jueves, 28 de abril de 2011

Últimos trazos sobre Gonzalo Rojas [Andrés Olave]

4/28/2011 11:35:00 a. m.

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Ultimos trazos sobre Gonzalo Rojas


Solo una vez vi a Gonzalo Rojas. Tenía 18 años y en el paseo universitario de Republica, sentado en el pasto junto a otros compañeros vimos pasar al poeta, que en aquel entonces hacia clases en la Andrés Bello. De la cintura para arriba, parecía un correcto caballero: camisa blanca, chaqueta de paño café y la ineludible boina negra. De la cintura para abajo vestía unos pantalones de algodón, holgados y de un color naranja que lo diferenciaba de cualquier otro transeúnte. Un amigo lo reconoció e hizo hincapié que acababa de ganar el premio nacional, lo que en efectivo se traducía en unos seis millones de pesos. “Vieron” nos dijo ese amigo “la poesía paga” aseguró mordaz y volvió a su manual de derecho tributario, el mismo que ahora le debe estar dando generosos y aburridos réditos. Fue mi único encuentro con Rojas: ver como se alejaba a paso lento, sosegado, por las veredas repletas de adolescentes despampanantes que acaso miraría él (o no) de reojo. Desapareció entre la multitud, aunque si uno se esforzaba, podía verlo aún, el brillo espectral de sus pantalones anaranjados recortándose a la distancia.

***

Diez años después, en Antofagasta, en una noche de vino en caja y cervezas Escudo (la juventud para mi entonces, aún proseguía), discutiendo con poetas antofagastinos (o ex-poetas, vaya uno a saber a estas alturas) sobre que autor que había ganado el Nóbel era el mejor, que escritor chileno era el mejor, cual era el mejor cuento de Bolaño y otras fruslerías por el estilo, agotado por el vino barato o por el humo del cigarro o por lo superficiales que éramos al abordar temas que debieran ser profundos, o por todo eso junto, fue que me escurrí hacia la esmirriada biblioteca del dueño de casa, donde, entre volúmenes de Cortazar, Edgar Allan Poe, Rulfo, Lovecraft y Eduardo Galeano, vi aparecer la Antología del Aire. “¿Me lo prestas?” pregunté interrumpiendo el discurso del dueño de casa que se afanaba por pregonar a las tres de la mañana que no había genio más grande en la historia literaria de Chile que Pablo de Rokha. En el acto su filípica se detuvo. “¿El libro de Gonzalo Rojas? ¡Nunca! ¡Es mi libro de cabecera –se defendió–. Antes de dormir, todas las noches, leo uno de sus poemas”. Me encogí de hombros y asentí, simpatizando con su causa. Debí esperar a que el dueño de casa se quedara desmayado sobre la mesa, borracho de cerveza, para echar el libro a mi mochila y partir.

***

Me demoré como un año en devolverle la Antología del Aire a ese borracho. Menos por dejadez o pereza, por lo mucho que me gustaba el libro. Poemas que parecían haber sido escritos con aparente sencillez, que hablaban de encuentros amatorios entre lesbianas, de cómo el dinero corroe nuestras vidas o de dragones enamorados del zafiro de tus ojos. No soy ni de lejos un critico de poesía; en realidad, lo único que puedo decir respecto a esos poemas es que muchos de ellos me emocionaron, me divirtieron, me asombraron y me acompañaron en aquellos días oscuros. Acaso, con el paso del tiempo lo abandoné lo cambie por nuevos libros y autores, pero el poeta, como un viejo amigo, siguió vivo en mi memoria.

***

El martes, el recuerdo volvió de nuevo, y rápidamente se vino abajo. Se había marchado el poeta, rumbo a otros destinos, otros cielos. Leí la noticia en un saturado twitter entre los que se colaba la noticia de que iban a velarlo en el Museo de Bellas Artes. Fue tanta la efervescencia en la red, que imaginé largas filas en las afueras del museo, sentidos discursos en las escalinatas de piedra, ríos de flores junto al féretro, todas las lagrimas del mundo para despedirlo.

***

La realidad, cuando llegué al lugar, resultó harto distinta. No había fila, ni siquiera demasiada gente. Coronas si, por montones, pero los deudos raleaban peligrosamente: cuatro personas sentadas en medio del inmenso salón principal del museo, esperando; cuatro más dando vueltas por el hall, casi con impaciencia. Pensé en lo apropiado que sería que empezará a llover un día así, pero afuera hacía un sol esplendoroso. Percibí cierta incomodidad en el aire y me acordé del poema:

Me divierte la muerte cuando pasa

En su carroza, tan esplendida, seguida

Por la tristeza de automóviles de lujo:

Se conversa del aire, se despide

Al difunto con rosas

Cada deudo agobiado

Halla mejor su vino en el almuerzo

Me acerque al féretro, titubeante. Eché una mirada al interior. ¿Qué es lo que vi? Una sombra, o lo que queda de una sombra cuando amanece. El poeta no estaba allí. Había partido hacía mucho. Levante la cabeza, la sala casi vacía entonces me hizo sentido. No es este el momento correcto de su despedida.

Salí al exterior, casi aliviado. Se hacía de noche, un pequeño grupo de poetas jóvenes ensayaba en las escaleras un mínimo y solitario homenaje. Pensé en lo elusivo que había sido Gonzalo Rojas, y en lo lejos que ahora estaría. ¿Se reiría de estos homenajes acartonados, ligeramente ridículos? Caminando por la orilla del río que brillaba producto de unas luces afantasmadas que jugaban a adornarlo sentí que el poeta se había esmerado en burlar a la muerte desde hacía rato. Ya no hay forma de despedirlo, pensé, como si perteneciera más a las cosas eternas, que siempre regresan, perdidas en la intemporalidad, lejos de las redes filosas del tiempo, que todo lo arrasan. Vagamente me pregunté si el poeta alguna vez volvería. No tengo tiempo, me diría, no sé cuando vuelva, no sé cuando me toqué morir de nuevo. Habrá que esperar la próxima oportunidad, la noche segura en que alguna vez volveré a ver al poeta pasar a la distancia, perderse entre la multitud, rumiando sueños o poemas o deseos, o todo eso junto, bregando contra las mareas del tiempo, la misma que se atrevió a desafiar, como un campeón olímpico, flotando libre, elevándose por los aires, siempre risueño, un poeta inmortal inmolado en su poesía inmortal.



Andrés Olave. Escritor semi profesional, ganador de uno que otro concurso literario, nacido en santiago y radicado en la segunda región desde hace 10 años y que actualmente vive en San Pedro de Atacama.