jueves, 5 de febrero de 2009

Manifiesto (hablo por mi diferencia )

2/05/2009 11:54:00 p. m.



Manifiesto (hablo por mi diferencia )


No soy Passolini pidiendo explicaciones
No soy Ginsberg expulsado de Cuba
No soy un marica disfrazado de poeta
No necesito disfraz
Aquí está mi cara
Hablo por mi diferencia
Defiendo lo que soy
Y no soy tan raro
Me apesta la injusticia
Y sospecho de esta cueca democrática
Pero no me hable del proletariado
Porque ser pobre y maricón es peor
Hay que ser ácido para soportarlo
Es darle un rodeo a los machitos de la esquina
Es un padre que te odia
Porque al hijo se le dobla la patita
Es tener una madre de manos tajeadas por el cloro
Envejecidas de limpieza
Acunándote de enfermo
Por malas costumbres
Por mala suerte
Como la dictadura
Peor que la dictadura
Porque la dictadura pasa
Y viene la democracia
Y detrasito el socialismo
¿Y entonces?
¿Qué harán con nosotros compañero?
¿Nos amarrarán de las trenzas en fardos
con destino a un sidario cubano?
Nos meterán en algún tren de ninguna parte
Como el barco del General Ibañez
Donde aprendimos a nadar
Pero ninguno llegó a la costa
Por eso Valparaíso apagó sus luces rojas
Por eso las casas de caramba
Le brindaron una lágrima negra
A los colizas comidos por las jaibas
Ese año que la Comisión de Derechos Humanos
no recuerda
Por eso compañero le pregunto
¿Existe aún el tren siberiano
de la propaganda reaccionaria?
Ese tren que pasa por sus pupilas
Cuando mi voz se pone demasiado dulce
¿Y usted?
¿Qué hará con ese recuerdo de niños
Pajeandonos y otras cosas
En las vacaciones de Cartagena?
¿El futuro será en blanco y negro?
¿El tiempo en noche y día laboral
sin ambigüedades?
¿No habrá un maricón en alguna esquina
desequilibrando el futuro de su hombre nuevo?
¿Van a dejarnos bordar de pájaros
las banderas de la patria libre?
El fusil se lo dejo a usted
Que tiene la sangre fría
Y no es miedo
El miedo se me fue pasando
De atajar cuchillos
En los sótanos sexuales donde anduve
Y no se sienta agredido
Si le hablo de estas cosas
Y le miro el bulto
No soy hipócrita
¿Acaso las tetas de una mujer
no lo hacen bajar la vista?
¿No cree usted
que solos en la sierra
algo se nos iba a ocurrir?
Aunque después me odie
Por corromper su moral revolucionaria
¿Tiene miedo que se homosexualice la vida?
Y no hablo de meterlo y sacarlo
Y sacarlo y meterlo solamente
Hablo de ternura compañero
Usted no sabe
Cómo cuesta encontrar el amor
En estas condiciones
Usted no sabe
Qué es cargar con esta lepra
La gente guarda las distancias
La gente comprende y dice :
Es marica pero escribe bien
Es marica pero es buen amigo
Super-buena onda
Yo acepto al mundo
Sin pedirle esa buena onda
Pero igual se ríen
Tengo cicatrices de risas en la espalda
Usted cree que pienso con el poto
Y que al primer parrilazo de la CNI
lo iba a soltar todo
No sabe que la hombría
Nunca la aprendí en los cuarteles
Mi hombría me la enseño la noche
Detrás de un poste
Esa hombría de la que usted se jacta
Se la metieron en el regimiento
Un milico asesino
De esos que aún están en el poder
Mi hombría no la recibí del partido
Porque me rechazaron con risitas
Muchas veces
Mi hombría la aprendí participando
En la dura de esos años
Y se rieron de mi voz amariconada
Gritando: Y va a caer, y va a caer
Y aunque usted grita como hombre
No ha conseguido que se vaya
Mi hombría fue la mordaza
No fue ir al estadio
Y agarrarme a combos por el Colo Colo
El fútbol es otra homosexualidad tapada
Como el box, la política y el vino
Mi hombría fue morderme las burlas
Comer rabia para no matar a todo el mundo
Mi hombría es aceptarme diferente
Ser cobarde es mucho más duro
Yo no pongo la otra mejilla
Pongo el culo compañero
Y esa es mi venganza
Mi hombría espera paciente
Que los machos se hagan viejos
Porque a esta altura del partido
La izquierda tranza su culo lacio
En el parlamento
Mi hombría fue difícil
Por eso a este tren no me subo
Sin saber dónde va
Yo no voy a cambiar por el marxismo
Que me rechazó tantas veces
No necesito cambiar
Soy más subersvo que usted
No voy a cambiar solamente
Porque los pobres y los ricos
A otro perro con ese hueso
Tampoco porque el capitalismo es injusto
En Nueva York los maricas se besan en la calle
Pero esa parte se la dejo a usted
Que tanto le interesa
Que la revolución no se pudra del todo
A usted le doy este mensaje
Y no es por mí
Yo estoy viejo
Y su utopía es para las generaciones futuras
Hay tantos niños que van a nacer
Con una alita rota
Y yo quiero que vuelen compañero
Que su revolución
les dé un pedazo de cielo rojo
Para que puedan volar.


[Este texto fue leído como intervención en un acto político de la izquierda en Septiembre de 1986, en Santiago de Chile.]


miércoles, 4 de febrero de 2009

Alto Hospicio publicada por Editorial Quimantú

2/04/2009 04:53:00 a. m.

AltoHospicio.jpg


Quimantú y la publicación de la primera novela de Rodrigo Ramos Bañados.

Hace unos meses en la red de diarios digitales de Chile, publiqué una nota sobre el interesante proyecto novelístico titulado Alto Hospicio del escritor y periodista Antofagastino Rodrigo Ramos Bañados, en ese entonces la obra ya había concluido, se hallaba cerrada como serie de aparición periódica en su blog homónimo y prometía en un último post; una eventual edición en papel por parte del grupo Editorial Quimantú . En diciembre del año recién pasado, esa promesa llegó a destino, el libro estaba editado. Unas semanas más tarde, la obra estaba en mis manos cortesía del autor.

Disfruté su lectura, aún cuando ya conocía la historia a plenitud gracias a la red, y es que la experiencia que uno vive al toparse cara a cara con un libro, siempre es especial; sobre todo si la obra que se disfruta goza no sólo de calidad y brío en su contenido, sino que en lo relativo a su edición, se percibe un respeto pleno a la elección y libertad creativa del publicado. El trabajo de Editorial Quimantú es sobresaliente, pues sin transgredir su principio base que aboga por no castigar al lector con el precio de sus libros, presenta un óptimo diseño de portada e impresión y lo más importante, respeta a cabalidad las condiciones particulares del título de R.R.B; al ser una obra nacida al alero del formato epistolar que permiten los blogs.

Intención que en primer lugar demuestra una madurez del autor al experimentar en su trabajo debut dentro de la narrativa extensa, pues más allá de lo anecdótico de diseñar una novela por entregas, a lo largo de varios meses y siguiendo la estructura de bitácora a tiempo real, con las ventajas correspondientes de intertextualidad y difusión masiva que permite Internet, R.R.B vincula lo mediático-tecnológico con su historia a fin de sacar provecho al máximo a las posibilidades narrativas de interacción con el lector; ya que fácilmente cualquier visitante podía con un simple comment tras la lectura, hacerse parte del proceso creativo e ingresar a la historia como cómplice del testimonio del protagonista, narrador-bloguero que confiesa su implicancia en los crimines de Alto Hospicio día por medio y semana a semana a vista y paciencia de los internautas.

Este factor nos permite añadir algo indispensable respecto al traspaso del contenido de la obra desde la triple w al papel, la inclusión en el libro de numerosos comentarios de los seguidores en línea de la obra. El riesgo de Quimantú en este aspecto, es saludable para la narrativa nacional, sobre todo si damos a conocer que esta novela, constituye otro estreno, no menor, el nacimiento de la colección “Creando en-señas” de la histórica casa editora.

Quimantú busca con esta línea, abrir una veta y catálogo a fin de promover nuevos talentos y apuestas creativas en la literatura Chilena. Un buen paso en conjunto por parte del autor y su editorial, pues el texto con el cual uno llega profundamente a interactuar, goza de calidad y brío.

Alto Hospicio: Un viaje al infierno de todos.

Alto hospicio de R.R.B no es otra historia al uso sobre el norte grande, no es una oda gratuita a la pampa y el salitre, felizmente el escritor demuestra un increíble bagaje como lector y cinéfilo, además de gran valor y capacidad para asumir creativamente la apuesta total de mirar directo al abismo y enviar desde allí sondas que hablan a su destinatario de la otra cara de Chile y en especial del desierto con un rostro menos placentero y para nada romantizado; pulcro gracias al esplendor de la minería, el fragor de aquellos sufridos hombres de trabajo y los procesos histórico-sociales de hace dos siglos.

Rodrigo Ramos opta por explorar como un solitario viajero del delirio otra veta, los límites de lo fronterizo son su obsesión y ello se aprecia en todas las dimensiones de la novela, lo cual dota a esta de una gran riqueza en cuanto a estilo y diseño. La pieza en su origen multimedia se plantea como un mecanismo arriesgado que se comunica con sus posibles lectores a través de estrategias textuales que desafían ante todo, las convenciones de la ficción, al hacer como ya mencione, del receptor un cómplice de los hechos narrados, un silente vouyeur poniéndose de primera mano al tanto de las confesiones de una mente también fronteriza, una consciencia al límite de la sanidad a la cual se puede interpelar como narrador/bloguero siendo un lector/activo con un comment directo, minutos después de colgado un capítulo/post. La edición en papel recoge ese sentir al respetar las fechas y las opiniones tal cual se publicaron en reacción a la voz del protagonista que usa el medio electrónico para desahogar su ambivalente culpa, la que hora a hora, nos revela a un decadente y aplastado periodista radicado en el norte, fracasado en su primer matrimonio, lascivo y dedicado en su pasado inmediato a escribir notas sobre asesinos seriales famosos tales como Chikatilo o Garavito, columna apreciada por Julio Ceballos, y primera instancia para el nexo de ambos. El fanático acérrimo de Luis Dimas, se vuelve gracias a esas notas, chofer incondicional del decadente reportero demostrando que tras la fachada de prolijo taxista reposa un depredador en serie que cobraría la vida de numerosas jóvenes en Alto Hospicio, llegando a ser condenado y remitido a la prisión de Acha en Arica. El periodista por su parte que termina por convertirse en copiloto del viaje sangriento de Ceballos, justifica su grado de implicancia como testigo, incitador y encubridor de los violentos asesinatos, a través de la labor que realiza como periodista, pues al igual que un fotógrafo de NatGeo no está en sus manos intervenir ante las fuerzas de la naturaleza que privilegian la ley del más fuerte.

El abordar de esta manera el delicado tema que constituye una página negra en la historia policial y humana del país, sin atenuar la sordidez del caso, sin filtrar la oscuridad inherente del demencial submundo que duerme en alto hospicio, infame sexto mundo brutalizado por la indiferencia cruel y explotación del tercer mundo que es Iquique, Ramos Bañados, libera a la pieza de toda retórica y lugar común que tienden a parcializar el tema buscando dirigir las impresiones del lector hacia la conmoción a favor de las víctimas y el repudio total y satanización de un solo culpable; cuando el psicópata, más allá de ser impulsado por la sublimación personal de sus deseos, encuentra un contexto idílico para desarrollarse al amparo de la psicopatía social y morbosa, en que todos jugamos desde la acción y exceso de bulla al silencio y vista al lado, un rol sutil. Papel que R.R.B desnuda sin concesiones, mostrando los labiles pilares, otro borde frágil, frontera que horizontalmente nos balancea sobre un matadero y hecatombe que preferimos no ver, o dejar sepultado en la memoria; tal como dijo Bolaño en una de sus últimas entrevistas cuando le preguntaron qué consideraba era el infierno a lo cual él escritor respondió, es como Ciudad Juárez, que es nuestra maldición y nuestro espejo, el espejo desasosegado de nuestras frustraciones y de nuestra infame interpretación de la libertad y de nuestros deseos. A lo que se puede añadir además una frase del protagonista de Alto Hospicio para entender ese infierno latente y cotidiano que… “espera como los muertos, en lo más hondo del mar”.

Autor: Daniel Rojas Pachas

Publicado en: La Santísima Trinidad de las cuatro esquinas.



lunes, 2 de febrero de 2009

EL REGRESO DEL ARCÁNGEL HUGO CORREA

2/02/2009 11:56:00 p. m.


EL REGRESO DEL ARCÁNGEL
HUGO CORREA

El cohete autómata «Arcángel», bastante estropeadas sus antenas y pantallas, descendió con lentitud en medio de una atronadora nube de polvo que esfumó su silueta. Pronto la astronave empezó a perfilarse en medio del remolino, dibujándose borrosa contra el sol en descenso.
Volvió el polvo al suelo.

Se abrió una escotilla en la proa del «Arcángel», y las trompetas esparcieron una alegre llamada.
Luego una voz potentísima atravesó el espacio, despertando ecos en unos lomajes vecinos:
—Hombres del futuro: a fines del siglo XX vuestros antepasados me enviaron a girar en torno a
la Tierra por un período de diez mil años, al cabo del cual debería volver para saludar a la familia
humana. Aquí estoy de regreso. Mi aspecto es, más o menos, el que tenía cuando emprendí el viaje.

Quizá mi figura os parezca un poco pasada de moda. El día que zarpé la humanidad pasaba por un período crítico: por primera vez en su historia el hombre tenía conciencia de poseer los medios para destruirse a sí mismo en forma integral. Se vivían momentos angustiosos, porque muchos temían que el hombre no supiese elegir. La voz que os habla es la de un hombre de ese tiempo. ¿O habéis dejado de utilizar el lenguaje hablado para sustituirlo por la telepatía, como muchos fantasistas suponían en mi tiempo? Pero no os aburriré con mi discurso, porque de seguro sois gente muy ocupada. Abriré mis escotillas y todo mi cargamento queda a vuestra disposición. Si bien lo mecánico que llevo puede parecer anticuado, los productos del genio humano merecen vuestra atención. Podréis oír a Beethoven, leer a Shakespeare, contemplar reproducciones de Miguel Ángel, Rembrandt, y muchos otros. Sin necesidad de largos trabajos arquelógicos tendréis a mano las magnas producciones de veintiún siglos.

»Una vez más os saludo, hombres del futuro.
Nuevamente las trompetas derramaron por la llanura sus alegres sones. Las notas murieron una a una en los últimos confines del horizonte. Se abrieron las escotillas del «Arcángel» y un tecle
empezó a depositar en el polvo, una a una, innumerables cajas y bultos cuidadosamente embalados, que formaron un montón de creciente tamaño junto a las toberas.
El sol comenzó a hundirse en el horizonte. Sus rayos iluminaron la brillante astronave y la
eficiente labor del tecle, hasta que éste dio fin a su actividad automática; lanzaron por último una
mirada rasante a la quietud final del cohete.

Un viento bajo sopló sobre la llanura: se levantó polvo y, aunque el astro rey se hundiera en
lontananza, el presente de los hombres del siglo XX desaparecía bajo una fina capa de cenizas.

domingo, 1 de febrero de 2009

EN EL MUDO CORAZON DEL BOSQUE (Colaboración de Arturo Volantines)

2/01/2009 03:46:00 p. m.

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EN EL MUDO CORAZON DEL BOSQUE


Fresco el texto, recién retirado del Fondo de Cultura Económica; me meto a una taberna y de un trago largo e intenso me lo leo: En el Mudo Corazón del Bosque, de Jorge Teillier. Este libro póstumo, de poesías creadas en distintos años, incluso con un poema escrito por el autor a los 17 años; me acerca nuevamente a la intimidad del poeta y a mi propia interioridad.
Poemas que aquí aparecen como “Estación Sumergida”, “Conversación con Evtushenko”, “Cuartetos Imperfectos a Heidi Schmidlin” son de factura, por la sencillez y la sinfonía del mundo posicionado por el poeta, por la despreocupación en la construcción de los versos a favor de una frescura expresiva y por la niebla -que recorre toda la obra de Jorge Teillier- haciendo eterno a sencillos hechos: "como soplando las semillas de un cardo/ echaste a volar por la tierra tus palabras..."; y volviendo, además, cotidiano a lo histórico y a lo noticioso, como lo puede percibir la muchacha que espera ver una estrella desde la ventana de su pueblo.
La tradición es uno de dos paradigmas en que sustenta esta poesía. Lo lárico, es decir, la poesía que deviene de los ancestros tutelares, y no sólo de la ruralidad. Muchas veces Jorge Teillier tuvo que aclarar que la poesía lárica podía ser de la ciudad, de la montaña y del litoral. Por eso, prefiero el concepto ethós, porque expresa mejor la espiritualización de la vida. Incluso, el poeta consideraba el bar como un lar moderno, donde se comparte y se viaja como si éste fuera un barco y los parroquianos fueran sus tripulantes. La poesía del hogar y del coloquio tiene mucha informalidad. En esta poesía las cosas cobran vida: los bosques, los trenes y los aprecios. Lo extraordinario: hay una "puesta al día" de las honduras del pueblo, sin tensionar los versos y sin las piruetas culteranistas.

Lo local y lo pasado le determinan cierta atmósfera, inclusive en este poema escrito a los 17 años. Veo en lo perdido la verdadera sustancia de su poesía. Se refiere a lo que ya no vendrá, con cierta nostalgia y mucha niebla constituyente. La inconformidad le respira. Esta poesía es subterráneamente rebelde, tiende al encuentro de cosechas mejores. Por lo tanto, debajo de la lluvia y de los potreros abandonados se puede ver el verdadero optimismo del poeta por tiempos angélicos y frutosos.
El poder de la poesía chilena, como una armada bajando del océano del cielo, se verifica exitosamente aquí. No puedo dejar de sentir niebla por lo leído, pero también alegría por el canto original y tradicional de Jorge Teillier. Creo que esta poesía salvará, corregirá al decir de Seamus Heaney, a Chile de caer en una sociedad fáustica. El ethós diezmado casi no lo vemos, pero en la poesía del patriarca "silbando en el bosque" afortunadamente nos alumbra, como un lúcumo bailando florecido: prometiéndonos algo más que la muerte colgando de un segundo.

Arturo Volantines


sábado, 31 de enero de 2009

EL FONDO TIBIO DE DIOS EN LA ARENA

1/31/2009 05:24:00 p. m.

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EL FONDO TIBIO DE DIOS EN LA ARENA


¡Qué hora para salir! ¡Si se pudiera quedar bajo los árboles! Al otro lado sentía que algo estaba intranquilo; percibía el mar sin sonoridad, sin encanto, con presunción de importancia. Era cálido el aire y se notaba la queja por todas partes. La arena bailaba abrasada y el hastío también, desde su fondo cansado. Porque sentía que algo se había roto en él y en todas las cosas.

¡Aquél era su descanso!, no poder resistir ese deseo o no querer
resistirlo. Se apoyó en la puerta. Saldría al sol, a la arena seca y al aire cálido y luminoso. Llevaba todo: el breviario y el sombrero de paja. "¡Si pudiera acompañarlo Ignacio!" Pero aquel amigo sano y primitivo no había aparecido en todo el día; aquel ser que reía caminando a su lado y se entregaba a esas tardes cálidas a través del camino, ¿no volvería nunca? Sin pensar lo llamaba en medio de su tedio, le hablaba con los labios cerrados.

Salió al sol, sin querer, movido por un impulso irresistible. Sentía algo hueco, falto de materia, como un aburrimiento indefinido. Anduvo por la huerta hasta la entrada de la playa. Bajó a la arena y se quitó los zapatos; se enrolló la sotana a la cintura y fue hacia el agua lentamente. Al mismo tiempo rezaba. Dentro de lo suyo se sentía mejor. Caminó por la orilla húmeda sintiendo la sal pegajosa en las pestañas. Estaba solo, entre el Señor y el mar, lleno de la plenitud que le hizo gustar el padre Pablo, de ese
misticismo que había digerido durante aquellos años. Ahora se manifestaba de manera espontánea como si no hubiese tenido génesis ni desarrollo.

Aunque no, no era lo mismo; esto era algo más tocable, tocable como el mar, como la arena húmeda bajo los pies. Y bajo los pies su sombra, la sombra de él mismo reflejada en la tierra como un lazo. Quizás sin ese misticismo no tendría fuerzas para seguir. Necesitaba lo otro. Se hacía poca la fe.

Tropezó con los pies descalzos en unas algas que había arrojado el mar.

Puso el breviario en el bolsillo y pensó: "¡Si por lo menos estuviera Ignacio!
Pero no era eso lo que le faltaba, era otra cosa, que sentía dentro de él. Era eso antiguo, saboreado miles de veces. Porque a pesar de tantos años estaba insatisfecho; no había tranquilidad porque eso no se manifestaba, porque no se había formado. Cuando fuera tomando forma comenzaría a morir y todo iría pasando poco a poco. Al llegar le diría: "Ya estás aquí, para librarme de esta desazón"; y lo vería venir por las aguas hasta llegar a la orilla; y se acercaría diciéndole: "Te sigo". ¿No había pronunciado estas palabras ante el altar al ordenarse? Sin embargo, aquí deseaba, quería verle, a la orilla del mar tenía que verlo. Lo buscaría. —"Esta ansia antigua"—; que le contuvo las manos y el pensamiento. ¿No huía del lecho cuando sus manos temblaban? Y todo eso porque alguna vez lo pudiera ver, por tocarlo, porque le manifestara físicamente su mandato: "Ven y sígueme".

La sotana caída se mojaba cada vez con las olas, se mojaba como los pies en la sombra. Todo estaba lleno de luz, cargado de sal, igual que el aire primaveral está lleno de polen. Su reflejo era húmedo y pálido; daba la sensación de esas luces polarizadas del otoño que no son luces sino cansancio de luces, anual agonía de todo lo brillante, descanso final de una claridad confusa. Y eso que era verano y mediodía y caminaba por la playa sintiendo aquel flagelo pesado. No se paralizaba el antiguo anhelo dentro.
Caminaba porque con el movimiento tenía la sensación de ir a alguna parte, en busca de algo. Quiso continuar con su breviario y se le hizo pesado por primera vez. El no estaba ahí, Ahí estaba plano, metido en una liturgia pedagógica. Quería ir al principio, a lo primario, donde El estaba con volumen, místico y lleno de fuerza, vivo en el interior del pensamiento, incorporado ya a sus estratos permanentes.

Duda con ansia en el camino. La última duda que tenía que ofrecer costosamente, ansia a la que tenía que renunciar para seguir adelante sin nada.

No lograba volver por los caminos que lo habían llevado hasta ese punto. Antes aquello se iba gestando y el ansia tenía fuerza y podía crecer.

Ahora, ya formado, rugía en el fondo.
Se pasó una mano por las cejas sudorosas y se vio envuelto en una luz blanca y amarilla que pasaba a través del sombrero. El mar sonoro y limpio se movía tembloroso en lo profundo de su paz inconciente. Mientras tanto, él recordaba el camino. Su vida verdadera, con un sentido desde el principio. El sentido sensato, formal y positivo. Sus estudios de teología, el padre Pablo, su vida casta y la lucha contra las manos temblorosas. Todo eso
estaba concluido y empezaba otra cosa. Había sido una calle de pocos años en que el paisaje cambió poco. Al principio, las cosas surgían sin tropiezo exterior, sin trascendencia, sin sobresaltos. Sólo que en lo íntimo, allí donde todo se cerraba cuando dolía, estaba el daño que amenazaba todo, el sentido, la paz y el equilibrio. Ahora quería que se abriera y saliera vaciándose. Todo. Lo quería sin pensar. El ansia era más grande que el pensamiento. También lo lamentó por muchos años: "¡Este Dios invisible!".

Oyó el mar unísono, sin cambio, vuelto sobre su propio ruido. "Quizás está ahí la solución de eso. ¿No podría llegar a El si me fuera, por el mar?" Y miró su sombra en la tierra.

El dolor se incorporaba a aquel estado de ánimo como un florecer nuevo, quebrado, prendido a un dominio" de su constitución interior. Se preguntaba el por qué de aquello y un presentimiento que nacía con una sensación de aborto le respondía fuerte, dominante. Volvía a sentir la placenta de la cual había nacido su fe, volvía a tocarla cerosa y viva junto a aquel despojo que hizo nacer. Y no gritaba. Su hora se manifestaba por última vez de una manera definida. Todo volvía desde el interior, todo pesaba. "Aquella hora, —se dijo—, aquella última hora; iré y me aferraré a
mi último sentido". Porque una nueva, astucia comenzaba a actuar buscando la salida; una nueva fe, construida sobre los escombros de la otra, se levantaba ingrávida desde el fondo mismo de su muerte, un hálito renovado, una simiente joven. Aunque también, eso, producto necesario de su seguridad, tenía la nueva conciencia; era un fruto que se gastaba entre los hombres, que hablaba de respirar, de moverse, de gustar el sol y la arena quemante.

Sin embargo, continuaba rezando. En un acto involuntario repetía las palabras de los libros como si su naturaleza se disociara en dos partes y una de ellas cayera, mientras la otra se relegaba a la inconciencia. El fervor presente estaría condenado al hastío de mañana. El límite de Dios alcanzaría la punta de su lengua y caería estéril en la arena ardiente. De pronto pensó:

"Este aburrimiento indefinido".
La arena tendida desde sus pies, el cielo que descansaba ocre sobre ella, lo envolvían en esa luz de oro que revelaba un mediodía fatigoso, un mediodía que marcaba una ruta sin señal, turbia. Era la hora en que las cosas dan esa ¡sombra definida, exacta, formada como el propio cuerpo. "La piel marca también el término del alma". Se sorprendió sonriendo. "El alma... ¿y después?... más alma". Antes la sentía como un mineral tembloroso; esa latencia que le alimentaba el cerebro y lo regaba acallándolo. Pero al fin, el alma, esa cosa hermética, aquí no latía.

Una bandada de pájaros pasó por el cielo oscureciéndolo. Ya no veía su sombra; sólo el ruido de alas, miles de alas avanzando... En seguida, todo se calló y no hubo para él más que un golpe que parecía venir del cielo como un pájaro, una presión que se materializó en su espalda, al lado del cuello, igual que una tenaza viva.

El ruido de alas pasó y el golpe siguió ahí, puesto, doliendo
como herida. Lentamente bajó la cabeza. Su pensamiento rápido, rapidísimo:
"¿Qué es esto?... pero... ¡no puede ser!" No se sentía. Todo su cuerpo estaba en la presión que tenía en el hombro; en el peso vivo, medible y doloroso.

"Sí, era eso. Al fin, era El, que lo tocaba, era El, El..." cada vez más fuerte, como pegado. "No importa, es El, El... ¡Perdón!" Fue sintiendo el orgullo de las mejillas húmedas y el peso más ligero, más ligero. "...Bueno, bueno, es esto, así es el fin". Respiró. Y como si nada cambiara se vio tirado hacia adelante. Cayó sin mirar, despacio, con la mitad de los hombros. Se empezó a volver, poco a poco, como no atreviéndose. Y a través de las lágrimas vio la figura plana y fulgente de Ignacio. Lo vio sonriendo, todo en un instante.

Luego vio su mano amable, solícita:
—¿Qué le pasa, padre? —y se arrodilló— ¿por qué llora?
—No, nada... deja. No me pasa nada.


Santiago, Mayo de 1960.




viernes, 30 de enero de 2009

Fragmentos de Una Carta de Claudio Bertoni

1/30/2009 11:39:00 p. m.



UNA CARTA

I

Todo es curioso. Pero hay unas cosas más curiosas que
otras. Tú no eres curiosa. Yo no te catalogaría de curiosa.
Te catalogaría como medianamente chica. Como
eternamente ciega. Sin embargo, catalogaría de curiosas
ciertas circunstancias de nuestra relación. Cuando dije que
te catalogaba como eternamente ciega no fue mi intención
ofenderte aunque estoy seguro que te sientes ofendida,
precisamente por eso: porque siempre serás chica (o
pendeja como sabes que te diría). Querer a una persona
chica, como es mi caso, es una cruz ni más ni menos
cansadora que otras. Pero tiene sus bemoles que son
desalentadores hasta el punto de asomarse uno a la
desesperación lisa y llana. Tú no te imaginas, ni siquiera,
que no te imaginas el daño que me has hecho al decir
cosas que yo me imagino tú te imaginas que no son
dañinas. Tú no te imaginas que podríamos vivir, yo a tu
lado de un lado para otro y de rodillas como si estuviera
pagando una manda en la gruta de Lourdes cuando tú vas
al baño, cuando tú vas a la cocina, cuando tú vas al living.
De rodillas pidiéndote que comprendas, que te fijes, que te
des cuenta que ando de rodillas, siguiéndote a todos lados
en nombre de algo. Cuando digo que morirás chica me
refiero a que no te has dado cuenta y que no sabrías, si me
vieras, porque ando a tu lado de rodillas. Cuando digas que
todo esto es literatura (como sueles hacer), también
pensaré que se debe a tu constante a medias ceguera y con
el tiempo te volverás chica for ever. Ser chica no es malo. Al
menos para ti. Para mi sí. Aunque no tanto. Yo debo actuar
por fuera. Ver la estrategia. Olvidarme de las tripas.
Olvidarme de la Santa Bárbara. Debo concentrarme en los
desplazamientos y en lo que veo desde ahí. Debo
entrar (y lo antes posible mejor) en el terreno de lo que
Pavese llamaba la astucia. Tú no dejas otra salida. O es tu
maldad o es idiotez (no mucha, pero idiotez al fin), la que
no deja que yo me porte con más inteligencia o
naturalidad contigo. ¿Sabías tú que Rilke decía que la
misión del poeta es "ocultar la belleza"? ¿No es raro eso?
¿No pensarías tú, y yo, y todo el mundo, que se trata
precisamente de lo contrario? ¿Si tú estuvieras envenenada
(o cualquier cosa), si tú fueras una víctima de la peste.
¿Cómo hablarías? ¿Si tú estuvieras en una situación que ha
hecho imposible tu libertad ¿Qué harías? ¿Cómo hablarías
de tu opresión? ¿Qué palabras? ¿Qué tono escogerías?
¿Cuándo escogerías la hora de levantarte y salir a hablar
con alguien? ¿Cuándo sería la hora de tomar una hoja y
escribir una carta? ¿Cuándo sería la hora de decir algo por
escrito? ¿A nuestro diario íntimo? ¿A nuestro cuento? ¿A
nuestra novela? ¿A nuestro testamento? ¿Y qué habría que
decir? ¿Habría que salirse por dónde? ¿Y cómo? De uno
mismo y de la opresora irrespirable cansadora y
sempiterna situación? No sabes cómo vivo. Y deberías
saber. Porque ya te lo he dicho. Y aquí estoy esperando. Tu
boca se abre y no dice nada. ¿Nada es lo que dices? ¿Nada
es lo que sale de tu boca? Y yo estoy siendo astuto. Uno
escogería. Y yo no escojo. Termino aceptando la versión de
cualquiera en nombre o en honor a su desesperación. El
resultado está a la vista. No puedo huir de lo que has
hecho. Ni de lo que harás por mucho tiempo. Sin embargo,
puedo aplaudirme. De abrirte en canal como te abro. No
quiero que nadie más lo haga. No estropearían nada.
Lograrían eso sí, un rizo más, un recoveco más, en la
enredadera de los mal entendidos que a ti te sirven de guía
y escalera. No puedo hablar contigo. Tú has perdido la
memoria. ¿Es posible hablar con el hueco que ha dejado
en tu cerebro la memoria? Hoy día eres así. Mañana
tenemos un gobierno sui generis con nuevas leyes sui
generis y con una sibilina hembra desnuda de secretaria
general del flamante partido comunista y Ludovico en el
poder? ¿Has jugado alguna vez? Cuadro de San Sebastián:















II

Un amigo está bien. No es gran cosa, pero está bien. Una
mujer puede pasar. Pero una mujer con la que sabemos
qué pasará. Eso nos tranquiliza: qué pasará. No me refiero
a lo que tú ni nadie, ni yo incluido, creamos. Todo el
tiempo se trata de lo mismo y eso: de intentar dejarse uno
afuera de lo de uno. ¡Qué libertad entonces! O qué
servicio a la humanidad o al que casualmente lo descubra y
sorba y chupe esta costilla o fruta que flota libre como un
zapato lanzado fuera de una ventana y que uno puede
alcanzar y morder estirando ascética y
cinematográficamente el gaznate. Paz no puede haber
donde tú rondes. Donde tú mores. Donde tú te des vuelta
persiguiendo tu propia cola larga y flaca. Puede haber un
momento en que cansada y blanca logres una trenza
morena o un gato que ovillar en un choapino y te ovilles,
por fin, como una cosa junto a la cama. No creo en lo que a
mí me pasaría con tu epidemia, con tu leucemia. Creo
apenas y vagamente en lo que a ti te pasaría. En lo que a ti
te bajaría el moño. En lo que a mí me perdería. En lo que
a ti te perdería.


III

No tienes perdón de Dios. Ninguna mujer lo tiene. Si yo
entrara, minuciosamente, en tus cartas. Si yo te mostrara,
si yo abriera tus frases, tus palabras, tus oraciones. Si yo
abriera tus cartas como a un baúl y sacara lo que hay
dentro de la caparazón de la enredadera de las palabras. Si
yo descifrara un solo fragmento que vive hace más de
medio año en la punta de mi lengua, de una de tus cartas.
Si yo te contara lo que tú me has dicho en tus cartas. Si yo
te molestara explicando, minuciosamente también, cómo
ha penetrado en mí, capita por capita, vasito capilar por
vasito capilar, el veneno del contenido para mí de las
palabras de tus cartas. Eso te haría entrar en mis complejos
y en mis deficiencias. Te haría entrar un poco en lo que has
olvidado. Te haría entrar en lo que a lo mejor has creído
sin darte cuenta o mejor, ignorar. Me refiero a posar tu
mirada sobre mi espera. No puedo hacerlo de otra manera.
Viendo hasta donde no es posible mostrarte a ti ¿por qué?,
menos que a nadie. Viendo hasta donde no es posible
hundir la lengua en la boca de nadie. Viendo hasta donde
no es posible ponerte al tanto a ti menos que a nadie. No
es posible fotografiarme lo mismo que no es posible
fotografiar el comentario de tu flamante y deleznable
amiga. Esto es defensa propia. Es otra conciencia, y con
razón, la que poniendo sus brazos bajo mis axilas me
arrastra retrocediendo rumbo a la puerta de dos hojas de
mi casa o pieza. Lo que ahí sucede para mí es pan comido.
Sé lo que me pasa en la misma medida que sé lo que no me
salva. Y es de lo que se trata: de que no me salva. De que
no usaré las palabras que contienen lo que me nutre roe y
draga, en los diccionarios.
No nos daré o proporcionaré el placer. No te daré un
placer. Ni siquiera éste. Ni siquiera ése. No me daré a mí el
placer. Aunque nada más sea un temeroso umbral del
proceso al que un etéreo intestino delgado y grueso se
vuelve a suplicar o a mirar en la insistencia de su cordura
que perdura y durará.