jueves, 10 de marzo de 2011

LOS MUERTOS DE LA NOVELA NEGRA ESTÁN FRESCOS [por Juan Podestá B.]

3/10/2011 01:49:00 p. m.

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LOS MUERTOS DE LA NOVELA NEGRA ESTÁN FRESCOS

Juan Podestá B.

En su “Diccionario de la novela negra norteamericana”, el especialista Javier Coma define más o menos así a la novela negra: “Tipo de novela donde a través de los procedimientos policiales y criminales de sus personajes, se revelan los mecanismos opresivos del sistema capitalista”.

Estamos, entonces, ante una literatura política, que no deja títere con cabeza, y que se ha encargado de recordarles los que ostentan el poder, durante los últimos cincuenta años, que cualquier día un muerto de hambre sin ambiciones les puede dar un balazo en la cabeza. Sólo porque tenía ganas de hacerlo.

Pero antes que esta definición, algo tendenciosa por cierto, la novela negra es ante todo literatura, buena literatura.

SHERLOCK HOLMES, REVUÉLCATE EN TU TUMBA

Antes que existiera algo llamado novela negra, o literatura criminal, hubo en el siglo diecinueve, y existe hasta el día de hoy, lo que se conoció como literatura policial. Hablo de Arthur Conan Doyle y su personaje Sherlock Holmes, y también, aunque guardando las distancias como escritores, de Edgar Allan Poe y su gran creación, el inspector Auguste Dupin.

Eran detectives de inteligencia superior, capaces de llegar a un criminal sólo viendo el humo de la chimenea de una casa. Usaban la inducción, la deducción y la reflexión cartesiana para resolver casos en los que un mortal común vería exclusivamente confusión y datos inagrupables. Vestían como aristócratas, fumaban pipas y eran refinados. Estaban del lado de la ley, y lejos, muy lejos, del espacio de los criminales. Holmes y Dupin nunca se imaginaron que muchos años después, sus herederos se dejarían barba porque no tenían dinero para cortársela, que conversarían con los violadores de la ley como amigos y que cargarían con más de un muerto a sus espaldas.

Por razones que desbordan este texto, las línea “negra” de la literatura policial tuvo poco desarrollo fuera de las fronteras de Estados Unidos.

“ME GUSTAN LAS CHICAS DURAS Y CARGADAS DE PECADOS”

En las primeras décadas del siglo veinte, circulaban por Estados Unidos unas revistas baratas llamadas “Pulps, pues las hojas se imprimían con una tinta color púrpura. Incluían historias sobre asesinos que eran cazados por la policía, relatos que hablaban sobre cuartuchos chicos y mujeres que bailaban en clubes nocturnos; no eran otra cosa que publicidad para la policía.

En la época de la depresión se vendieron como pan caliente, pues le decían al ciudadano que todavía había esperanza: por lo menos en la justicia, ya que en la economía habían dejado de creer hacía rato.

Fue en este momento que aparecieron los primeros escritores “serios” de novela negra: Dashiell Hammet y Raymond Chandler. Son los maestros. Movieron las cosas a un punto que no volvería atrás. Trastocaron en sus trabajos lo que se entendía por buenos o malos, por policías y criminales.

El primero creó a Sam Spade, un detective de una agencia que tenía una profunda cargar ética, y que protagonizó muchas de las novelas de Hammet. Era bueno, casi un policía sin placa, pero que no trepidaba en bajar a la casa misma de los mafiosos para cogerlos con las manos en la masa, y usar métodos nada de santos para sacarles la confesión. Sin embargo había un tufillo algo conservador en sus métodos y estilo de vida.

Pero el personaje clave de la novela negra es Phillip Marlowe, la magistral creación de Chandler. Marlowe era un detective privado que bebía en exceso, golpeaba a los que perseguía, se enamoraba de las cabareteras a las que llegaba por medio de sus investigaciones, no respetaba a la justicia convencional, sus informantes pertenecían al hampa y muchas veces se tomaba las circunstancias como algo personal. Sólo lo inspiraba un arraigado sentido de la justicia, la lealtad y la moral. Por ello era un solitario en un mundo de sujetos corrompidos, eterno solterón que en el fondo era un santo invertido: mundano, mujeriego e irreverente. Pero santo al fin y al cabo. No cabe ninguna duda que ha sido el modelo para personajes cinematográficos, como el de “Duro de Matar” y “Arma Mortal”. A diferencia de Sam Spade, Marlowe se movía en una línea algo difusa entre lo que se entendía por justicia y lo que se consideraba incorrecto; estaba más maleado.

A propósito de Marlowe, las frases que pronunciaba en las novelas son notables, y hay que consignarlas. Acá va una: “Me gustan las chicas suaves, llamativas, duras y cargadas de pecados”. Otra: “Quienquiera que fuera, lo había hecho por puro interés: los cadáveres pesan más que los corazones destrozados”. Y la última: “La miré sin deseo, estaba desnuda, pero para mí era sólo la estampa de la estupidez. Siempre fue tan sólo una estúpida”. No vean acá rasgos de machismo o misoginia; Marlowe amaba a las mujeres.

A BALAZO LIMPIO

Luego de Chandler y Hammet, apareció un ejército de escritores de novela negra: Horace McCoy, Ross Macdonald, Jim Thompson, Patricia Highsmith, James M. Cain y otros tantos.

De los anteriores, Horace McCoy y Jim Thompson son tan respetados como Chandler o Hammet. Hoy se los lee con devoción y sus novelas se están reeditando como nunca.

Veamos.

McCoy hizo de la novela negra un lugar propicio para una brutal crítica del capitalismo y sus operaciones represoras. La definición que se lee en el principio de este texto está prácticamente hecha para él. En sus trabajos no hay policías, asesinos o persecuciones. Hay dramas soterrados, angustias silenciosas que explotan de maneras impensadas.

En su novela “Acaso no matan a los caballos”, una pareja decide participar en un concurso de baile en la que ganará la que más horas dance sin parar. No hay que ser muy imaginativo para fabular qué puede suceder en un sitio lleno de ambiciones, envidias y sudor; cualquier hecho desatará la rabia contenida por ganar.

“Luces de Hollywood” es otro trabajo de McCoy. Es la historia de dos jóvenes que se conocen en las afueras de los estudios de filmación, y que buscan un camino para llegar al estrellato. No tardan en darse cuenta que para lograr ser una estrella de cine, hace falta mucho más que puro talento. Pero ellos están dispuestos a todo para lograrlo.

En “Di adiós al mañana”, su novela más conocida, McCoy relata lo que le sucede a un reo prófugo que se cree genio, y que con su astucia evita que la justicia le eche el guante, y que se da incluso el lujo de chantajear a la policía. Sin embargo, no puede escapar de sus propios tormentos, y uno de ellos es el tabú por antonomasia: el incesto.

A Jim Thompson se le está leyendo mucho. Recientemente apareció una nueva edición de un texto suyo, y se está preparando otra versión cinematográfica de su novela “La huída”, que ya cuenta con dos anteriores.

Thompson fue guionista de Kubrick, estuvo en la lista negra del cine en los años cincuenta por su filiación comunista y tiene una prosa que es tan certera como los balazos de sus personajes. La gracia de Thompson es que además de persecuciones en auto, disparos por millones, sangre por litros, líneas y líneas de garabatos y muertos cada dos párrafos, les da a sus personajes un espesor psicológico contundente, crea argumentos complejos que hacen al lector retroceder páginas y sus finales son de antología.

En “Sólo un asesinato”, un administrador de un cine se las ingenia, con la muerte de su mujer mediante, para quedarse con la plata del seguro de su negocio. Pero las cosas se complican tanto, y tantas veces logra salir libre de polvo y paja, que uno se pregunta cuándo se le acabará la suerte y quién en el fondo es el perseguido. “1280 almas” es la historia de un jefe de policía fracasado, pusilánime e idiota que un día decide cobrarse venganza de todos los que lo han pasado a llevar. No era fracasado, pusilánime ni idiota. Así son las historias de Thompson.

NORTEAMÉRICA PROFUNDA

Hoy en Estados Unidos, la “Tierra de la novela negra”, ésta ha cobrado un auge potentísimo. A autores consagrados como Elmore Leonard, James Ellroy, James Crumley o George V. Higgins, se han sumado otros, como Nick Solenz.

Retratan un Estados Unidos decadente, vicioso, corrompido, y en sus novelas no dudan en meterse con los petroleros, la industria automotriz o el racismo de la policía.

Si se hiciera un mapa con las ciudades de origen de estos novelistas, podríamos ver con sorpresa cómo se abarca gran parte del territorio estadounidense: desde Miami a San Francisco, de Nueva Orleáns al Detroit de Elmore Leonard. Estados Unidos entero está en sus libros.

Son tan beligerantes como los padres fundadores, Hammet y Marlowe, pero sacaron todo el romanticismo de los protagonistas (Phillip Marlowe era, recordemos, un santo invertido), y en cambio han puesto más carne a los detectives, menos heroísmo y más cobardía, menos bondad y mayor vileza e ineptitud.

El argumento de la novela “Brillo” de Elmore Leonard como muestra: un policía a punto del retiro se obsesiona con un despiadado violador, y lo sigue por cielo, mar y tierra para matarlo. No atraparlo, sino matarlo.

Larga vida a la novela negra.