ESPACIO DE LOS OJOS
Donde yo espero
Y la lengua estaciona esa claridad tuya
Y borra los sucesos de habitar
Y prolonga el tránsito de mi sangre
Dónde y para qué
El cabello
Su frecuencia y su estío sin contacto
Entre mis dientes el vértigo de acto y de ser
Oh mientras soy seguro y aguardo
Mientras derribo el antiguo velar
Salgo
Guío y mi calor se levanta entre aguas
Cada hora cada hora
Negra vida de sonido semejante a días
O pasos resplandecientes
Soy número y fin
Reposo y párpado iluminado
Tú decides el asilo del extraviado tiempo
Entre tibio morar y mano arrasada
Tú decides asimismo lo inexpugnable del miedo
Lo pavoroso de los huesos en sordo subterráneo
Sobre distantes armas
Sobre insectos rituales en la noche
Oh perdida lenta llama
Qué piel de piedra amarga o cortante sueño
Qué obscuro movible fondo de límite
Tú das metal abismo apenas al humo que oigo subir
Contiene sobre hierba sobre tiempo unido
Los ojos
El océano
Ojos tuyos gran puerta y lluvia para defender el eco
Ojos y viento nocturno inundado
Conciencia espacio íntimo del relámpago
Vamos con una voz y un beso vegetal
Miro en la dirección del rayo
A devorar mi propio mar
A pregonar la propia línea nevada y a punto de latir
Miro en la dirección del rayo
Pero sólo veo la sed viva de tus ojos.
VÉRTIGO O VIAJE
Sube el llanto
Por un borde dividid
Por un despertar
Hacia la lengua y lo que viene
Yo he perdido mi presencia
Yo he dejado justamente el humo inesperado de mi cabeza
Sobre la oscuridad que va moviéndose
La muerte se conturba
Y torna a su óxido redondo
Memorable estar y llama
Mientras el cuerpo se abre
A su acto desconocido
Por la arena o la mañana clavada a la noche
Qué puede qué podría poder el ruido del error
Ante la mano caída de la espera
Qué podría el error opuesto al fin
Olvidado de la sangre
Con una persecución y un área de sal ahora
Yo perdí mi presencia
Pude haber el secreto de ir y de venir
Por el invierno
Que día y paso en la atmósfera de vidrio
Para siempre.
martes, 13 de enero de 2009
Poemas de Gustavo Ossorio
lunes, 12 de enero de 2009
Poesía de Verónica Qüense
De tanto andar en avión los ricos
nos convirtieron en piedras del paisaje
nuestros pueblos sombras en quebradas
grises roqueríos bordeando agua
oscuras manchas a orillas del paisaje
no tienen dolor ni esperanzas
no tienen hijos ni amores
no tienen música ni poesía
no intentan cultivar tierras secas
ni buscan peces en mares muertos
no viven ni mueren
el paisaje de allá abajo
es sólo tierra productiva
de allá abajo.
domingo, 11 de enero de 2009
El dentista de Bolaño y la irónica intertextualidad del viaje sin retorno
El dentista de Bolaño y la irónica intertextualidad del viaje sin retorno. Perpretado por Violeta Fernández Riquelme.
En su obra el dentista (publicada en el libro de cuentos Putas asesinas) Roberto Bolaño como en el grueso de su obra, narrativa, poética y ensayística, realiza un despliegue de ironía intertextual increíble, esta categoría es señalada por Umberto Eco en sus comentarios sobre lo denominado novela posmoderna por autores como McHale, o Hutcheon, como un rasgo esencial de aquellos diseños narrativos experimentales que pretenden llevar el dialogismo e hibridismo discursivo a otro estatus. Bolaño nos tiene acostumbrados a ello tanto en sus mega-sagas los detectives salvajes y 2666 como en sus breves textos, incluidos los póstumos e inconclusos (El secreto del mal)
Esta estrategia textual representa un desafió pero así mismo un atractivo cebo para el lector, le permite al autor, en este caso a Bolaño, expresarse en dos niveles al mismo tiempo, algo así como ocurre con en el double codding, otra categoría señalada por Eco, mediante la cual el creador se permite estructurar el discurso y diégesis para un público más experimentado, con cierto conocimiento formal de la literatura y sus códigos, en Dentista están todas las alusiones a Rimbaud, a Elizondo, a ese realvisceralismo poético de los jóvenes mexicanos, intelectualidad universitaria que vemos en decadencia y aburguesada en los protagonistas, los que a su vez se empapan del sentir de malditismo artístico, de anonimato creativo, de esplendor y fugacidad del talento representado por aquel joven indio Ramírez que no es el bello Arthur como explicita desde un principio el texto, No era Rimbaud, sólo era un niño indio. Hay que contar además las aproximaciones estéticas camufladas en forma de digresiones o diálogos entre ebrios “El arte, dijo, es parte de la historia particular mucho antes que de la historia del arte propiamente dicha. El arte, dijo, es la historia particular. Es la única historia particular posible. Es la historia particular y es al mismo tiempo la matriz de la historia particular. ¿Y qué es la matriz de la historia particular?, dije. Acto seguido pensé que me respondería: el arte. Y también pensé, y ése fue un pensamiento afable, que ya estábamos borrachos y que era hora de volver a casa. Pero mi amigo dijo: la matriz de la historia particular es la historia secreta.”
En este ejercicio no podemos ignorar todos los recursos formales, los mecanismos anticlimáticos, la intención de dejar hilos abiertos (lo que se conoce como dato escondido), además de la transtextualidad en todas sus variantes y en otros casos, no este en particular, la metalepsis, la trasgresión de los niveles de narración. En fin, todo en una misma historia, tal como dice el personaje de Dentista… “y luego mi amigo empezó a contarme un cuento de Ramírez, un cuento sobre un niño que tenía muchos hermanos pequeños que cuidar, ésa era la historia, al menos al principio, aunque luego el argumento daba un giro y se pulverizaba a sí mismo, el cuento se convertía en una historia sobre el fantasma de un pedagogo encerrado en una botella, y también en una historia sobre la libertad individual, y aparecían otros personajes, dos merolicos más bien canallas, una veinteañera drogadicta, un coche inútil abandonado en la carretera que servía de casa a un tipo que leía un libro de Sade. Y todo en un cuento, dijo mi amigo”.
Y es que el detective salvaje, Arturo Belano para los amigos, a la par que cohesiona esta fina trama, se dirige a un público más masivo, centrado en el contenido y ciertas temáticas que engolosinan al morbo mayoritario. La violencia inmanente, el terror y tensión que se esnifa en esos rincones y lapsos solitarios que confrontan los personajes, el mentado derrotero sentimental del narrador y la presumible homosexualidad pederasta del dentista amante de la pintura y que se culpa de la muerte accidental de una vieja indígena en su sala de operaciones a manos de un practicante, que en su ausencia le intervino un cáncer en la encía a la vieja, insisto… todo en un mismo cuento, por ello podríamos decir en síntesis que Bolaño liga lo culterano, lo excesivamente elitista con lo que a todos nos despierta curiosidad, logrando que su trabajo sea como el mismo dice: “Mi literatura es legible, pero no es fácil”.
Esto hay que relacionarlo con la tan mentada ironía intertextual, esta se caracteriza frente al doble código en que la escisión o distancia entre los dos niveles que el autor trabaja, ya no se presenta tan sólo en función de cualquier acerbo, preferencia de temáticas o conocimiento popular, sino que se pronuncia de forma más específica, especializada podríamos decir, pues se focaliza en una necesidad primordial, el dominio de ciertos ideolectos o enciclopedia del destinatario, esto en español y para todos los lectores no estrictamente imbuidos en la terminología de Eco, significa, que la obra exige un conocimiento especial que es la misma obra del autor, sus propios códigos o fetiches como prefiero llamarlos, aquí Bolaño dialoga con bolaño, lo cual permite que el goce estético sea mayor para quien comulga y conoce las otras voces, esas señales de ruta ocultas, temáticas todas, transversales para el Chileno y que se aprecian no sólo en la repetición de su estilo, en el cómo y qué aborda, sino en la creación de un universo que se comunica y retroalimenta constantemente, desde su obra con Porta escrita a cuatro manos, Los Consejos, hasta las que no llegó a concluir. Esto de cualquier modo no es novedad, un lector de Bolaño al leer dentista, entiende en profundidad guiños simples como aquella alusión a Sade o los delirios sexuales del pintor Cavernas y su repentina violencia amparada por guaruras, para que hablar de la constitución de la personalidad de los actantes, el estudioso de letras descorazonado, el hombre que en su normalidad esencial, de dentista aburguesado oculta toda una maraña de sentimientos oscuros paradojalmente ligados al arte, similar a Quim Font, a eso hay que añadir los parajes, vehículos y atmósferas, esto no implica que Bolaño se repita, sino que Bolaño nos invita a recorrer muchas veces los mismos caminos, nos obliga a perdernos en la búsqueda frenética de saltos y retornos que implican un Aleph o Rayuela, esa biblioteca infinita llena de citas a otros y si mismo, y en el anhelo por una respuesta o una bitácora convincente, nos topamos con un viaje que en realidad jamás termina pues las vías paralelas llevan a otras aparentemente distanciadas, como podría ser el caso de su poesía frente a su narrativa pero no es así pues todo esta unido solidariamente. Por ello en el afán por alcanzar a fantasmas Caborquianos, al llegar al punto de partida, o a algún punto antes recorrido o reseñado por el lector, este ya cambio pues nosotros cambiamos en el viaje y salto que implica una re-lectura, por ello, después de leer Dentista, y repensar el diálogo de bar, acerca de cómo el arte es parte de la historia particular, me veo forzada a volver a leer los detectives, 2666, estrella distante y temo por lo que voy a encontrar o no vuelva a leer.
Autora: Violeta Fernández Riquelme
Publicado en: La Santísima Trinidad de las cuatro Esquinas.
sábado, 10 de enero de 2009
Hacia una Interpretación Lihn-güística de: Pena de Extrañamiento.
Hacia una Interpretación Lihn-güística de: Pena de Extrañamiento.
En esta oportunidad, atendiendo al proceso de des-lectura que he decidido dedicar a la obra de Enrique Lihn, no busco revisar un poema en específico del grueso de obras que componen la bibliografía del escritor sino que más bien, inspirado y a partir de la lectura de textos como Kandinsky 1904, Ojo de Barcelona, El Arte y la vida entre otros, quiero proveer algunas consideraciones respecto al libro en que se encuentran insertas las piezas mencionadas y realizar una aproximación al título “Pena de Extrañamiento” y al sentir y sentidos que a mi parecer, dicho nombre recoge.
El poemario en cuestión fue publicado el año 1986 por editorial sinfronteras. Como libro, corresponde al texto de poesía numero diecisiete del autor santiaguino y a juicio de Pedro Lastra, la obra íntegramente despliega múltiples sentidos que el lector en su goce puede captar. Compartiendo esa opinión, podemos partir aludiendo al carácter voyerista. (La mirada es gratuita, este espectáculo /de increíbles efímeros que parten Barcelona / en porciones de calles al tajo de la luz. Ojo de Barcelona) Aquel ojo mira fotográfico y pictórico al mundo pero al mismo tiempo se desvela auto contemplativo, volcándose sobre su propia voz e imágenes para así orbitar en torno a lo fantasmatico, fantasías o delirios fantasmales que recubren la reconstrucción de lugares, calles, museos, bares, hospitales en los que el poeta estuvo y personas con las cuales compartió pero sin formar parte realmente, España, Perú, Estados Unidos y el mismo Chile son escenarios de este libro. (La isla dispone de fantasmas artificiales / con que llenar los huecos de la contra-historia / Ellos ocupan en la memoria, con la naturalidad que ésta se / permite en relación a la nada / el lugar de los verdaderos ausentes: caras que vi / en las bouffoneries del Soho. Pena de Extrañamiento) Y en cada espacio queda patente la noción de extranjería, de extrañamiento, de distancia objetiva, panorámica que re-crea y des-realiza la experiencia, producto del testimonio personal o de terceros, surgiendo así mismo la inspiración a raíz de la propia obra o a través de la perspectiva y arte de la alteridad. (La relación de unas cosas con otras / iba borrando, poco a poco, las cosas. / Versos sin palabras. / Formas sin figuras ./ No bien partía un barco de oro de la orilla/ cuando ya no era orilla ni barco ni partía. Kandinsky 1904)
Todo junto, entrelazándose por medio de vasos comunicantes que re-construyen el tiempo y espacio en la página literaria, nos lleva a vincular esta idea de reinterpretación de los cuerpos, significantes y lapsos con todas las demás dimensiones que Lihn despliega gracias a cada poema. Podemos por tanto retroceder al título de la obra con mayor información y entender que no por azar, el libro recibe aquel nombre eufemista que alude de manera premeditada y connotativa pero siempre sutil y soterrada a la violencia del destierro o de vivir aquellos años de crisis nacional, cautivo por el rostro del pánico. (Los anónimos de siempre disparan en la noche / a la que no se puede entrar de la que no se puede salir / coto de caza y placer de las hienas / Los leones mismos se pervertirían si tuvieran como ellas la exclusividad de la selva. / Suenan esos disparos como algodón en los oídos / empapados de nuestra sordera son el éter que nos trae la noche / y henos aquí tendidos en nuestros lechos de operaciones / Mañana habrá muertos, eso es todo / Mejor que se guarden la noticia / Por sus prontuarios no los conoceréis. Disparan en la noche)
De esta forma el poemario queda desde su primer contacto con el potencial destinatario, cruzado por una singularidad de espectros, algunos abstractos y metafísicos pero no por ello menos anclados a la odiosa y tantas veces cruelmente bella realidad. Tan así que el caso particular de Pena de Extrañamiento nos ubica en un extenso y complejo periodo de producción para el arte en Chile, pues el libro, como hijo de su época, abarca una década en la vida del escritor, periodo que se prolonga a partir del 73, año en que Chile sufre un violento cambio en su dirección política y social hasta alcanzar la primera mitad de los ochenta, en que ya acostumbrados, resignados o sometidos, los habitantes del país, como ocurre en todo lugar que enfrenta un cambio de paradigma abrupto y dirigista, asumieron la represión y orden impuesto, cual designio del terror irracional luchando desde la oculta periferia, o paradójicamente, beatificando la acción de las fuerzas coercitivas como señal de coherencia. Estable y promisorio porvenir. Slogan de un régimen cuyo discurso mítico pretendió borrar o lisa y llanamente satanizar el pasado inmediato para retrotraerse a las figuras epónimas de un esplendor militar y tradicional en las que encontró respaldo y continuidad como proyecto patrio, no es casualidad por ello toparse en el Chile de hoy con dos corrientes de pensamiento abiertamente opuestas, marcadas por la época de escisión. Voces polarizadas que por un lado acusan descarnadamente que vivimos en una nación que carece de memoria y en caso contrario, una mirada vecina que arguye despotricando en contra del odio y resentimiento del que se refugia en el pasado y sus ánimas, finalmente se acusa el aborto de un proyecto de genuina equidad frente a un calvario de absoluto caos que invoca a su Mesías de gris, a fin de restablecer el tan preciado orden por la razón o la fuerza. (He aquí a lo que se reduce el Gran Teatro del Mundo / descompasando el buen tono / de la desesperación de Segismundo, arranca aullidos / de lo invisible en que tienen lugar los entretelones / sangrientos de lo real, sucios de cuerpos: / pasillos subterráneos en que el conspicuo prisionero / ciego avanza, ahora, a patadas y culatazos / hacia una improvisada sala de torturas / donde no se prohíbe la entrada a los niños De lo mismo )
Pena de Extrañamiento abierta a la estética de descreimiento de Lihn en que siempre prevalece el estilo como la suma de todas las incertidumbres del hombre, atestigua con cada poema y desde distintos ángulos en una polisemia demencial, la condición de sujeto errátil, de eterno extraño en todas sus facetas, de modo que servidores (poetas, hablantes y narradores) y servidos (realidades, mundos, entidades representadas o incluso ninguneadas) en colisión se suceden, comulgan y confabulan para dibujar el conflicto de aquel habitante perdido en las antípodas o curiosamente, considerado con mayor vehemencia, alienígena y preso en su propio hogar. ( No me voy de esta ciudad con la resignación de los visitantes en tránsito / Me dejo atar, fascinado por ella / a los recuerdos del presente: / cosas que no tuvieron, por definición, un futuro / pero que, ciertamente, llegaron a envejecer, pues las dejo a sabiendas / de que son, talvez, las últimas elaboraciones del deseo, / los caprichos lábiles que preanuncian la vejez. Pena de extrañamiento)
Así entendemos por obra del mágico lirismo la condición del temeroso pasajero que se ve aplastado por la certidumbre del discurso forzado e incluso al que contrario, temiendo una revolución que no se pidió, que no comprende, agradece feliz el aborto de la misma y ávido demanda un nombre y apellido a las cosas, un retorno a lo seguro y una explicación tajante ante las situaciones de odio y lucha a fin de poner un alto a la incertidumbre onerosa de existir y dar existencia entre tanta confusión, (dichosos tiempos aquellos en que la disputa era un arte / y no una redada policial. La disputa)
Tales son los circunstancias que pena de extrañamiento a mi juicio atrapa con locuacidad al percibir el sentimiento de muchos hombres, en ese década ambigua que Chile vivió y que en cierto grado sigue viviendo y vivirá. Y el poeta de ayer y el de hoy, cómo enfrenta ese transito, cómo se impone a la resemantización impuesta de un proyecto externo a sí, externo a todos pero que procura ser la consciencia colectiva de un país con términos renovados a la luz de sus anhelos, mismos que va fijando con hierro sobre la piedra, estableciendo la idea inamovible de democracia, unidad, nación, país, compromiso, lealtad y en general toda proceder cultural dejando de antemano establecido, si nos referimos estrictamente al arte, qué música, literatura, y plástica pueden ser consecuentes con el patrimonio tradicional al juicio del censor de turno. (gente que gira alrededor de las piezas de museo / olvidadas de su condición de piezas de museo / y que parecen pues ignorar donde están / (…) somos obras de arte momentáneamente vivientes. El arte y la vida) Aprobado y promulgado el valor de la pieza en cuestión, corresponde agregar dicha voz, imagen o sonido a lo canónico a lo políticamente coherente con la idea imperante, en tal grado una pieza y su autor posee el debido prestigio y correspondiente valor comercial, de colección en función de su continuidad con el proyecto. El discurso imperante rotula y da existencia, realiza el trabajo de confirmar como seres a todos aquellos hombres temerosos, lábiles ante la idea de crearse, pero qué hay del poeta que sufre esa pena de extrañamiento desde sus entrañas y en la piedra fundante de nuestra lógica y pensamiento, el lenguaje.
Podría este ser ingresar a su sistema, le interesaría realmente ser mutilado y empaquetado en aquel pequeño eslabón a fin de ser suma en aquellos fines ajenos. En sentido contrario, sería una pieza a erradicar. Lihn se cuestiona y combina el sentir social de aquel momento con su propia obsesión y su experiencia dentro y fuera del país, poniendo en juego gracias a Pena de extrañamiento en su totalidad una serie de disyuntivas, meta y extra textuales. Al respecto Federico Schopf dice en su artículo titulado pena de extrañamiento, publicado en Pluma y pincel edición del año 86 lo siguiente:
El desarrollo de su escritura le muestra, dolorosamente, que la psique no se limita. al yo conciente y que el sujeto arrastra en su huida -desde "el eriazo remoto y presuntuoso"- mas de lo que supone o percibe al mirarse en el espejo y en el espejo de la conciencia. Depende más de lo que cree -de lo que creemos- de la periferia dependiente.
El poeta se vuelve en tal grado un fantasma que pena, triste y extrañado, extranjero en sus palabras y con más razón en los discursos ajenos y enajenantes de modo que su desplazamiento valeroso que no reclama un orden impuesto, se debate por encima de las utopías fragmentadas, el osario de ilusiones y las personales quimeras también heridas, a fin de no resumirse en la facilidad de abrazar la pesadilla colectiva o el sueño de unos pocos, esa distopia de inmolaciones plagada por una oficialidad desmembrante. El poeta es un universo solitario chocando con los otros grandes y pequeños universos y aunque en esa colisión pierde, también gana en cuanto tiempo y espacio logrando una apertura abismal de códigos privados que re-estructuran y arrastran la realidad, cruzando desde la oscuridad al otro lado.
Autor: Daniel Rojas Pachas.
Publicado en: La Santísima Trinidad de las cuatro esquinas.
jueves, 8 de enero de 2009
Guillermo Blanco: La Espera
La Espera
Guillermo Blanco
(Premio único.
Concuso Interamericano de Cuentos
de "El Nacional", México, 1956)
Había dejado de llover cuando despertó. Aún era de noche, pero afuera estaba casi claro, y a través de una de las ventanas penetraba el resplandor vago, fantasmal, del plenilunio. Desde el camino llegaba el son del viento entre las hojas de los álamos. Más acá, en el pasillo o en alguna de las habitaciones, una tabla crujió. Luego crujió una segunda, luego una tercera; silencio. Diríase que alguien había dado unos pasos sigilosos y se había detenido. Un perro aulló a la distancia, largamente. El aullido pareció ascender por el aire nocturno, describir un arco como un aerolito y perderse poco a poco, devorado por la oscuridad. A intervalos parejos, un resabio de agua goteaba del alero.
Ella imaginó los charcos que habría en el patio, y en los charcos la luna, quieta. Veía desde su lecho la copa del ciprés, que se balanceaba con dignidad sobre un fondo revuelto de nubes y cielo despejado. El contorno de la reja destacaba, nítido; reproducíase, por efecto de la sombra, en el muro frontero, donde se dibujaban siluetas extrañas.
Tuvo miedo de nuevo.
Miedo de la hora, del frío, de los diminutos ruidos que rompían a intervalos el silencio; miedo del silencio mismo. Miró a su marido: dormía con gran placidez. Su rostro, no obstante, bañado en luz blanquecina, poseía un aire siniestro, de cadáver o criatura de otro mundo. Sintió el impulso de despertarlo, mas no se atrevió. Habría sido absurdo. Su miedo lo era. Y sin embargo era tan fuerte. La oprimía por momentos igual que una tenaza, impidiéndole respirar aunque mantenía abierta la boca, aunque cambiaba suavemente de postura. Suavemente, para no interrumpir el sueño de él.
Duerme, amor, duerme. No voy a molestarte. Estoy un poco nerviosa, eso es todo. Son los nervios, amor, que no me dejan tranquila.
Un ave nocturna cantó quizá dónde. No era un canto lúgubre, sino una especie de música a un tiempo misteriosa y serena.
Tornó ella a percibir el crujido de las tablas, acercándose.
Yo sé que no es nadie. Siempre pasa esto y no es nadie. No es nadie. Nadie.
De pronto tuvo conciencia de que su frente se hallaba cubierta de sudor. Se enjugó con la sábana. Amor, amor, repitió mentalmente, en un mudo grito de angustia. ¡Si él despertase! Si se desvelara también, y así, juntos conversaran en voz baja hasta llegar el día. . .
Pero el hombre no captaba su llamado interno. Era la fatiga, pensó. Con tanto quehacer de la mañana a la tarde, con el madrugón de hoy. . .
Duerme. No te importe.
El viento semejó detenerse unos instantes, para continuar en seguida su melodía unicorde en la alameda. Por primera vez notó ella, apagada por la distancia, la monótona música del río: se vería muy pálido ahora: un río de pesadilla, resbalando con terrible lentitud, y a ambos lados los sauces beberían interminablemente, encorvados, en libación comparable a un pase de brujos, y arriba el cielo nuboso y el revolotear de los murciélagos, y la voz honda de la corriente repetiría su pedregoso murmullo de abracadabra.
(Una muchacha había muerto en el río, años atrás. Cuando encontraron su cadáver oculto en las zarzas de un remanso se hubiera creído que vivía aún, tal era la transparencia de sus ojos abiertos, tal la paz de sus manos y sus facciones, y la frescura que irradiaba toda ella. Vestía un traje celeste con flores blancas; un traje sencillo, delgado. Al sacarla del agua, la tela se ceñía a su cuerpo de modo que daba la idea de constituir una unidad con él. Nadie supo nunca quién era ni de dónde venía. Sólo que era joven, que la muerte le había conferido belleza, que sus rasgos eran limpios y puros. Los mozos de la comarca pensaban en ella y les daba pena su existencia interrumpida, y la amaban un poco en sus imaginaciones. Ignoraban por qué apareció allí. No debió de ahogarse, pues no estaba hinchada, mas en su rostro ninguna huella mostraba el paso de una enfermedad, o de un golpe o un tiro. La llevaron a San Millán para hacerle la autopsia. Los mozos no supieron más. No quisieron saber: la recordaban tal cual surgió: lozana, amable, serena, con algo de irreal o feérico, desprovista de nombre, de causas. ¿Para qué saber más? ¿Para qué saber si por este o el otro motivo resolvió quitarse la vida, o si no se la quitó? Al referirse a ella la llamaban la Niña del Río, aunque su cuerpo era ya el de una mujer. Decían que desde esa tarde el río cantaba de diversa manera en el lugar donde apareció. Y quizá si en el fondo no lamentaran verdaderamente que hubiese perecido, porque no la conocieron viva y porque viva no habría podido ser sino de uno—ninguno de ellos, de seguro—, y así, en cambio, su grácil fantasma era patrimonio de todos.)
Un perro ladró nuevamente, lejos. Después ladró otro más cerca.
Si él despertase ahora. Cómo lo deseaba. Cómo deseaba tener sus brazos en torno, fuertes y tranquilizadores, o sentir su mano grande enredada en el pelo. En un impulso repentino lo besó. Apenas. El hombre emitió un breve gruñido, chasqueó la lengua dentro de la boca y siguió durmiendo.
Pobre amor: estás cansado.
Cerró los ojos.
Entonces lo vio. Lo vio con más nitidez que nunca, igual que si la escena estuviese repitiéndose allí, dentro del cuarto, y el Negro volviese a morder las palabras con que amenazara a su marido:
—¡Me lah vai a pagar, futre hijo'e perra!
Vio sus pupilas enrojecidas y su rostro barbudo, que se contraía en una suerte de impasible mueca de odio. Ella nunca se había encontrado antes frente al odio—a la ira sí, pero no al odio—, y experimentó una mezcla de terror y de piedad hacia ese infeliz forajido que iba a pasar el resto de sus días encerrado entre cuatro paredes, sin una palabra de consuelo ni una mano amiga, encerrado con su rencor, doblemente solo por ello y doblemente encerrado.
—¡Me lah vai a pagar!
Y a medida que los carabineros se lo llevaban con las manos esposadas y atado por una cuerda al cabestro de una de sus cabalgaduras, el Negro se volvía a repetir un ronco:
—¡Te lo juro! ¡Te lo juro!
El esposo lo miraba en silencio, y ella se dijo que tal vez también a él le daba lástima ver al preso tan inerme. Un bandido que era el terror de la comarca, cuyo estribo besaran muchos para implorar su gracia o su favor, y cuyo puñal guardaba el recuerdo de la carne de tantos muertos y tantos heridos. De vientres abiertos y caras marcadas, de brazos o pechos rajados de alto a bajo.
Sí, era malo. Pero ¿era malo? ¿Podía ser real maldad tanta maldad? ¿No era, acaso, una especie de locura: la del lobo, o el perro que de pronto se torna matrero?
Y aunque no fuera sino maldad—pensaba—, y quizá por eso mismo, el Negro era digno de compasión. Debía de ser terrible vivir así, odiando y temiendo, temido y odiado, perseguido, sin saber lo que es hogar ni lo que es amor, comiendo de cualquier manera en cualquier parte; amando con el solo instinto, a campo raso, a hurtadillas. Un amor de barbarie animal, desprovisto de ternura, sin la caricia suave, secreta, que es como un acto esotérico: ni el beso quieto que no destroza los labios, ni la charla tranquila frente a la tarde, ni la mirada infinita y perfecta. Un amor que seguramente no es correspondido con amor, sino con terror, y que dura un instante, para dar paso de nuevo a la fuga.
Así lo sorprendió su marido, oculto entre unas zarzas, con una mujer blanca de miedo y embadurnada de sangre. Lo encañonó con el revólver.
—Párate, Negro. Arréglate.
—Deje mejor, patrón.
Pronunciaba "patrón" con una ironía sutil y profunda. Casi una befa.
—Párate.
—Le prevengo, patrón.
Él no respondió. El Negro se puso de pie con ostensible lentitud. A lo largo del camino, hasta la quebrada de la Higuera, fue repitiéndole:
—Toavía eh tiempo, patrón. Puee cohtarle caro.
Y él mudo.
—Yo tengo mi gente, patrón.
Silencio.
—Piense en la patrona, que icen qu'eh güenamoza y joen. . .
El Negro marchaba unos pasos delante, y le hablaba mostrándole el perfil. Él lo miraba desde arriba de su caballo, con la vista aguzada, pronto a disparar al menor movimiento extraño.
—Sería una pena que enviudara la patroncita...
Pausa. El perfil sonreía apenas, con malicia.
—. . . o que enviudara uhté . . .
—Si dices media cosa más, te meto un tiro.
—¡Por Dioh, patrón!
—Cállate.
—Ni que me tuviera miedo—murmuró, fríamente socarrón, demorándose en las palabras. Y de improviso, en un instante, se inclinó y cogió una piedra, y cuando iba a lanzársela, él oprimió el gatillo, una, dos, tres veces. Un par de balas se alojó en la pierna izquierda del Negro, que permaneció inmóvil, esperando. Ambos jadeaban.
—¿No 'e, patrón? La embarró. Ahora no voy a poder andar.
Lo ató con el lazo cuidadosamente, haciéndolo casi un ovillo, y lo puso atravesado sobre la montura, de modo que sus pies colgaban hacia un lado y la cabeza hacia el otro. Así, tirando él de la brida, lo condujo hasta las casas del fundo. Cuando llegaron, el Negro se había desangrado con profusión: su pantalón estaba salpicado de rojo, salpicada también la cincha, y un reguero de puntos rojos marcaba el camino por donde vinieran.
Desde el pórtico de entrada los vio ella. Primero se alarmó por su marido, creyendo que podía haberle ocurrido algo, mas pronto se dio cuenta de que se hallaba bien. Adivinando la respuesta, preguntó muy quedo:
—¿Quién es?
—El Negro.
Pálido, desencajado, el Negro alzó el rostro con gran esfuerzo, la observó fijamente. Todavía ahora sentía incrustados en su carne esos ojos de acero, llameantes en medio de la extrema debilidad y tintos de un objetivo toque perverso. Recordaba que se puso a temblar. Luego la cerviz del bandido se inclinó, mustia.
—Se desmayó. Habrá que curarlo—dijo el esposo..
—¿Tiene heridas graves?
—No. Le di en el muslo, pero es necesario contener la hemorragia.
—Yo lo curaré.
Él la cogió del brazo.
—¿No te importa?
Sonrió débilmente.
—No. No me importa. Déjame.
Su mano vibraba al ir cogiendo el algodón, la gasa, yodo. El corazón le golpeaba con extraordinaria violencia, y por momentos le parecía que iban a reventarle las sienes. Le parecía que se ablandaban sus piernas al avanzar por el largo corredor hasta el cuarto donde yacía el hombre. Lo halló puesto sobre una angarilla, con las muñecas sujetas a ambos costados y las piernas abiertas, cogidas con fuertes sogas que se unían por debajo. Era la imagen de la humillación.
Se veía más repuesto, sin embargo.
—Buenas tardes—musitó.
La miró él de pies a cabeza. Dejó pasar un largo minuto. Por fin replicó, en tono de endiablada ironía:
—Güenah tardeh, patrona.
Le alzó el pantalón con timidez. La desnuda carne lacerada, cubierta de machucones y cicatrices, inspiraba la lástima que podría inspirar la carne de un mendigo. Con agua tibia lavó la sangre, cuyo flujo era ya menor, para ir aplicando después, en medio de enormes precauciones, el yodo, que lo hacía recogerse en movimientos instintivos.
—¿Duele?
El Negro no replicó, pero sus músculos permanecieron rígidos desde ese instante, y el silencio—apenas roto por el sonido metálico de las tijeras o por el crujir del paquete de algodón—pesó en el aire de la pieza con ominosa intensidad. Le resultó eterno el tiempo que tardó en concluir. Era difícil pasar las vendas por entre tantas ataduras, y entre el cuerpo del hombre y las parihuelas, especial porque él mismo no cooperaba. Al contario: diríase que gozaba atormentándola con su propio sufrimiento.
Terminó.
Calladamente reunió sus cosas y se levantó para partir.
—Patrona . . .
Se volvió. Los ojos pequeños, sombríos, del herido la miraban con una mirada indescriptible.
—Le agradehco, patrona.
—No hay de qué—balbució.
Mas él no había acabado:
—Si me llevan preso, me van a joder.
Pausa.
—El patrón no gana naa, ni uhté tampoco. si llego a ehcaparme dehpuéh, le juro que la dejo viuda. . . Sería una pena.
Ella no sabía qué hacer ni qué decir. Por fin se fue, paso a paso, hacia la puerta.
—Hasta luego—articuló, con voz que apenas se oía.
De pronto el Negro se puso tenso. Habló, y su tono palpitaba una dureza feroz:
—¡Y a ti tamién te mato, yegua fina!
Salió precipitada, yerta de espanto.
En los dos días que demoraron en venir los carabineros no hizo sino pedir a su marido que permitiera huir al preso.
—¿Por qué va a enterarse nadie? Le dejas camino hecho, sin contarle siquiera. Ni a él. Podrías ponerle un cuchillo al alcance de la mano. ¿Quién sabría?
—Yo.
—Amor.
—Estás loca.
—Hazlo. Te. . .
—Pero si es tan absurdo.
—No voy a vivir tranquila.
—Y si lo suelto, ¿cuántas mujeres dejarán de vivir tranquilas?
¿Cuántas perderán a sus hijos, o. . ., o. . . ? Tú sabes cómo lo encontré. Esa pobre muchacha tenía su novio, tendría sus esperanzas, sus planes, igual que tú cuando nos casamos. ¿Y ahora? El novio no quiere ni verla. Le ha bajado por ahí el honor, al imbécil. Y ella. .., bueno. Está vacía. Nada va a ser como antes para ella. Por el Negro. Por este bruto. ¿Y quieres que tu miedo le permita seguir haciendo de las suyas?
—Va a escapar.
—No veo. . .
Fue en vano insistir. Sin embargo, algo en su adentro se resistía a toda razón, sobre toda razón la impulsaba a desear que aquello se arreglase en cualquier forma, de modo que el Negro se viera libre y ellos no tuvieran encima la espada de Damocles de su venganza.
Pero nada ocurrió. Cuando los carabineros llegaron, el preso rugía de ira, echaba maldiciones horrendas, se debatía. Insensible a los golpes que le daban para aquietarlo, gritaba:
—¡Me lah vai a pagar, futre hijo'e perra!
Por un instante la vio.
—¡Y voh tamién, yegua!
La agitó a ella una sensación de angustia. Habría deseado decirle palabras que lo calmaran, pedirle perdón incluso, mas eso era un disparate, y, mientras, no podía dejar de permanecer ahí clavada, viendo y oyendo, llenándose de un terror frío y profundo.
...Las imágenes comenzaron a hacerse vagas, a moverse de una manera distorsionada en su mente, a medida que tornaba el sueño. Traspuesta aún, veía los ojillos agudos, pérfidos, del hombre. Su rostro sin afeitar, que cruzaban dos tajos de pálidas cicatrices. La mandíbula cuadrada, sucia. Los labios carnosos, entre los que asomaban sus dientes amarillos y disparejos y ralos, y unos colmillos de lobo. La cabeza hirsuta, la estrecha frente impresa de crueldad. En los labios había una especie de sonrisa. Murmuraban "Yegua", sin gritarlo, sin violencia ahora, suavemente, cual si fuera una galantería.
O tal vez una galantería obscena, de infinita malicia. Se revolvió en el lecho, sintiéndose herida y escarnecida, presa del semisueño y de su lógica ilógica, atrabiliaria, tan fácilmente cómica y tan fácilmente diabólica. Algo la ataba a esa comarca donde parece estar el germen de la pesadilla, y también el germen de la maldad que se oculta, del ridículo, de la muerte; donde la alegría, el dolor, la desesperación, pierden sus límites. Atada. Y el Negro la miraba, y sonreía, y le decía "Yegua", y en seguida no sonreía, sino que estaba tenso, todo él tenso cual un alambre eléctrico, y continuaba repitiendo la misma palabra, en un tono de odio sin ira que se le metía en la carne y en la sangre y en los huesos (Amor, amor) , y dentro del pecho el corazón se puso a saltarle, desbocado, y de pronto tenía el cabello suelto, flotando al viento, y no era más ella, sino una potranca galopando en medio de la oscuridad, y aunque iba por una llanura se oían crujidos de madera (Amor ) y sobre todo ladridos que se acercaban poco a poco y su furia medrosa producía eco, tal si repercutieran entre cuatro paredes. . . Se acercaban, la rodeaban, iban a moderla esos perros. . .
Despertó con sobresalto.
Se quedó unos instantes semiaturdida, observando en torno. Ningún cambio: su marido yacía ahí al lado, tranquilo. La luna daba de lleno sobre la ventana del costado izquierdo, en cuyos vidrios refulgían las gotas de lluvia. Todo igual.
Suspiró.
Luego, lentamente, el trote de un caballo hizo oír su claf-claf desde el camino.
¿Qué sería? Trató de ver en su reloj, mas no lo consiguió. Un caballo. Amor—quiso decir—, un caballo. Pero calló. Escuchaba con el cuerpo entero, con el alma. Reales ahora, los ladridos se convirtieron en una algarabía agresiva. Sonó un golpe seco, un quejido, nada. El claf-claf también cesó: estaría desmontando el jinete.
—Amor.
El marido gruñó una interrogación ininteligible, entre sueños.
—¡Amor!—repitió ella.
—¿Qué hay?
—Alguien viene.
—¿Dónde? ¿Qué hora es?
—No sé.
De un soplido apagó el fósforo que él empezaba a encender.
—No. No prendas la luz. Venía por el camino.
El hombre se levantó, echándose una manta encima, y se acercó a la ventana que daba hacia afuera. Corrió la cortina en un extremo.
—¡Diablos!—exclamó.
La mujer no se atrevió a preguntar. Sabía. En unos segundos, él estuvo a su lado susurrándole instrucciones:
—Es el Negro. No te preocupes.—Abrió una gaveta—. Toma, te dejo este revólver. Ponte en ese rincón, y si asoma, disparas. No hará falta. Trata de conservar la calma, amor. Apunta con cuidado. Yo voy a salir por el corredor para sorprenderlo. Ten calma. No pasará nada.
La besó, cogió otro revólver del velador y se fue, con el sigilo de un gato, antes de que ella hubiera podido articular palabra.
Esperó.
Tenía la vista fija en el marco de cielo encuadrado, estrellado. A cada instante le parecía ver aparecer una sombra, ver moverse algo en la sombra. Cuídate, amor. Dios mío, que todo salga bien.
Cayó una gota del alero. Hacía rato que no caía ninguna.
Sopló una ráfaga de viento.
Otra gota.
Silencio.
Sintió un frío que la calaba.
Una tabla crujió. Sobresaltada, se volvió hacia la puerta. ¿No habría entrado el Negro por otra parte? Transcurrieron cinco, diez, quince segundos. No se repitió el crujido. ¿Y si apareciese por la ventana interior? Trató de imaginar cómo y por dónde lo haría. Podía trepar el muro bajo de la huerta, saltar... Sin embargo, estaba cojo aún. Y los dos mastines le impedirían pasar. No. Por ahí no era probable.
Una tercera gota se desprendió del alero.
¿Cuánto tiempo habría transcurrido? Tres gotas, pensó. ¿Habría un minuto, medio, entre gota y gota? ¿O no se producían a intervalos regulares? Cuarta gota.
Estaba claro, dentro de la oscuridad. Tal vez ya iba a amanecer. Tal vez llegara la mañana y vinieran los inquilinos, y entre todos apresaran de nuevo al Negro. . .
Quinta gota.
¡Por Dios! Trató de rezar: Padre nuestro, que estás en los Cielos, santificado sea... No. Era absurdo. No podía.
Sexta gota. Después un crujido. Se puso atenta.
Nuevo crujido.
No se encontraron. Viene ahí.
El crujido siguiente fue junto a la puerta. La puerta se abrió, dejando entrever una masa de sombra más densa. Disparó. Se escuchó un murmullo quejumbroso, breve; luego el caer de un cuerpo al suelo. Luego, débilmente:
—Amor . . .
Arrojó el revólver y se abalanzó hacia la entrada. Tocó el cuerpo: era su marido.
—¡Por Dios, qué hice!
Él:
—Pobre amor. Huye.
Trató de acariciarle la frente, y al pasar por la piel sus dedos se encontró con la sangre, que fluía a borbotones.
—Voy a curarte.
El hombre no respondió.
—¡Amor! ¡Amor! Silencio. Una tabla volvió a crujir. El revólver. Retrocedió para buscarlo a tientas, pero sus manos no dieron con él. La segunda silueta apareció entonces en la puerta.
miércoles, 7 de enero de 2009
Estrenamos el primer número de la revista La Santísima trinidad de las cuatro esquinas.
Estrenamos la primera edición de La Santísima Trinidad de las cuatro esquinas.
Nos complace presentar este nuevo proyecto de Editorial y revista Cinosargo, titulado la Santísima trinidad de las cuatro esquinas, la revista es una recopilación del contenido de diciembre del espacio homónimo dedicado a la literatura chilena en todos sus géneros.
El equipo integrado por Sol E. Díaz, Daniel Rojas Pachas, Oliver Beltrán y la redactora, Violeta F pretenden proponer lecturas personales e interpretaciones impetuosas a obras canónicas e ignoradas de la lírica y prosa nacional con la periodicidad, compromiso y calidad que nos caracteriza.
Visite La Santísima trinidad de las cuatros Esquinas