jueves, 25 de diciembre de 2008

Háblame de Laura y la tragedia de lo cotidiano


Háblame de Laura y la tragedia de lo cotidiano
por Sol. E. Díaz.



En esta pieza dramática de Wolff, escrita y estrenada a mediados de los 80, el chileno de origen alemán, retoma sus fetiches usuales, esos que tanto amamos los seguidores de su teatro. Háblame de Laura como el grueso de la impronta Wolffiana tiene un interés de catarsis social y moral, revelador de la violencia implosiva, discriminante y claustrofilica del chileno.

Asfixia y demencia conviven en los rasgos más usuales del común transitar, el decorado, la vestimenta, el orden del hogar y la disposición de los objetos.

Wolff comunica desde las primeras líneas poniendo en la mente y ojos del lector-espectador detalles simples pero que uno no debe ignorar a fin de comprender en su totalidad la tragedia, el debate y crisis de los dos seres, patéticas existencias, que pone en escena el texto.

Una jaula vacía, una pecera y un televisor constantemente trasmitiendo no están sólo para aumentar el realismo y verosimilitud del cuarto, son recursos que dialogan con el público enriqueciendo la historia. El lenguaje de acotaciones se torna crucial, no sólo para el montaje sino para quien sea que tenga el texto en sus manos. Alberto y Cata, los dos protagonistas, madre e hijo respectivamente son como esos peces que no por casualidad aparecen tanto al iniciar la obra como al caer el telón. Estas indefensas criaturas encerradas, viven fuera de su medio, fuera de cualquier medio y opacados por la artificialidad del mundo, la banalidad de cuatro paredes ruinosas llenas de sustancias inertes que sólo revelan con mayor gravedad el paso del tiempo y como han sido los propietarios, humanos promedio, sepultados en vida.

Es mucho lo que se puede entender del universo creativo de Egon Wolff tan sólo estudiando su arquitectura del espacio, no por nada hoy se dedica a la pintura.

Otro recurso crucial del ambiente y que vale la pena detallar es la luz muerta del televisor que refleja la sombra de los pececillos en la muralla tras el último diálogo, esta presencia, ruido y luz artificial que contribuye a la modorra de los personajes, acompaña toda la obra. Cada diálogo y monólogo de Alberto y Cata se apoyan en él como si estuviesen ante un tercer personaje o interlocutor. Así mientras nos vamos haciendo cómplices de Cata y Momo, como cariñosamente llama la primera a Alberto, descubrimos el poder del aparato en su relación, es un sedante opiáceo, capaz de acallar la furia, odio y miedo ante el silencio, esa parquedad que terrible en su escrutinio deja espacio para penetrar a los secretos, a lo profundo del alma humana, lo más temido pues en la resolución de su dolor íntimo, está el fin de su rutina, de su tragedia asumida con demencia como un motor, como una tarea a lo Sísifo. Lo único que tiene sentido hasta el fin de los días.

Esta circularidad de las crisis en que esta atrapado el hombre, se puede ver en otras obras de Wolff aunque desde otros ángulos, por ejemplo en la famosa pesadilla de Meyer que deja entrever el miedo experimentado por el empresario como representante de la clase burguesa y su pavor reverencial ante una avalancha invasora de menesterosos en una mecánica de principio subyacente en el fin y así sucesivamente hasta el infinito. También esta Kindergarten con la clownesca relación de los hermanos Sánchez-Uriarte, quizá es con esta última que Háblame de Laura se comunica íntimamente en esa simbiosis del amor. Cata y Alberto demuestran un parasitismo en lo económico al depender la madre de su hijo y en lo emocional, ambos, en sus juegos absurdos, en las tomaduras de pelo que insufribles se hacen el uno al otro para dar sabor a esa vida que en los tres actos de la obra, empieza y termina igual. Él llegando abatido de la lucha diaria que emprende cada mañana en su trabajo como vendedor de calzado, y una vez en el hogar derruido, compartiendo interrumpidamente por las rabietas y la intromisión de la t.v quejas, anécdotas inútiles pero por sobre todo una rutina, la madre que lo acusa de poco ambicioso, él que delira en fantasías autodestructivas y morbosas contra sus compañeros de trabajo y jefe, este último apellidado Lozada, es representante de la clase adinerada, y Alberto anhela humillarlo intelectual y moralmente lo acusa de tirano, sodomita, falso benefactor.

En esta dinámica se despliegan los puntos más altos de la obra a mi parecer. Las ilusiones de violencia contenida de Alberto son geniales tanto por el papel ficticio y mitómano del protagonista al crear a Laura, presencia dispersora de su ira, amante imaginaria con que comparte su humor negro, su gusto por los cementerios así como los planes de violar a la hija de su jefe o de ver a otros violados por animales salvajes, o el contemplar pequeños saurios devorando las corneas de los muertos mientras danzan locuazmente en un cerro de cráneos.

La manera en que Wolff intercala esos discursos a lo Jarry, grotescos y demenciales entre conversaciones cotidianas aumentan la tensión de un día a día que parece en cualquier momento capaz de terminar sobre todo por parte de Alberto con un hecho de sangre autoinfligido o en contra de su madre. Esto recuerda a otra relación enfermiza propuesta por Wolff en Flores de Papel, la intrusión de Merluza en el espacio de Eva se comunica con la manera en que Alberto no sólo encuentra en Cata a alguien que soporta sus digresiones macabras, Cata por su parte recibe apoyo para lidiar con su feminidad en proceso de marchitación, por ello trata a su hijo como un joven enamorado. La interacción sostiene un nivel perverso en lo sexual, que ha llevado a algunos críticos a destacar sus rasgos edípicos, esto no se aleja de lo real pues entre delirios el incesto se insinúa constantemente.

Empujados por el morbo de Momo, Cata revela a su hijo con voluptuosidad su madurez sexual, el cambio que tuvo de niña a mujer y como fue durante un viaje con sus padres abusada, naciendo de dicha relación el protagonista, sin embargo ella se esfuerza en no atacar la memoria del supuesto padre, lo cual es otra muestra de la negación necesaria para sostener su dolor asumido, su crisis mental, su comodidad en esa asfixia que entre juego y juego, construye mentiras como un castillo de naipes en que ambos van sumando murallas atónitos ante el frágil esplendor de su delirio.

La relación entonces pasa de la muerte al sexo, de la complicidad al amor incestuoso pues en aquel apartamento en el que habitan juntos desde la muerte de la esposa de Momo, no sólo atestiguamos sus aventuras y bromas sino los manoseos y flirteos peligrosos amparados por un destino en común en que ellos se reconocen como siameses del dolor, unidos uterinamente producto de esa violación y de su depresiva nostalgia y su voluntariamente irresoluta prisión emocional.

Son seres inacabados complementándose en su frustración, atados por sus recuerdos, por sus planes truncados, por su miedo que los lleva a enrostrarse cuanto daño se han hecho, se hacen y como uno al otro se impiden avanzar, pasando de la bofetada e insulto al ilícito coqueteo y caricia. Son parásitos sociales, morales y psicológicos, en una simbiosis enfermiza en que no sabemos cuanto de lo expuesto como verdad lo es, lo que si queda claro es que lentamente saborean su actuar como una venganza contra sí mismos.

Esos son los pesares y delicias que comunican la relación de Alberto y Cata dos productos de la mente prolija de Egon Wolff. Como detalle hay que destacar que esta pieza dramática, tuvo su montaje original en la Universidad Católica, bajo la dirección de Héctor Noguera quien además realizó el papel de Momo o Alberto quedando el papel de la madre, esa vanidosa boquita de fresa en manos de Gloria Munchmeyer. La obra luego ha tenido numerosas puestas en escena en chile y el mundo.

Háblame de Laura en conclusión es una grandiosa obra que ciertamente no ha tenido la misma recepción que sus hermanas, los Invasores, Niña Madre, Flores de Papel entre otras, que no son sólo clásicos del teatro y la voz Wolffiana sino de la dramaturgia nacional. De cualquier manera este texto sigue siendo por encima de lo que la crítica pueda opinar al dedicarle estudios, una creación clave por su historia y las estrategias que usa para captar un sentir que nos acerca a entender mejor el espíritu nacional, atrapado en una memoria que atrae al fracaso y la melancolía. Sentimientos que se repelen en nuestra mente con un ánimo cambiante y evasivo, falsamente festivo e indiferente pero no por ello menos pasional y cargado de violencia implosiva, el juego de mentirse de dar rodeos a los grandes conflictos, personales y de la sociedad va de la mano con la tentación peligrosa de refugiarse en el miedo mismo, en la excusa y culpabilidad del otro y todos juntos jugamos acorralados en las represiones del día a día

Escrito por: Sol E. Díaz




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