viernes, 30 de octubre de 2009

La última esperanza (fragmento de la novela El Descuartizado)



No es Mirko quien redacta esto

No es Mirko quien redacta esto, lo aclaro para quienes me conocen o conocieron, sino Leonidas, o mejor Leonidas, como el héroe espartano, Adorno, como el judío Theodor, aunque esté demás inventarme ese apellido. Aquí los apellidos sirven de etiqueta para saber quien eres, de dónde vienes o por último: si tienes dinero o el respaldo suficiente. De lo contrario serás un “bastardo hijo de puta”, como me lo han dicho, insulto que ya me resbala por la grasa acumulada en el traje; cuando digo esto, recuerdo la obra de teatro “Gemelos” del grupo “La Troppa” basada en la obra de Aghota Kristoff donde dos hermanos se autoeducaban a través de golpes e insultos. Yo me eduqué en una escuela fiscal o pública de aquellas con número, D-91 (antes escuela Número 49) se llamaba, da lo mismo, después fui a un liceo público y terminé en una universidad pública. Todavía no termino de pagarla. Sigo cesante. Suena a excusa. Sigo cesante, repito. Por esto desprecio los apellidos, las castas, las familias que se repiten en la política, aunque suene a resentimiento barato o excusa de lo que nunca seré. Me quedo con esto último pues vivo con lo justo, al borde de la limosna.

Confieso que el hambre me ha llevado a escribir, a convencerme de que me interesa de sobremanera la literatura, como si no existiera algo menos lucrativo en el mundo. Comprenderá que no soy un escritor de editorial ni de catálogo de Carmen Balcells. A eso le llamo vocación. El hambre siempre despierta el ingenio, de ahí mi nuevo oficio. Pude ser monrrero como le dicen en Chile al ladrón de casas. Tengo agilidad como paciencia para esperar. Ahora, podría preguntarse: ¿Qué futuro puede tener este pobre diablo cesante, y para más remate aspirante a escritor? Respondo que vivo el presente, aunque eso no quita que sea un pobre huevón condenado a la indefensión y a la muerte, como mi recordado amigo Patricio Riveros (Q.E.P.D), escritor mendigo de la ciudad de Iquique. Por esto, para que no me pudra, por favor léame, y no pierda el tiempo, lectora o lector, en los escritos de un ex futbolista, un ministro o una prostituta, por nombrar algunos libros de moda. O no pierda el tiempo leyendo diarios mata tintas tan habitués donde la teta televisiva interesa más que un mapuche muerto. No se trata de subestimar su criterio al momento de elegir un libro o un diario, al contrario, deseo que comprenda mi odio, lo digo sin exagerar, contra aquellos que publican a través de millonarios contratos -que abultan más sus arcas millonarias- sus libros autorreferentes, sobre sus egos henchidos, sus experiencias efectistas. Dígame resentido. Lo soy. Lo peor es que no lo escriben ellos, sino que tipos como yo, escritores hambrientos. Es más, me pudren los ojos de los lectores de supermercado, ojos susceptibles a la oferta, a lo barato, ojos que reducen todo al rectángulo de una vitrina o una pantalla de televisión. Espectadores sin alma, sin memoria. Espectadores fabricados en serie por la televisión.

Para este libro imagino una caricatura del célebre cuadro “el grito” de Munch. Fue lo primero que se me ocurrió. Un grito que también puede estar en la esquina y que puede ser no de alguien pidiendo ayuda o socorro, sino de alguien descontento, de alguien que quiere expresarse a gritos, de alguien que salió del plástico. Hace poco leí que “el grito” fue robado de un museo, quizás un carterista chileno, de aquellos que abundan en Europa, de los que hacen patria. Yo lo hubiera sido para sobrevivir si hubiera estado allá. Habría sido de la mafia de los carteristas. Nos gusta eso de andar robando por allá, bien lejos de este infame país de rateros de corbata y uniforme.
Quiero vender “mi gritito”, total estamos en Chile, Latinoamérica, Tercer Mundo: insectario, nicho, patio y reserva. El mercado de baratijas está cerca, le llaman Feria de Las Pulgas, y también venden cosas robadas.

Escribo, luego pienso. Después repienso y reescribo. El método lo hace cada uno. Hay momentos que escribo como si me apuntaran con una pistola. Si paro, el maldito me dispara. Ahora siento aquella sensación. Es como pensar el final en el comienzo. Simple ansiedad. Es lo mismo que apretar el ano de los puros nervios. Estoy en un computador prestado, en la oficina de un publicista. Finjo que navego en el Google. Son las 21.45 horas de un viernes, y mi amiga, así la llamo ahora, termina como a las diez el trabajo con el publicista. Ellos están terminando de crear un mundo, un mundo para que el consumidor, así le llaman a la gente en lenguaje publicista, apela a sus pasiones básicas y entrega.

Tipos como yo aparecen todos los días. Común es mi rostro, mi piel y mi estatura. Sucede lo contrario con Mirko. Desde que dio rienda suelta a su impulso se transformó en Mirko, el (es muy pronto para revelar que es el descuartizado, pues hay que tejer suspenso).
Junten miedo: nuevamente Mirko deambula por las calles de esta ciudad. Busca venganza. Piensa ubicar bombas en lugares públicos. Sólo bombas de ruido. No tiene dedos en las manos. Los perdió en batallas anteriores. Bombas mal armadas que explotaron antes de tiempo. Deficiente planificación como soledad. Tal vez le faltó ser aconsejado por alguien de mayor experiencia. Carencias, en definitiva. Es decir no hay que tomarlo muy en serio, sin embargo es un potencial peligro. El tipo te puede hacer desaparecer.

Ahora pensará que cómo mierda puedo escribir o a dónde mierda aprendí a escribir. Soy lo que llaman: un autodidacto. Hay que expresarse de algún modo. Escribir resulta barato, no se gasta en materiales como en el caso de la pintura aunque me gustaría intentar pintar “el grito”.
El problema son los estereotipos. La mayoría de las fotos que aparecen en la solapa de los libros exhibe tipos de mirada bonachona, ni peinados ni despeinados, que en ciertos casos aprietan un cigarrillo en los labios. Visto de ese modo, el cigarrillo es como la vara de Moisés. Aquellos tipos, los del cigarrillo, dan buen jugo literario. Supongo que el cigarrillo es un bastón donde apoyarse por inseguridad. Conozco muchos escritores inseguros.
También están los de gafas con mirada penetrante, quizás soberbia. Vuelvo a esto de la inseguridad. Se creen buenos. Tiene poca tolerancia a la frustración. No aguantarían que le destrozaran sus trabajos. Bienaventurados los arrogantes, diría Moisés con un cigarrillo en la boca mirando a su desarropado pueblo. También están los risueños, pero que miran hacia abajo. Tal vez el fotógrafo les contó un chiste, algo así como: “mira ésta que tengo entremedio de las piernas”.


Soy un majadero crónico, resentido. Majadería también es que tanto yo, Leonidas, como Pedro, por el apóstol, o Joaquín, por Sabina dijo mi padre, seamos fragmentos de Mirko, el real protagonista de esto. También hay críos como Luis. Hay proyectos de críos. Es como tener piojos.
Los tres redactores, lo de redactor calza al dedo, no necesariamente somos escritores o pretendemos serlo. Me explico: Joaquín no sabe que es un escritor. No tiene paciencia. Sólo lo motiva su instinto. Usted sacará sus conclusiones. De Pedro se puede decir que escribe sólo para concursos literarios. Busca fama y viajar gratis. Lleva más de 12 años participando a nivel nacional e internacional. Sólo logró una mención honrosa en el concurso de cuentos de un ayuntamiento de España, y la fama de sinvergüenza al no justificar un dinero que le entregó el gobierno para realizar un taller literario y una campaña de fomento a la lectura. Los une claro, el resentimiento. Van por los 40 años.

No es honorable que lo diga, pero Celeste me busca, después de todo todavía siente un poco de amor aunque su necesidad responda a un arreglo de cañería de su nuevo departamento. Ella insistió que a las diez la viniera a buscar. La espero mientras ella y su amante fabrican mundos felices debajo de un afiche de “Los Simpsons”.

Entre Pedro y Joaquín los conflictos son frecuentes. Pedro nunca terminó un relato sobre una riña. La historia comenzaba en un bar, lugar recurrente en él aunque esté bastante repetido dentro de la literatura, según leí, y destacaba el hecho de que Joaquín había ofendido a la mujer equivocada (nótese a Joaquín transformado en una especie de alter ego de Pedro). “Había pensado que se trataba de una puta o algo semejante. Estaba borracho. Entre varios lo molieron a golpes, con la complicidad del resto. Luego lo tiraron semidesnudo a la calle. Sangraba. En el hospital lo trataron como escoria. Al otro día lo visitó una persona con aspecto de mujer. No hubo presentaciones. Joaquín le propuso que se la mamara. La mujer le apretó el cuello. Una enfermera gritó y llegaron los guardia” (Sólo era digno de curiosidad eso de la persona con aspecto de mujer, luego el relato se deshacía en detalles bobos algo típico de Pedro). Lo presentó a un concurso de relatos breves. Pedro tenía la desfachatez de concursar en todo. Todavía no le entregan el resultado.

Joaquín bebe como si no hubiera destino, entre medio entretiene y aconseja. Es un poetilla urbano de tetas sueltas por la sirrosis no asumida. Después se descontrola y se pierde. Puede terminar fumando droga en calle Serrano junto a unos travestis. Lo conocen. Pedro tiene claro que el mejor lugar para Joaquín es el encierro, pero esto sería su negación. Joaquín considera pretencioso y hasta amanerado a Pedro. Sin embargo habitan en las mimas cuatro paredes, bajo más sombra que sol. No tuvo empachos para tratarlo de escritor fracasado. Pedro no lo toma en serio, que es lo peor.


El problema de Pedro es su ego. Desea –en lo más hondo- sentirse un tipo inalcanzable, un poeta venerado como Neruda, un tótem en medio del Desierto de Atacama como El Cowboys, pero no tiene talento, según Mirko ¡Qué sabe éste de talento! Mirko tuvo cierta habilidad para la música, para interpretar la viola y hasta para escribir. Para las artes en general. También tiene habilidad para ajustar cuentas y pasar desapercibido, por un tiempo, digo por un tiempo pues bien vale el dicho popular: el que a hierro mata, a hierro muere.
Una mezcla de Joaquín y Pedro conquistaron a Celeste. Ambos la decepcionaron.
Después de todo surgí yo, Leonidas, la última esperanza de Mirko.



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