El interregno
Habitamos
el segundo interregno de la Literatura Chilena. Hace siete años salió
publicado póstumamente 2666 y desde entonces, hay un consenso que no hay
una nueva estrella en el panorama de nuestras letras. Atrás ha quedado
el tiempo en que la obra de titanes como Manuel Rojas convivía con la
de otros grandes como Droguett o con la del propio Donoso. Eso es
borrosa y lejana historia. Aquellos que tenemos cuarenta años o menos
solo tenemos conciencia de los dos reyes: Donoso y Bolaño. Escritores
que estaban por encima de todos los otros, que crearon oleadas de
discípulos: los donositos y los bolañitos, y que tienen su nombre
asegurado en los libros de Lenguaje y Comunicación que nuestros
descendientes estudiaran (y repudiaran) allá en el futuro.
Por
supuesto, aspirantes al trono no faltan. Más de alguno ha oído, bajo
la falsa seguridad de cuatro paredes, decir a alguno de nuestros
escritores: “yo seré el próximo Bolaño”. Tal declaración encierra a mi
parecer un cierto fatalismo, pues de seguro que ni Manuel Rojas pensó:
“seré el próximo Baldomero Lillo”, ni Bolaño alguna vez dijo: “seré el
próximo Donoso”. Sospecho que pensar que la propia grandeza viene de la
imitación o el remedo de otro escritor es acaso la mejor declaración
solapada de la nulidad de un autor hacia su propia originalidad, a su
capacidad de ser grande por sí mismo.
Si
revisamos el primer interregno, desde la desaparición de Donoso en 1996
hasta la aparición de Los Detectives Salvajes (1998), transcurrieron
apenas dos años. Fue un interregno breve cuyo fin no se aceptó con
facilidad. La aparición de los Detectives Salvajes, recuerdo, fue
recibida en esa época con incredulidad y una cierta molestia. Era
inconcebible que un poeta proletario sin nexos o contactos con el
establishment nacional hubiese ganado uno de los premios literarios más
importantes: el codiciado Herralde de Editorial Anagrama.
Por
lo mismo, hubo resistencia hacia el nuevo rey. Hacia el Nuevo Amo de
la Literatura Chilena (NALCH). Por suerte, para esta minoría, Bolaño no
tardó en dejar libre la vacante victima de una enfermedad hepática. Ya
nadie les podría volver a decir que su obra era siutica y mediocre, o
no al menos, nadie que ellos consideraran con la suficiente autoridad.
La vacante del NALCH quedo libre de nuevo, aunque con la salvedad que ya
nadie era capaz de subir los peldaños que conducen al trono con la
facilidad que lo hubieran hecho simplemente desde la desaparición de
Donoso.
Eso,
supongo, es lo que nos ha conducido a este largo interregno de siete
años y contando. Nuestros grandes autores revisan las 1126 páginas de
2666 y se vienen abajo. Les gustaría decir que ya nadie publica esas
grandes novelas y que con sus novelas de 180 páginas podrían ellos
perfectamente ser coronados como nuevos reyes, pero al otro lado de la
cordillera se siguen publicando obras monumentales[1]
(como Los Soria de Alberto Laiseca o Los Living de Martín Caparros), y
no, no es admisible, no son los tiempos, sino los propios autores los
que no logran ponerse a la altura.
¿Cuánto
durará este interregno finalmente? ¿Cuándo aparecerá el nuevo NALCH?
Bolaño en 2666 pone en la boca de unos de sus personajes esta cita: “si
apareciera un nuevo Kafka me echaría a temblar”. Guardando las
distancias, supongo que habrá que esperar con expectativa y atención
solamente la aparición de nuestro nuevo rey, o acaso, acostumbrarse al
pueblo de casas bajas, al pueblito pintoresco, conformista y tan pagado
de sí mismo que ha sido desde entonces la Literatura Chilena.
Andrés Olave
[1]
Por supuesto no es necesario que una gran obra tenga tantas páginas.
El guardián en el centeno de Salinger tiene algo más de 250 páginas. Es
su resonancia general como gran obra la que en realidad lo avala. Por
supuesto, esto tampoco ha sucedido últimamente con ningún libro de un
autor chileno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario