sábado, 10 de octubre de 2009

LA RESURRECCIÓN DEL ASFALTO: CON UN POCO DE SABOR A MÚSICA.

LA RESURRECCIÓN DEL ASFALTO: CON UN POCO DE SABOR A MÚSICA.
(la poesía de Francisco Carrasco situada y sitiada)


Por Ximena Troncoso
poeta

A mediados de septiembre se presentó en la Casa del Escritor el libro “Heráclito en el manicomio” del poeta y compositor Francisco Carrasco. Deseo compartir con ustedes, algunas impresiones que ayudarán a comprender la savia que corre por estos versos punzantes, que confieso, me resultan cercanos.


Los libros tienen sonidos y este no carece de esa virtud porque las imágenes que despliega nos enfrentan, de lleno, a la calle, a los bocinazos que a veces no oímos, a nuestras propias miradas, a lo que se nos ha instalado en el medio y se nos ha registrado como nuestra propia marca.

La ciudad: tormento y asombro, nos desprecia y de vez en cuando nos acoge para que la sigamos, cada vez, un poco más de cerca, en su devenir de cemento, prisas, desventuras, convites entre amigos y enemigos y uno que otro abrazo.

La poesía ha encontrado, desde siempre, en ella un soporte para su mirada desvelada sobre las cosas y lo seres. En cualquier ciudad del mundo los poemas están a la vuelta de la esquina, agazapados, desnudos, con la seducción de la simpleza para que alguien los atrape y descubra ante nuestros ojos.

Son portadores, en la urbe, de una seducción muy cercana al desenfado que asumimos cada mañana para disimular el desencanto, cuando nuevamente debemos volver a ponernos en marcha y respirar profundo, antes de entrar al ascensor.

Esa poesía urbana y coloquial pretende dar cuenta estética de paisajes humanos cargados de búsquedas, regresos y partidas.

Francisco Carrasco nos dice que “Es necesario volver a la Montana y comer raíces”. En su nuevo libro, nos propone, sumergirnos, tal vez, por primera vez, en ese río que fluye (como en el último verso de este poema La muerte de Heráclito que sobrecoge) en medio de rostros y rincones somnolientos por la nostalgia del rock and roll, por los hijos conjurados a ser inmunes a todo…menos a sí mismos, por El Oscuro de Éfeso o por la mujer de las sopaipillas a cien pesos en quien la sabiduría y el hambre se resuelven en un solo gesto de humanidad: la vida.

Estos son poemas para leer sin misericordia, ni para con el autor, ni para con nosotros mismos. Son, en definitiva, retazos del fin de temporada de una ciudad siempre ajena o, en el mejor de los casos, recibida en comodato, pero que nunca poseeremos realmente.

Esta poesía que se nos propone en “Heráclito en el manicomio”, que a ratos, sus poemas, parecen micro crónicas, posee el encanto de la prosa ofrecida o envuelta en el ritmo singular de la poesía. Ahí en ese cruce de tempos y tropos, la imagen, sorprendente pieza musical, surge como absolutamente reconocible y habitable. Este es un libro para ser leído sin compasión, como ya hemos dicho, pero también para ser de algún modo habitado o como tal vez le gustaría más al autor: “okupado” (así con K).

Se nutren, estos textos, de la experiencia cotidiana del devenir como imposibilidad y al mismo tiempo urgencia, de intentar, por lo menos, fijar en la piel algo más que el roce vespertino de otros náufragos, en mitad de la entrañas del Transantiago o el Metro (el autor, presumo, prefiere el colectivo).

Francisco le da un sitial a Santiago en este poemario, que se mueve a un ritmo rápido, tal cual como estos poemas, que recorren la calle, pero lo hace de la mano de Heráclito que se transporta gracias a “su cinturón espacio – temporal” y que llega -como aterrizando- a la calle Recoleta, directo al panteón, “parque de los muertos”, imagen que de entrada nos viene a situar de lleno en la reflexión que será motivo permanente de este libro.

Cito: “…y ayudada por sus tres hijos, lanzó su cadáver en un basurero habitado sólo por el Cabeza de Chancho que no la denunció a cambio de una frazada y dos cigarrillos Life”

Poesía de la conciencia. Un llamamiento urgente que nos sacude el rostro, ya tieso, en cada página. Versos en los que develamos una intensa crítica al estado actual de la cosas, herencia impuesta en la que esta generación viviente no ha participado, y que sin embargo, adormecida, enfrenta, llegado a sucumbir en las más kitsch de las expresiones, porque así está dado, pero no deja de ser de mal gusto. Porque somos toda copia, pero de fácil comercialización. Somos todo pantomima, aún así, tenemos la posibilidad de “barrer la mugre de la calle”, si tenemos actitud y la voz de Heráclito en nuestro tiempo, gracias a Francisco Carrasco.


Así, cierto aire de súplica recorre estos versos. Es aquella que brota cuando, por fin, nos hemos dado cuenta de que “para nosotros la muerte es para siempre”, como nos recuerda Francisco en el poema La Balada de los Ateos.

Cada momento en nuestras vidas es único, por más breve que ese instante sea. La sucesión de acontecimientos que ejecutamos, a veces absurda y cotidiana, sin darnos cuenta, o con resignación, es la que Francisco, a través de Heráclito – pasmado en esta polis (que es Santiago)-, nos restriega en este poemario, con una bofetada rápida, sin sutilezas, pero con fina ironía socrática, recurso que se despliega con maestría, para llegar, a través del dialogo de estos versos, a estructurar una especie de mayéutica, porque nos despierta aquello que sabemos, pero no nos damos cuenta, en definitiva, el poeta Francisco Carrasco, nos acerca a las puertas de ese conocimiento, no cualquiera, y que será rol del lector descubrir.

Es necesario también reírnos de nosotros mismos, ejercicio que practiqué con recurrencia en la lectura de “Heráclito en el Manicomio”. Nosotros somos cada uno de los personajes que viven en este poemario (el cura que fumaba mariguana, los patos malos, la vecina copuchenta, los atletas, la tía de provincia, los poetas) y será también, delicia para el lector descubrirse en ellos.

Esa es la esencia de estos versos que se van tejiendo en cada página, nuestra vida que se conforma, con cierta demencia – “donde sólo las pastillas existen” - a la que nos enfrentamos, con audacia, desde la mañana hasta la noche, cada día, sin reparos.

Cito: “Cuando termine este tiempo
me reiré del mundo subterráneo
que me cobijaba”

Esa súplica, entonces, no es más que por un poco de humanidad al alcance de la mano y los ojos. Humanidad que nos permita volver a reconocernos y, de ese modo, volver a respirar no en contra del otro, sino con el otro.

Finalmente, los invito a recorrer este libro, escrito con novedosa y audaz pluma. Una puntuda poesía, porque quiéralo el autor o no – punzan, hurga en la oscuridad de nuestra conciencia y en lo más profundo de nuestro sentir. Les advierto que sabrán al final de él un poco más de ustedes mismos, pero sobre todo podrán entender un poco más a nuestra generación. A los que alguna vez creímos ser: Violeta Parra, Bob Dylan, Víctor Jara, Harrison o Lennon, los que seguimos soñando, creando y regalándonos poemas unos a otros…de vez en cuando.



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