martes, 8 de abril de 2014

Un exabrupto necesario: a propósito de Piel de gallina, de Claudio Maldonado

4/08/2014 05:34:00 p. m.
cmal221113.jpg

Un exabrupto necesario: a propósito de Piel de gallina, de Claudio Maldonado

No es común -porque es alta la apuesta- que un libro decida desafiar las expectativas lectoras creadas por la extensa y compleja dinámica de conformación de gusto literario en circunstancias bien determinadas y locales. No es éste el lugar para darle vueltas al asunto -la sociología literaria es desde ya una disciplina espesa-; baste realizar una declaración somera: al momento de aparecer un desafío abierto ante los límites de la no escrita normativa canónica, el rechazo o la defensa de tal obra va a tener una muy especial distorsión ética, situada harto más allá de las características del objeto comentado. Lo que está en cuestión ya no es una forma de ver el libro de la disputa, sino la literatura y, por consiguiente, la situación de los sujetos con respecto a la cultura y la sociedad. Si esto resulta beneficioso o no para el autor y su escritura, depende harto de los tiempos y lugares, así como de cuánta conciencia hay efectivamente de que la discusión no era, en última instancia, en absoluto literaria.

Pensar en esto resulta vital cuando se tiene entre manos Piel de gallina (Valparaíso: Ed. Inubicalistas, 2013), el discutido libro de Claudio Maldonado (Curicó, 1977); precisamente porque el ámbito en que nos estamos moviendo en la literatura nacional cada vez tiene menos que ver con textos y más con tomas de posición -hasta el punto de generar una verdadera nebulosa, en que resulta común tomar como discusiones ideológicas disputas bastante más reales y harto debajo de aquéllas.

El ruido que se ha generado por una mala crítica de Piel de gallina pasa por alto una consideración que me parece fundamental: no estamos hablando de una novela, al menos en el sentido canónico que el término ha adquirido en nuestra literatura. La forma en que Maldonado rompe sistemáticamente el pacto narrativo, es perceptible desde las primeras páginas del libro: Lizardo, el personaje central, no parece percatarse de que está en otro mundo; el lugar en que se ve confinado no es jamás definido -ni podría definirse- como un purgatorio o un infierno, constituyéndose en una especie de pesadilla que, por otro lado, nos vemos forzados a entender como un espacio no-imaginario, un mundo posible; se nos frustra cualquier búsqueda de la menor metanarrativa que nos permita desde afuera aventurar una lectura sobre la noción de realidad de la historia. Al dejar de buscar, debemos apelar a una ausencia de jerarquía de realidad entre el mundo en que Lizardo está en coma y aquél en el que él desarrolla sus peripecias, y en ese mismo instante, empezar a leer de otro modo.

Vale decir: estamos ante lo que Deleuze y Guattari describen en un libro ya clásico (Kafka. Pour une littérature mineure, 1975) como literatura menor, que se sitúa fuera y en tensión con el canon. No es que no hallemos un cruce con otras obras -autores como Rabelais, Kafka o Jarry no están para nada lejos de la voluntad narrativa de Maldonado-; es que un libro como éste necesariamente requiere un modo de lectura distinto, no como novela ni relato, sino como una máquina de sentido que desea formarse a sí misma. Dado esto, me atrevo a plantear que este libro sólo puede leerse poéticamente, asumiendo su forma como análoga a la de un poema.

El predominio absoluto de lo grotesco resulta particularmente comprensible desde este modo de lectura. La aparición de lo carnavalesco, en sus aspectos más primarios, accede sin regla ni medida alguna, manifestándose a cada momento en la pesadilla de Lizardo y fuera de ella: el mundo descrito está bajo una permanente deriva de transmutaciones, en las que lo humano se descompone bajo la parodia razonable del funcionamiento de instituciones que han asumido un rol marginal en nuestra sociedad -la administración y el medio económico de la provincia semi-rural, la educación municipalizada. Este funcionamiento, liberado a una inercia carnavalesca, termina subvirtiendo cada uno de sus fines supuestos, hasta hacerse análogo al movimiento ciego de la naturaleza. Lo pesadillesco se hace pleno al momento en que Lizardo no parece ver este mundo como otro: hasta lo más grotesco -como la instrucción de las gallinas a bien morir- parece, bajo su perspectiva, cumplir una continuidad con ese otro mundo de la vigilia, que parece (como indica “La cucaracha previsora”, escrito por un colega de Lizardo en el mundo real) contaminarse con la pesadilla inhumana que, con ello, adquiere una condición superior de realidad.

Quizás uno de los problemas que se dejan ver, después de asumir esta perspectiva, es la inconsistencia del mundo de vigilia. Los segmentos están escritos en su mayoría con estructuras de diálogo sumamente simples, que parecen trabajadas propiamente para no permitirnos una visión precisa del medio del cual surge el personaje, dándonos a conocer solamente la superficie -erosionada- de sus relaciones sociales. Muy probablemente, un trabajo distinto de estas secciones hubiera dado un resultado mucho más consistente -en un sentido neto de estructura- al libro. Otro tropiezo, probablemente más significativo, se da en el salto violento entre los modos de diálogo y las pausas descriptivas, que daña en exceso la verosimilitud del mundo narrativo del libro en general.

A pesar del menoscabo que los defectos que he mencionado producen en el desarrollo de la acción, Piel de gallina logra generar poéticamente un hecho literario nuevo, y esto no es poco decir. No es posible redundar en esto: las posibilidades de un efectivo dinamismo en nuestro campo literario nacional se fundamentan hoy -como siempre ha sido- en la aparición de textos que, desde la provincia, sean capaces de no sólo violentar temáticamente, sino formalmente, a la construcción de canon y la conformación de gusto que se da desde el centro normalizador académico y editorial que constituye la capital del país. Estos procesos se están dando con tal velocidad y tal capricho -como corresponde a un momento de crisis-, que exabruptos como el de Maldonado (que no es una excepción en este sentido dentro del catálogo de Inubicalistas) son un real aporte en medio de las ceremonias ya archiconocidas de nuestro medio literario.  
               

viernes, 4 de abril de 2014

Una conciencia narrativa del vacío: EL TEMA ES COMPLICADO, Juan José Podestá

4/04/2014 10:41:00 a. m.
1396618572222-portada-prueba-podesta2.jpg

Una conciencia narrativa del vacío: EL TEMA ES COMPLICADO, Juan José Podestá


Se ha hecho costumbre, como un signo de los tiempos sobre el oficio narrativo, encontrarse con escrituras sobrecargadas de efectos extraídos sin coladera desde la post-cultura audiovisual, ansiosas de dejar en el olvido el carácter más propio de lo narrativo: el rescate de la experiencia en su sentido propio. Por ello, un libro como El tema es complicado (Valparaíso: Narrativa Punto Aparte, 2013) de Juan José Podestá (Tocopilla, 1979) merece particular atención desde el instante en que salta a la vista una perspectiva que ninguna moda apocalíptica podría borrar del horizonte literario, y en sus variaciones más desafiantes: el registro de historias personales ubicadas en el margen del mercado de sensibilidades que al fin de cuentas constituye el campo narrativo de nuestro país, sea por lo mínimo de la anécdota o por la especial conformación de la experiencia cultural en la provincia chilena.
La escritura de Podestá aspira y acostumbra lograr una capacidad técnica que cada vez se ve menos: la determinación precisa de los hechos, que saben definirse ante el lector a través de una acotada economía de recursos. En esto, es imposible no observar la influencia bien digerida de la narrativa breve de Hemingway, que incide también en el realismo estricto que impera en la mayor parte del volumen, sin aplicar procedimientos de exceso: una historia que podría haber seguido un fácil desarrollo en tono gore, como “De hambre”, se hace, en cambio, un relato bastante más profundo y preñado de sugerencias a través de un narrador que sabe enfriar la descripción. Asimismo, la técnica de omisión como procedimiento recurrente llega a tener reales aciertos -pienso en “Esperando a Loreto”-, si bien parece ser algo paralizante en otros relatos, como en “Fade Out”. 
Tanto los procedimientos como los temas parecen remitir a la presencia permanente de la pérdida. Ésta se da por lo general, en relación a una situación cálida y reconocida que se ha dejado atrás, constituyendo a los relatos en registros axiales del paso hacia una angustia trascendente, sutilmente perfilada. Relatos como “A propósito de Helena” y “Tocopilla” adquieren una gran potencia en este sentido, ya que Podestá sabe cómo no “vestir” al hecho con el afán de impactar superficialmente al lector con su expresión externa.
Lo dicho anteriormente se refiere a la mayor parte del libro, en que dejo, de algún modo, fuera de la lectura los relatos que “enmarcan” el volumen como primero y último: “Declaración de rechazo” y “El tema es complicado”. Más allá de las virtudes de ambos -de un extremo humor negro y un tono paródico sumamente provocativo-, parecen corresponder a otro volumen, que les haría ganar una densidad que en este contexto pierden sin remedio. La calidad narrativa de Podestá parece tener dos áreas de juego bien desarrolladas, y un libro volcado enteramente a este tono provocador sería un aporte sumamente interesante en una dirección que nunca ha sido muy común en nuestro campo narrativo.   
Con todo, El tema es complicado resulta sumamente interesante en la plenitud del entendimiento de la noción del relato, en un momento de crisis de éste, en que resulta fácil confundirlo con la crónica periodística o la tesis de crítica cultural. Algo de esto se relaciona con la situación de desplazamiento geográfico perceptible tras esta escritura: cuando en Década el narrador recorre la distancia desde el Centro del país hasta el espacio inhóspito que guarda en la memoria, termina encontrando en esa realidad desplazada que marca su origen lo que está antes de lo que se escribe. La cercanía y distancia asumidas de esa verdad con un cuento de Borges, y la extrema intensidad del pacto narrativo que supone asumir el relato de Podestá como el inverso de un artificio, dan la medida de una excepcional y auténtica conciencia narrativa.       


domingo, 23 de marzo de 2014

Chile del Terror, Una antología ilustrada por Sergio Fritz Roa (Austrobórea Editores)

3/23/2014 01:17:00 p. m.
10008504_632706720134316_1495886740_n.jpg

Chile del Terror, Una antología ilustrada por Sergio Fritz Roa
(Austrobórea Editores)
1.-
Se suele confundir lo oculto con lo inexistente. Se cree que una cosa, por estar escondida, no debe existir. Esto es falso. El no ser visible a la generalidad no implica invisibilidad en sí. Algo semejante ha ocurrido con la literatura de horror en Chile.
Si bien es cierto, no suele figurar entre las más demandadas en las librerías y, pocas veces, ha merecido la atención de los críticos (oficio, por lo demás, cada vez más mediocre y comprometido con las grandes editoriales más que con el público), su presencia es concreta. Aunque oculta y acechante, la literatura de horror sí existe en Chile, desde hace más tiempo de lo que se podría creer; y algo no menor: en el momento actual ¡goza de muy buena salud!
2.-

La literatura chilena, a pesar de lo novel que es, ha sido capaz de lograr una riqueza de tendencias impresionante. Esto puede entenderse en países con culturas centenarias o incluso milenarias como  Francia, las tierras británicas, Rusia o Alemania. Sin embargo, Chile, joven patria y dotada de una pequeña población, también ha originado una cantidad de ríos, bifurcaciones temáticas profundas.
¿Obras épicas? Pues sí, La Araucana. ¿Criollismo? Mariano Latorre. ¿Literatura marítima?, Salvador Reyes y Francisco Coloane. ¿Vanguardismo? Vicente Huidobro, Juan Emar, Jorge Cáceres. ¿Surrealismo? El interesante grupo La Mandrágora (Enrique Gómez Correa, Jorge Cáceres y Braulio Arenas). ¿Poesía social, combativa? Pablo Neruda, el otro Pablo (De Rokha),  Efraín Barquero, Andrés Sabella. ¿Esoterismo? Miguel Serrano, John Baynes (seudónimo de Darío Salas), Ramasse  Radulla. ¿Psicológica? José Donoso, Adolfo Couve, la profundísima María Luisa Bombal. ¿Literatura moderna y honesta? Roberto Bolaño.   ¿Poesía macabra? Boris Calderón. ¿Ciencia ficción?, el gran Hugo Correa, Antonio Montero, Sergio Meier. ¿Policial?, una obra digna del cine: El socio de Jenaro Prieto, autor que ha de mencionarse junto a Alberto Edwards, Roberto Ampuero, Díaz Etérovic, entre otros. ¿Literatura lumpen?, Alfredo Gómez Morel, Luis Rivano, Armando Méndez Carrasco. Y así, cada tendencia posible de imaginar ha encontrado en este suelo y en esta sal distintos exponentes, pues Chile es, de alguna manera como la leyenda quiere, el residuo de lo que le quedó a Dios, luego de haber creado el mundo. El paisaje nos determina. No puede ser de otra forma. Y este abanico de climas, parajes, pueblos,  desiertos, angostura, soledad, etc., necesariamente ha de influir en los distintos seres que la han poblado. Los escritores, al ser más sensibles que el resto de la población, han sido los reflejos vivos de este Chile-crisol.
3.-

La otra particularidad de gran parte de la literatura nacional es un humus patético, melancólico y opresor: gente vestida de negro, parquedad en el lenguaje, frialdad en el trato con el desconocido. No obstante,  también destaca el imbunchismo (culto a lo feo en palabras de ese psicólogo social tan notable que fue Joaquín Edwards Bello), tendencia a los crímenes más crueles, alcoholismo, etc. Pero lo que es a nivel privado, se manifiesta peor aún en la esfera fiscal. En Chile la tortura y la violencia por el Estado son históricas: Masacre de la escuela Santa María de Iquique, matanza de Ránquil, jóvenes asesinados en el Seguro Obrero, opresión al pueblo mapuche, 1973; y un largo etcétera.  Sin embargo, ya viene de antes, mucho antes, por cierto, y se expresa en las leyendas, en esa lucha del hombre con el paisaje, con el diablo y con esos seres mitológicos que pueblan nuestro país. Y es debido a estos elementos donde surge la literatura de horror nacional.

4.-

Sin pretender realizar un examen completo de lo que ha sido la historia del  horror literario en Chile, entregaremos, a continuación, una serie de materiales que permitan configurarla, a lo menos en sus aspectos principales.
Hallamos, por primera vez, algunos elementos de este tipo literario en una narración periodística que publicara José Victorino Lastarria en que nos habla de «La cueva del chivato», sitio que en su novela Don Guillermo (1842) usará como portal dimensional. El chivato será un extraño ser, con aspecto de macho cabrío, que tomará personas para llevarlas a su caverna. El observador notará que la mitología chilota también hablará mucho sobre este monstruo relacionado con el mundo subterráneo. Así, y como se dará frecuentemente en nuestro país, la riqueza del folklore ayudará a guiar el relato fantástico, otorgándole materiales de inspiración.
Lastarria también usa un lenguaje y tópicos propios de la novela gótica: «Viajábamos de Santiago a Valparaíso: la noche era tenebrosa y fría, el silencio de los campos de Casablanca sólo era interrumpido por el atronador rodado de nuestro carruaje…» (El manuscrito del diablo. Artículo publicado inicialmente en Revista de Santiago, tomo III, Santiago, 1849).
No obstante, estos aires macabros en Lastarria tienen una finalidad que no es asustar directamente al lector, sino más bien realizar una crítica a la sociedad chilena, a través de notables alegorías.
En un período de cincuenta años nos costará hallar obras con expresiones de horror.
El gran cuentista Baldomero Lillo explorará las leyendas y los fantasmas a través de su relato La chascuda.
Manuel Rojas otorgará a la literatura chilena una narración extraña que, estimamos, debe considerarse notable: El hombre de la rosa. Allí la magia y lo paranormal son objetos  centrales, mezcla que logra por la pluma experta de Rojas una imborrable sensación de horror.
Para nosotros habrá dos importantes textos que contienen varios cuentos de horror en el pleno sentido del término: El secreto del doctor Baloux (1936) de Juan Marín y El holandés volador (1948) de Ernesto Silva Román. En este último, encontramos relatos de horror, junto a algunos de Ciencia Ficción y de  sátira. La prosa es simple, pero eficaz, y la temática muy adelantada para lo que se hacía en las letras nacionales. Ha de destacarse en dicha recopilación La célula monstruosa y La venganza de los elementales.
Un caso singular, no sólo para Chile sino para el mundo, es Boris Calderón (poeta del grupo de Pablo de Rokha, de trágico sino), autor de una poesía mórbida, fantástica, de pasión por la amada muerta y mundos tenebrosos. Su obra aún no es rescatada, lo que sentimos hondamente, dado  que en ella hay mérito suficiente para acercarla a la poesía de Clark Ashton Smith.
También algo de su espíritu macabro nos legará Braulio Arenas, en escritos como El castillo de Perth o La endemoniada de Santiago, ambos de 1969.
Hugo Correa, el más notable escritor chileno de Ciencia Ficción, era un fanático de Lovecraft, y se inspiró en él en algunos títulos de sus obras (como por ejemplo: Alguien mora en el viento, de 1959; y El que merodea en la lluvia, editado en  1962, y que de alguna forma recuerda a El color surgido desde el cielo de H. P. Lovecraft) como en ciertas ideas como ocurre en el relato Asterión (incluido en Cuando Pilatos se opuso, de 1971) o en la novela ambientada en el campo chileno Los ojos del diablo (1972). Su obra Donde acecha la serpiente (1988) es a nuestro juicio uno de los mejores thrillers escritos, poseedor de ingredientes eróticos, detectivescos, de horror y surrealistas.
Otro caso noble y notable es el de Héctor  Pinochet de quien poseemos dos libros dedicados íntegramente a nuestra literatura (El hipódromo de Alicante y otros cuentos fantásticos, de 1986; y La Casa de Abadatti y otras ficciones, de 1989). Es para nosotros un escritor de primera, que ha creado relatos de terror psicológico, únicos y vívidos.
Sería largo continuar, y, por más que enumerásemos autores, siempre podríamos olvidar a algunos o no incluir obras que todavía desconocemos, especialmente dado el pequeño boom que ha tenido este tipo narrativo en el Chile de la última década. Asumiendo este riesgo, nos atreveremos a señalar ciertos autores y sus obras: la antología que incluyó a los ganadores del concurso El cuento chileno  de terror (1986); la escritora Yolanda Venturini (La Gorgona y otros relatos fantásticos, de 1989); Historia personal del miedo de Thomas Harris (1994); Nilas Solano (Relatos chilenos de miedo y neblina, de 1996); las antologías Poliedro (que desde su nacimiento el año 2006 han incluido siempre relatos de horror); de alguna forma ciertas ideas en la obra de Jorge Baradit; el reciente libro de Patricio Alfonso (El clóset de Pandora, 2013); la obra de Aldo Astete Cuadra; algunos relatos nuestros y la recopilación de artículos que dedicáramos a H. P. Lovecraft; la antología Cuentos chilenos de terror que editara Norma (2010);  parte de la obra de Antonio Cárdenas Tabies, interesado en el folklore y el horror; Francisco Ortega y su augural El horror de Berkof (2011); los escritos gore y de psicokiller de Pablo Espinoza Bardi; etc.
Mención aparte merece el cómic El siniestro Doctor Mortis de Juan Marino, clave de la historieta de horror en nuestro país.
Y junto a estas piezas del puzle fantástico, ahora ha de incluirse Chile del Terror. Una Antología Ilustrada. Libro que nos convoca.
5.-

En esta antología hallarán relatos que muestran interesantes aspectos sicológicos (Javier Maldonado, Pablo Espinoza Bardi); que tratan de oscuros pactos (Paul Eric); que llevan implícitos brutalidad y venganza (Carlos Páez); textos donde se nos enseña que los delirios artísticos pueden llevar a la muerte (Eva Fauna); escritos de  ciencia  ficción-horror (Fraterno Dracon Saccis); relatos claustrofóbicos (Aldo Astete Cuadra; Rodrigo Vásquez); cuentos que nos hablan de viejas y blasfemas deidades (Patricio Alfonso); y algún thriller donde se habla de escritores y muertes (Jano Moore).
Como se puede apreciar, estamos frente a un libro-abanico inquietante, un laberinto de pesadillas eternas, un crisol de horrores. Pero no sólo las temáticas develadas son las cautivantes, sino también la factura escritural. Veremos estilos muy diferentes. Hay autores que preferirán la economía de las palabras y otros que nos invitarán a viajes extensos, donde se desarrolla mejor el suspense. Hay relatos de lenguaje clásico y otros modernos. Y, sin embargo, en ambos tipos de obras podemos encontrar ese miedo que constituye aquello que como decía H. P. Lovecraft es «la emoción más antigua e intensa de la humanidad».
Para crear un ambiente propicio, esta antología cuenta, además, con ilustraciones  que no son inferiores a los mismos relatos. Los dibujantes han sabido captar lo quintaesencial de éstos. Cada cual con su técnica ha buscado extraer esa sustancia que habita en esta antología y que llamamos horror.
6.-

            Chile del Terror. Una Antología Ilustrada constituirá un hito dentro de la historia de la literatura de terror nacional. La alianza entre escritura y dibujo se muestra eficaz; hay muchas tendencias y por tanto variedad en los relatos; las temáticas y los estilos en el narrar se muestran abundantes, etc. Todos estos factores han de destacarse en una obra colectiva, que recoge a autores de todo el país, descentralizando, ¡por fin!, el arte narrativo en nuestro país. Y así, en cuanto a los ilustradores All Gore es de Chillán; Alex Olivares de Iquique; Visceral de La Serena; y Ana Oyanadel de Santiago.
En cuanto a los escritores, Pablo Espinoza es de Arica; Fraterno Dracon Saccis de La Serena; Carlos Páez de Viña del Mar; Jano Moore, Eva Fauna y Patricio Alfonso de Santiago; Paul Eric de Rancagua, aunque ahora vive en Lima; y Javier Maldonado de San Antonio. Y no por nada el editor, Aldo Astete, vive en Chiloé, tierra mágica, donde las leyendas nos hablan de seres fantásticos como el Trauko, el Invunche, la Llorora, de barcos fantasmas como El Caleuche y de sociedades de brujos como la Recta Provincia. A él, gran mago, mis felicitaciones como a todos los artistas literarios e ilustradores que se han reunido para concretar un edificio de buena arquitectura.

Sergio Fritz Roa
Escritor y estudioso de la literatura de horror

miércoles, 19 de marzo de 2014

Lanzamiento del libro de cuentos Manual de alteraciones de Felipe Valdivia Medina

3/19/2014 08:38:00 p. m.
Invitaci_n_Manual_de_Alteraciones_de_Felipe_Valdivia.jpg

Lanzamiento del libro de cuentos "Manual de alteraciones", (RIL Editores), evento que se realizará el próximo jueves 27 de marzo, a las 19 horas, en la Sociedad de Escritores de Chile, ubicada en Almirante Simpson 7, Providencia, Santiago.

martes, 18 de marzo de 2014

La humanidad en fuga: INSTALACIONES DE LA MEMORIA, de Patricio Luco Torres y Verónica Zondek.

3/18/2014 09:08:00 p. m.



La humanidad en fuga: INSTALACIONES DE LA MEMORIA, de Patricio Luco Torres y Verónica Zondek.


Si bien una inquietud ética primordial recorre (como royéndolo) toda la historia del arte, son nuestros días -desde hace más de una centena de años- los que han puesto en el corazón de la posible justificación de la obra la pregunta sobre el sentido de la representación: precisamente desde que nuevas formas de reproducción sobrepasaban técnicamente a las anteriores. Uno de los efectos -entre los muchos que aún vivimos- muerde fuertemente, precisamente, el ya delgado y ultrasensible cuerpo del arte: ¿qué puede marcar la necesidad de una obra? La respuesta que nos resuena desde los bisontes en la piedra y los poemas épicos, casi anterior a las adjetivaciones propias de la especialización técnica de las artes, es el dejar memoria: pero ¿de qué se deja memoria: de sí mismo, de la experiencia vivida? ¿y cuán amplia es (¿¡o debe ser!?) esa experiencia?
Estas preguntas llegan hasta a doler al recorrer Instalaciones de la memoria (Valdivia: Alquimia, 2013), texto-lugar de cruce entre el impresionante registro fotográfico de Patricio Luco Torres (Santiago, 1960) de las salitreras abandonadas y la intervención literaria de Verónica Zondek (Santiago, 1953). La perspectiva sabe hacerse a través, haciéndonos sentir a los que contemplamos, situando marcos -orificios hechos en muros de piedra, ventanas, rejas-, como en un peep-show, como señala desde ya el texto que parece servir de presentación. Como resultado, nosotros mismos nos situamos en esa perspectiva, entregados al placer estético del derrumbe de todo un modo de existencia.
La ambigüedad ética del ejercicio no deja de inquietar, desde el momento en que ese abandono no está directamente marcado por la muerte violenta, sino por la violencia abierta y visible, paradójicamente enmascarada, de un sistema económico basado en la explotación irracional. La muerte violenta podríamos bien verla de lejos, compadecernos y horrorizarnos (siempre acaba siendo algo personal, que no compartiremos); sin embargo la violencia de todo un modo de producción debería tocarnos de un modo más misterioso: esencialmente todo nuestro modo de existencia puede bien pasar a ser ese abandono en el desierto (y eventualmente lo será, de seguro). Para no darnos cuenta de esta ruta hacia el desierto, el sistema social desarrolla ideologías, máscaras para que “no veamos”; y el riesgo de toda obra artística que se aboque a la crítica de ese sistema será, en consecuencia, llegar fácilmente a convertirse en otro enmascaramiento estético -que es el caso de gran parte del arte “comprometido” bajo la influencia del llamado “realismo social”.   
En Instalaciones de la memoria, la fotografía de Luco sabe encontrar el punto de crisis, habitar la herida, de la inquietud que he mencionado. Son varias las formas en que sabe escaparse de la pura estetización -que a estas alturas puede surgir fácilmente, “sola”, dada la sobresignificación del desierto en nuestra cultura estética, especialmente tras la poesía de Zurita-, siendo la más aparente de ellas el índice permanente de ese riesgo en los textos de Verónica Zondek. Más importante y sutil es cómo sabe llevar el foco a una imagen silente, que desplaza cualquier posible comentario de sí misma hacia aquel que la ve. Este silencio, que es un signo de interrogación esencial y que responde a la realidad concreta que desea representar, termina haciéndonos visible en su ausencia la huella humana, haciendo de la interrogación del vacío estético la puerta de entrada a una duda profunda sobre la realidad del hombre en relación con su historia social. Por ello, un signo como el de la muerte no nos lleva necesariamente a connotaciones de olvido, nostalgia y desaparición, sino que, antes, al corazón del sistema social: lo arbitrario y azaroso de la existencia del hombre ante el hecho de la producción moderna en su sentido más abstracto y ante su cara última, la cara del desecho inconsumible por los procesos de explotación, lo humano en su más radical desplazamiento. Ante estas muertes -de un modo de existencia, de un mundo, al fin de cuentas-, la fotografía resulta ser, al contrario de la ideología, una máscara para ver, para hacer visible, y la persistente ausencia se hace un agudísimo punctum, surgido desde el objeto solo despojado de toda utilidad que, por otro lado, logra resistirse a volverse materia sin más, sin la determinación de la elaboración humana.
Hay que destacar la excelente factura del libro, que sabe establecer la amalgama entre imagen y escritura de una forma sencilla y lucida -si bien hay un encuadre gris en la página que podría haberse hecho más pequeño. Como cumbre de un ejercicio, más que intelectual, de una profunda emoción e intuición, Instalaciones de la memoria parece llamarnos a definiciones profundas en nuestra posición ética con respecto a nuestros propios modos de existencia; presentar una obra de tal fuerza, sugerencia y situación es uno más en la cadena de logros de Editorial Alquimia. 


 Carlos Henrickson

http://henricksonbajofuego.blogspot.com/

martes, 11 de marzo de 2014

Una muestra de fe: La vida después de Neruda, de David Miralles [por Carlos Henrickson]

3/11/2014 01:08:00 p. m.



Una muestra de fe: La vida después de Neruda, de David Miralles


En el lento desplazamiento de lo humano hacia el margen de lo que la sociedad moderna tiene como preocupaciones, la poesía ha tenido, sin duda, una misión permanente de alerta. Cuando David Miralles (Valdivia, 1957) llama a su libro La vida después de Neruda (Valparaíso: Caronte, 2013) se hace imposible no pensar en ese desplazamiento, en la medida en que la figura del poeta de Canto General encarna, en muchos sentidos, una preocupación humanista que, al paso de las generaciones literarias postdictadura, va haciéndose cada día más mediatizada, cuando no queda enteramente abrumada bajo operaciones sobre la superficie del lenguaje.
Resulta interesante, por ello, que Miralles pertenezca en su origen, de un modo u otro, a una de las emergencias poéticas más resistentes a las grandes máquinas productoras de ondas literarias: el fértil suelo de los 80 del sur de Chile, en que las pulsiones más profundas de la poesía no fueron desechadas como reliquia. Es así que La vida después de Neruda nos da un registro en dirección precisamente opuesta al post-lirismo cosmopolita de las promociones recientes, teniendo como claves de lectura temas como la intimidad y la pertenencia.
El registro de la distancia y del tiempo transcurrido como cortes en la constitución del hablante se presenta como experiencia central, desde la que surgen emociones extremas como despojo, dolor y miedo. Así, el espacio del origen se proyecta hacia un más allá, radicalmente distinto: la vuelta a una ciudad sólo puede establecerse Cien años después, y los lugares pasados quedan sumergidos en una atemporalidad que salta a la experiencia lectora. Un poema como Meditación en fuga sabe bien cómo dar cuenta de ello: el recuerdo, casi exclusivo patrimonio del cuerpo (las bestiales escenas de ese amor / que practicamos con las reglas de otra edad) se contrapone en tono e intensidad con la fotografía en que aparecemos tan seguros, / sobre un trasfondo de cielos abiertos, / exhalando un anacrónico aspecto de felicidad.
Miralles sabe que la situación de su hablante es inefable, y puede relacionar el tiempo en su abstracción más aplastante y ajena con la nostalgia íntima del amor (léanse Recuerdos de Quevedo Desaprender los códigos). Este lugar imposible desde donde habla tiene una consecuencia natural en su poética: producir una escritura que sabe ser placenteramente elusiva, cuya capacidad de evocación emocional e íntima jamás decae: el tratamiento de lo erótico en los textos sabe trascender, en este sentido, muchos de los malos hábitos de lo que se da en llamar actualmente “literatura erótica”, dispuestos aún a épater a destiempo o restringir el ámbito de la experiencia hasta la simplificación descriptiva.
Las imágenes de amor y muerte en La vida después de Neruda, en general, revelan que Miralles sabe entender la poesía como operación de conocimiento: la escritura, como muestra de relación entre lo íntimo y lo trascendente, acaba estableciendo puentes de sentido que engendran su propia (y personal) visión totalizadora del mundo, en que la situación de límite puede llegar a ser comprendida como experiencia. No otra cosa parece señalar la perspectiva cruel del poema que lleva el título del libro, y en esto demuestra estar a la altura de su época: la visión alucinada de una ciudad moderna desde la altura de una torre no puede sino despertar una reacción inmediata, más acá o más allá de la estética contemplativa, una actitud que es fruto de la marca a fuego de la modernidad al interior, en el seno de la conciencia creadora.
La vida después de Neruda es uno de esos escasos libros que en nuestros tiempos revueltos son capaces de elevar la poesía a expresión válida, a la altura de una exigencia ética, sin necesidad de autocríticas aplastantes o procedimientos irónicos. Miralles en esto da prueba de fe, y nadie podría decirlo más claro que su propia poesía, en los siguientes versos de De este mundo al fin:

Pero estamos listos.
Despreciando el llamado
a no engañarse por las apariencias:
la idea de que el mundo sea una ilusión de los
sentidos.
Cruel y hermoso
con miles de avenidas
que conducen a la muerte
y sólo un estrecho sendero que lleva hasta ti.
Tal vez no sea mucho,
pero tu palabra es la escuálida verdad.