domingo, 16 de mayo de 2010

Camilo Brodsky: yo sólo soy la sombra del obús que cayó sobre celan [borrador y fragmento]

Journalist_Raymond_Walker_arriesga_vida_cruzando_balas_puente_International_Hendaye_para_salvar_beb_.jpg


yo sólo soy la sombra del obús que cayó sobre celan [borrador y fragmento]


I remember when this whole thing began:

no talk of God then, we called you a man.

(...) All your followers are blind,

too much heaven on their minds


Judas en Jesus Christ Superstar

Es demasiado tarde. No podemos ganar. Se han hecho demasiado poderosos


Abbie Hoffman en su nota suicida


Es cierto: yo también quisiera

escribir poemas de amor de vez en cuando

dejar que el cuerpo siga la deriva de los versos

mostrar la cara tierna del Rimbaud iracundo que debiera

llevar oculto yo también en un doblez de la camisa. Es cierto,

quisiera ir omitiendo en ocasiones las estelas de aire y los

remolinos apenas perceptibles de las balas, las trayectorias

que atraviesan el puente en el que estoy parado ahora

cubriendo mi cabeza de la lluvia y los peñascos

mientras se derrumban tras de mí las catedrales

tomadas por los campesinos;

Tlatelolco brilla como un sol azteca sobre Europa y el Mapocho

nunca fue cruzado por los tanques de la Wehrmacht. En su sitio

se elevan los cercos erizados de los campos

rodeando mis deseos de salir a respirar el aire de la costa mientras fumo

marihuana o me dejo

llevar por los impulsos primarios que me inspira la ciudad —correr

a los gritos por Mac Iver: ¡son todos unos locos culiaos! ¡son todos unos

locos culiaos!—. Es cierto,

también quisiera declarar mi libertad por medio de un gemido, pero asisto

al asedio de las fortalezas que iluminan los perfiles de sus edificios con el

brillo intermitente de millones de pantallas transmitiendo porno soft y

farándula, llenando los intersticios de mi cabeza agujereada, goteante,

vaciada de los contenidos políticos que gatillaron mis

sinapsis durante años. Yo tampoco

he salido del Horroroso

ni de las mazmorras que con cariñoso afán fui construyendo en torno

de los sitios eriazos que dejaban los muertos y la muerte del

propio asombro ante los titulares de los diarios, ladrillos de la urbe

amurallada de mi mente donde los pensamientos van dejando

volutas que se repiten

maelstrom hasta el infinito sin dejarme

salir, mi cabeza es a veces un disco

rayado y algún día quedaré adentro adentro adentro adentro mientras

el paisaje gira alrededor y aumenta la velocidad de sus revoluciones

hasta convertir en manchas de color informe lo que hasta solo un rato atrás

podía bien ser un árbol, el collar de un perro el perro mismo, no una mancha

no una mancha que gira en torno a uno y se disgrega

en partículas cromáticas

si algo como eso existe o es al menos comprobable

para la física. Es cierto,

que me embarga el cansancio de manera permanente, sobre todo el cansancio

del pasado, masticar por mucho tiempo un mismo y triste, reseco

pedazo de carne correosa, ya desabrida; pero uno es incapaz de soltar presa

sin pensar el hambre que vendrá después, cuando no quede nada entre los

dientes, cuando ningún jirón los separe, tensionándolos, incrustándose en los bordes

enrojecidos de las encías en retirada, doliéndose por anticipado

por esa carne ausente, esa única carne que hemos conocido y que nos cuesta

tanto escupir sin más y seguir camino, buscando otros pedazos

de carne, quizás

incluso alguna fruta

que suelte el jugo en nuestra boca

un sabor desconocido, que bien puede ser también veneno

cinabrio, alguna oscura y pesada sustancia narcótica que duerma

tus sentidos para siempre, barbitúricos botando al cuerpo

sobre piedras lisas de una lápida que anhela en

pesadillas sepia

ese pedazo correoso de carne seca, desabrida y muerta ya hace tiempo entre tus

quijadas y el calambre que las coje desde atrás por la

mecánica acción de la mascada —ahora espero

que se seque el liquid paper

sobre la hoja que descansa a mi lado y miro

de reojo el escote

de la flaca que ingresó al Archivo,

la pendiente descendente de sus tetas,

ya cubierta por el grueso

chaquetón de tweed que se ha puesto

tras llenar un par de fichas donde consta

su interés por algún ignorado

manuscrito de autor chileno

cuya tumba yace, sin lugar a dudas,

cubierta por más polvo que el acumulado

sobre las bobinas de microfilms donde el Estado

guarda las secretas notas de su obra, las

cartas a su madre que evidencian el Edipo

que lo atormentaba dolorosamente en sus

últimos días o solo

las anotaciones fragmentarias de aquella

novela experimental que anunciaba,

adelantándose a Joyce, un nuevo

paradigma narrativo que nunca,

sin embargo,

llegaría a puerto. Es cierto que escribo

desde el ocio y el whisky. Mis manos

tienden a pender desde el centro hacia la nada, mis ojos

van perdiendo, de manera inevitable

el punto de fuga de un horizonte en ciernes. Ya no hay himnos ni

cantos luctuosos de metralla en mi futuro, la vejez

con filodendros se construye cada día en las fronteras

de esta silla y esta pieza rebosante

de libros que no leo; no me matan

este fracaso elíptico y la forma en que mi vida

ha pulido mi presente en esta roca blanda

como el talco. Duele

a veces el seguir estando,

pétreo y sin dinámica en los miembros, pero

tengo un sol para mis días y una estrella en torno

de la cual girar. Un nombre propio desgajado

de mi propia carne, y sin embargo, ya lo dije,

yo me canso mucho en este esfuerzo de la tierra,

me canso a cada instante —quizá debiera

dejar por un momento la sinapsis y los golpes,

dejarme estar echado sobre el banco de madera del Salón

Loisitschek y ahí esperar el cucharón de sopa vitalicia que el doctor

Hulbert endosó a los miembros de su Batalllón en Praga;

escurrirme como un líquido viscoso por los

bordes, los dinteles, los umbrales de las puertas, las

ventanas sobre aquellos patios ciegos en que el ghetto

alcanza en parte su total realización de cerco,

su fraseo marginal pendiendo

en la altura de postigos ya maltrechos

listo a caer sobre los cuerpos y escribir

sobre su piel cetrina la condena de colonia

penitenciaria al aire libre —las torretas de

vigilancia no pasan del

nivel del suelo en este caso: prejuicios

sobre la miseria que se arrastran

como niebla tóxica del centro a la

periferia de nuestras ciudades se

mantienen alertas ante el mínimo

gemido exhalado desde las

chabolas y cités, las villas

amontonadas en los cerros o esas casas

de fachada irregular entre las calles

húmedas y oscuras de la Europa novecentista. Es cierto, tiendo

a perderme en los meandros de mi texto —no puedo,

a ratos, seguirme ni yo mismo el paso; se acelera el

ritmo del poema, su ejercicio muscular aumenta y los

espasmos cardio-respiratorios llevan a la sangre fuera

de sus torrentes habituales: sudo entonces tinta roja mientras canto y los

tejados de arcilla crujen y se quiebran bajo el peso de la noche —el

Mitternachtsschütze, fundido en la sombra de un alero colonial,

siente el fresco aroma de la menta y el olor a pino joven del romero —disgresiones:

de su materia están hechos los senderos y bifurcaciones de la vida, en sus

vibraciones profundas se estremecen los recuerdos y la fibra de los sueños

se tensa como el cuero

de un tambor o la cuerda

en las manos del arquero —el alma

es también una tensión, una flecha o el dolor

de un miembro fantasma perdido

tiempo atrás en un terrible

accidente; tal vez el choque de la vida

con la realidad, un naufragio

sin sobrevivientes en cubierta, solo tú, que flotas

como Ismael después de Moby Dick en torno a las astillas

del bote en que una vez Ahab subió junto a su pierna sana

al tiempo que el espacio de la pierna ausente

se va llenando con el cachalote blanco, su presencia inmensa,

absoluta en las células y fluidos del obseso

que comanda el Barco del Infierno.



[Un respiro. El espacio

necesario para retomar el discurso...


El silencio después

del arrebato de ira...


El Fin del Poema, su


no-palabra —Gezinkt der Zufall,

unzerweht die Zeichen. Es cierto]



Es cierto, cierto, cierto. La ciudad

ralentiza su marcha y los flaneurs

despliegan sus cachañas por la calle.


Es el temblor

natural del cuerpo la brisa

que te anida el alma. Ay!

como corroe

las fibras los

músculos

bronquios

ligamentos. El alba

de la especie aniquilada —Ay!


que se esparce por la tierra baldía.

¡Mamuts! El oro prohibido

la paz del hogar los

retoños adorados la

mierda en el jardín. Las pulsiones

asesinas bajo la piel —un

rosario de artículos la

fama la fortuna los

dioses a tu favor la

fama nuevamente.


Este ocaso la vida su perspectiva única.


Los ajos cuelgan de nuestros

dinteles —se camina más lento entre las ruinas

los vampiros ­—¡ay, Harris!—

ya no vuelan como antes, solo cuelgan

del vitreaux que no se cae

la rejilla

que sostiene al vitreaux

esa faramalla gótica por Batman más que por

las novelitas dark que nunca entraron

a la Biblioteca Nacional, los metros

de la nuestra impasibilidad, los nuestros

metros­—, las ventanas

con postigos reforzados para no

caer por las aristas de madera blanca el aire

marino de Concón el viento beat los eucaliptos.


Todo se reduce a esta habitación, el daño

sobre el cuerpo el alma-espíritu los cuervos

los cantos de sirena los tsunamis; las lecturas

improbables de papiros que iluminen nuestra ronda.



No hay comentarios:

Publicar un comentario