Nadie tiene muy claro el génesis de los orcos. Pero desde que se multiplicaron, algunos silenciosos como reptiles de sangre fría, el sarro tapó las calles y las playas. Ni la lluvia de cloro que lanzó un viejo y ruidoso D-3 que sirvió a Aeronor recuperó a la ciudad. La suerte estaba echada. Desde el cielo una mancha oscura, un hoyo o un tubérculo podrido. En el mapa sólo un anuncio de ciudad prohibida y la imagen de un calavera. No fue la Bomba H, sino el efecto de la basura y la contaminación.
Los avechuchos mutaron a jotes, luego a murciélagos y terminaron en terodáctilos cuyas sombras taparon las que fueron avenidas verdes. Los perros se transformaron en hienas, los ratones en coipos con dientes de jabalí y los gatos mutaron a chupacabras. A los lobos marinos le salieron patas y a los pelícanos, manos. Algo, tal vez algún metal pesado, provocó una rápida mutación de las especies y la aparición de otras nuevas, monstruos cucarachos y porcinos, asquerosos a la vista y al olfato desde el pelo a las pezuñas.
Fueron los orcos, homo sapiens ulcerosos y de estrechez mental, quienes tras estacionar en la penumbra madrugadora sus vehículos cromados y ruidosos –frutos de la bonanza-vaciaron sin piedad en las playas sus cantimploras rotas con una mezcla de destilado, ron, y bebida energética. Esto como antesala para brincar en la bacanal reggaetonera de las chillonas discotecas.
Las cantimploras de lata y vidrio, se mezclaron en la arena y en el asfalto con preservativos usados, plomo, arsénico, toallas higiénicas y otras cochinadas inclasificables. Gracias al riego de pisco con bebida energética, cerveza, orín y otras hierbas alucinógenas del mundo de Alicia, brotaron, en las playas y en las calles, callampas pegajosas o espinillas de tierra. En su interior cobijaron las larvas de la nueva especie inmune al Tanax, la mutación genética que esclavizó y reemplazó a los orcos.
Por suerte la naturaleza puso orden. Un tsunami se tragó a este panal de bicharracos epidémicos y a su pantanal de basura. Después regresó el color.
Autor: Rodrigo Ramos Bañados.