer a la
crítica especializada o a los evaluadores de los fondos, aislando de
paso a las editoriales sin existencia legal, que son las que manifiestan
las verdaderas inquietudes territoriales, como expresión natural de la
diversidad. En las bases para ediciones de libros del CNCA, las
invitaciones a la Feria del Libro de Guadalajara y los Fondos de Medios
Regionales, también se solicita la constitución legal de los
participantes, su inicio de actividades en el SII, como si el fantasma
de la evasión de los impuestos fuera la única preocupación del estado,
motivando el concepto de industria, para que nada quede sin la
supervisión económica, que a su vez conlleva un filtro de contenidos. En
resumen, en vez de reconocer las micro-editoriales como una realidad y
fomentarlas, ya que dan cuenta de contextos que enriquecen el espectro
cultural con manifestaciones de identidades locales, el estado
condiciona su ayuda a que las micro-editoriales se transformen en
organismos contribuyentes, aún cuando el lucro no sea el propósito de
esas organizaciones.
Para finalizar,
me gustaría reforzar la idea de que la voluntad editorial, llevada a
cabo mediante la autogestión y la organización territorial, es un fuerte
impulso vital, que aprovechando inteligentemente las vinculaciones con
instituciones o entre las mismas editoriales independientes, pueden
democratizar cada vez más el acceso al libro, con todo lo que ello
conlleva finalmente: vivir en una sociedad más habitable, en que los
temas de discusión y conversación no vengan impuestos desde los medios
masivos, sino desde el corazón mismo del pueblo, aunque esa palabra
cause conflicto, el conflicto siempre será mejor que la sordera o la
curiosidad amputada.
[i] A
medida que las industrias culturales adquieren una gran importancia
económica, se genera una tensión inevitable entre los objetivos
esencialmente culturales y la lógica del mercado, entre los intereses
comerciales y el deseo de un contenido que refleje diversidad. Fragmento del informe de la UNESCO Nuestra Diversidad Creativa, citado por Pablo Harari en el Primer Encuentro Latinoamericano de editoriales independientes, Guijón, España, 2000.
Felipe Moncada Mijic, Quellón (Chiloé), 1973.
Fundador y director de la revista de creación literaria La Piedra de la Locura.
Actualmente dirige Ediciones Inubicalistas y reside en Valparaíso.
En 1990 obtiene el Primer lugar, género poesía, en certamen regional SECH, Talca.
Recibe menciones honrosas en los concursos;
Colección Cuadernos de Literatura de Aconcagüa, San Felipe (2002),
70 Aniversario de las Juventudes Comunistas (2002),
Concurso Nacional Stella Corvalán, Talca (2004 y 2006),
Dolores Pincheira Oyarzún, SECH Concepción (2004),
1ª mención Eduardo Anguita, Linares (2012).
En
los años 2007 y 2011 recibe la beca de creación literaria para
escritores profesionales del Consejo Nacional del Libro y la Lectura.
Ha publicado los libros de poesía;
Irreal (2003) ediciones El Brazo de Cervantes, Santiago.
Carta de Navegación (2006) imprenta Almendral, San Felipe.
Río Babel (2007) ediciones Casa de Barro, San Felipe.
Músico de la Corte (2008) ediciones Fuga, Valparaíso.
Salones (2009) Manual Ediciones, Rancagua.
Ha sido publicado en las antologías;
Concurso Nacional 70 años de las Juventudes Comunistas (2002),
Poesía Nueva de San Felipe de Aconcagua (2003),
30 Poetas Jóvenes (2003) ediciones U. de Playa Ancha,
El Mapa no es el Territorio-Antología de la Joven Poesía de Valparaíso (2007)
fono: 90 40 59 59
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