Nefilim en Alhué y otros relatos sobre la muerte
Omar Pérez Santiago
Feria del Libro de Antofagasta
Italo Calvino relata en una nota que él llevaba carpetas donde metía sus páginas escritas. Tenía una carpeta para los objetos, una carpeta para los animales, una para las personas, una carpeta para los personajes históricos y otra para los héroes de la mitología. Cuando una carpeta empezaba a llenarse de folios, pensaba en un libro.
Durante años los cuentos de Nefilim en Alhué fueron a una carpeta, que debió llamarse la carpeta de la muerte.
¿En que momento me aparece la muerte como fenómeno literario?
¿En que momento la muerte, ese espectro ridículo e irrevocable, es un motivo de preocupación literaria?
Aparece en una esquina con su sonrisa macabra en sus dientes descarnados y amarillos y se lleva a un amigo, o bien, a tu madre o a tu padre. Y no sé como de pronto estoy en un lugar donde venden cajones de muertos.
La muerte, ese prosaico espectro, no es otra cosa que la gran ausencia.
Quizás, todos los hombres o mujeres, viven ese momento en que el vértigo y el silencio de la muerte, convierte todo orgullo, todo engreimiento, toda banalidad, por la desmesura, en una sensación absoluta de vacío, un vestigio melancólico.
Ya no la entenderemos.
Al sol y a la muerte no se les puede ver de frente.
Y después, caminar al Quitapenas y beber un Nomeolvides.
A veces, la muerte es ausencia de justicia.
Un país desierto, un país cualquiera sin justicia real, es un país muerto.
¿Por qué Nefilim, esos ángeles pecadores que fueron castigados por Dios?
¿Por qué Alhué? ¿Ese reducto del imaginario literario chileno?
Permítanme comenzar con una disgregación.
La literatura son placas tectónicas vivas como la corteza cerebral, en constante fricción e inevitable perfección de unas tramas y de unas metáforas que se repiten a lo largo de la historia y que comparten los escritores de toda época y lugar (Borges).
Durante los años 70 un joven sociólogo chileno es sodomizado por Roland Barthes, el semiólogo francés. Barthes los sodomizó, según la definición de Gilles Deleuze de la sodomía: “Me imaginaba llegando a un autor por detrás y dejándole embarazado de una criatura que, siendo suya, seria sin embargo monstruosa.” Y esa criatura monstruosa que nació de eso fue un acomodo chileno al estructuralismo francés y su reproducción en las universidades chilenas.
En febrero de 1980 Roland Barthes cruzó la calle parisina Rue des Écoles, delante de la Sorbonna, donde hacía clases de semiología. De improviso, aparece una furgoneta y ¡pum!, lo atropella. El profesor Barthes cae. La ambulancia lo traslada al hospital. La muerte del autor ocurrió hace 31 años.
Pasaron lo años, y quizás en el cementerio del pueblo de Urt, el cadáver de Barthes que descansa al lado de su madre, son sólo huesos, quién lo sabe. Pero, en las universidades chilenas los hermanos académicos aún hacen karaoke con los temas estructuralistas, y mal educan a los estudiantes en la engorrosa y abominable sémola estructuralista. Sustituyen el misterio de la literatura por la lingüística, por disposiciones de la oración y de la sema. El terrorismo estructuralista y su “ciencia literaria”, casi esotérica, llevan al oscurantismo. También los libros escolares de hoy se llenan de “textos”, “para textos” en los que no se habla de poesía o de cuentos. Igualan una receta de cocina a los cuentos y los poemas. No jerarquizan. Los estructuralistas subordinan la literatura a lo social, a las efemérides históricas. De ese modo, creen que fundan un “corpus”, una “fractura poética”. A esto lo llaman diversificación o democratización de la literatura. Eso da risa, pues la literatura siempre es principesca, jerárquica, no democrática. Pero aún, el estructuralismo reduce la estética a fechas de nacimiento, a biologías, a regiones geográficas, a etnias o a géneros. Prefieren hablar de pluralidad. Así, el estructuralismo dejó el paso al todo vale de periodistas de revistas de aviones, y dio licencia a la mediocridad y la corrupción literaria, al populismo y la panfletización de la literatura.
¿Jerarquía en la narrativa de Chile?
Dicen, sobre todo los jóvenes hoy, que Roberto Bolaño es el más grande de los narradores chilenos. Su poderío y creatividad expresiva lo colocan en un sitial importante. Muchos jóvenes lo consideran un líder indiscutido, un líder espiritual, algo que Bolaño, desde el más allá, lo debe escuchar con sorna, seguramente mientras fuma un cigarrillo. Por razones de edad, por haber compartido los sucesos contemporáneos, (como decir Salvador Allende, decir sueños y pesadillas, decir exilio, por ejemplo) siempre he sentido cerca a Bolaño. Una vez lo vi fumando, fumando y tomando café en la Tasca mediterránea del Barrio Bellavista de Santiago. Lo habían tratado mal algunos colegas, pero él los había tratado peor, pero con estilo literario. Creo que Bolaño era y es, de nuestra generación de escritores, de los mejores.
José Donoso, sin embargo, nunca me produjo empatía. Su vida, sus tías, sus achaques hipocondríacos, su ambigüedad sexual, su mujer alcohólica, sus relaciones con su hija, me tienen siempre sin cuidado. Las veces que lo vi, no me simpatizó. Sin embargo, cada vez que he leído un libro suyo, me parece que estamos ante uno de los más grandes novelistas chilenos. Hace poco terminé de leer Dónde van a morir los elefantes, y nuevamente me rindo frente a esa modernidad y a esa frescura del relato.
El crítico literario, Hernán Díaz Arrieta dijo que la novela Alhué de José Santos González Vera publicado en 1928, era el mejor libro chileno. González Vera había sólo publicado dos libros Vidas Mínimas (1925) y Alhué (1928), cuando en 1950 recibió el Premio Nacional de Literatura. Leopoldo Castedo afirmó que José Santos González Vera era el mejor escritor chileno. El mejor libro y el mejor escritor. González Vera creó nuestra Comala. Ese espacio nacional donde se concentra el espíritu. Los hechos ocurren en Alhué, centro de un remolino de fantasía, el infierno mestizo, un imaginario poderoso de la chilenidad, donde surgen supersticiones siniestras de Chile.
Alhué está ubicada en la Región Metropolitana, pero las montañas de la costa impide su arribo directo. El otro día viajamos a Alhué. Primero debimos ir hacia la costa y en Melipilla volver a internarnos hacia el interior de la cordillera, lejos donde el diablo perdió el poncho. Un lugar aislado que habitaban mapuches cuyo Lonko era un señor llamado Ulbalgüe, cuando llegaron los huincas españoles y comenzaron a despojarlos de sus tierras. Pedro de Valdivia entrega en encomienda de Alhué a Inés de Suárez.
En el año 1729 se descubrió un yacimiento de oro, lo que provocó una fiebre de oro. Y con la fiebre, llegaron los ambiciosos, el dinero fácil, los lupanares, la rencillas y la muerte que surge del exceso de la chicha.
Los mapuches de la mitología del espíritu Alhué construyeron un fantasma que asalta menudo a los hombres. Pide periódicamente una oveja, o una niña, o un cordero o niño a quienes les perfora el corazón y les chupa la sangre de un modo invisible. (Cuento de un Alhué o una aparecido de Tomás Gutiérrez en Cuento mapuches chilenos, Yolando Pino, editorial Universitaria). Justo Abel Rosales, en su libro Los amores del diablo en Alhué de 1895, afirma que Alhué fue fundado por el Maligno. Y afirma que. “La comarca o lugar de Alhué es, en idioma indígena, el país del diablo, del demonio”. En la Biblioteca Nacional consta que en el tiempo de la colonia española un habitante de Alhué presentó una demanda contra alguien que había hecho un pacto con el diablo.
Así es.
Alhué es una construcción imaginaria, una arquitectura literaria que arrastra capas de mitos y leyendas. Es nuestro Comala de la novela Pedro Páramo de Juan Rulfo, donde están todos muertos. Al principio de la novela dice Juan Preciado: "Vine a Comala porque me dijeron que acá vería a mi padre, un tal Pedro Páramo". Comala de Juan Rulfo es como Alhué de José Santos González Vera, un pueblo muerto, poblado sólo de voces gastadas, ecos, murmullos, fantasmas y sombras.
En Nefilim en Alhué algo grave ha ocurrido allí, el dominio de un brujo y su tropa de Nefilim, donde ha torturado a jóvenes mujeres bellas. Un pantano de terror y de muerte. Están todos muertos, pero el resentimiento, ha quedado colgado en el polvo de esas calles arrinconadas. El tema es recurrente en la literatura. Ustedes recordarán el cuento La gallina degollada de Horacio Quiroga, cuatro sicópatas asesinan a su hermana menor, una niña (Bertita). La Condesa Elizabeth de Csejthe, la llamada condesa sangrienta, usaba sangre de doncellas para mantenerse joven. La carismática poeta argentina Alejandra Pirzanik escribió su libro La Condesa sangrante y su amigo Julio Cortázar menciona, a la Dama de Csejthe en su novela 62 Modelo para armar .
El tema central de los cuentos de Nefilim en Alhué es el sacrificio. Es la temible “política del cuerpo”, surgida del resentimiento y la envidia familiar y donde se recrea una atmósfera de tortura, necrofilia, pedofilia y canibalismo.
Un centro de flagelo administrado por un malvado con el poder total, nos da una imagen precisa (aunque con tintes fantásticos)) de los sangrientos y numerosos centros de tortura de las dictaduras latinoamericanas, de una era en que sus habitantes vivieron en el acantilado. Miles de desaparecidos, miles de torturados. Es la ausencia de justicia, un país sin justicia es un país muerto.
La violencia es violencia intrafamiliar, el mal proviene de la misma familia.
Más 1600 personas, principalmente jóvenes mueren al año en Chile en accidentes de tráfico. La mayoría de los choferes ebrios, la mayoría de los choferes huyeron del lugar, y los que fueron detenidos, salieron libres al otro día y su licencia de conducir nunca fue retirada. O es la dilatada presencia del maltrato femenino, una enorme cantidad de mujeres golpeadas.
En fin, la mayoría de los crímenes en chile se producen por riñas entre conocidos.
¿En que momento me aparece la muerte como fenómeno literario?
¿En que momento la muerte, ese espectro ridículo e irrevocable, es un motivo de preocupación literaria?
Sencillamente, de una sociedad de muertos.
Antofagasta, mayo 2011
Feria Internacional del Libro
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