YO TAMBIÉN LO LEÍ
Cecilia Castillo
De la abundante producción literaria del poeta iquiqueño Alberto Carrizo, el libro que prefiero es, lejos,
El Horizonte y su Estallido.
La historia de este poemario es una historia romántica (en el mejor sentido de lo romántico). Fue impreso en 1972 en la Editorial Santa María de Tacna. Trae un comentario de Gonzalo Drago, muy pertinente y por supuesto con la plusvalía que le dan las ilustraciones de ese gran artista, apenas reconocido en nuestro país, Guillermo Deisler.
A fines de los 60s, plena efervescencia de idealismos, esperanza en un mañana luminoso, con la justicia y la igualdad como metas, Alberto Carrizo Olivares también escribe acerca de la matanza de la Escuela Santa María (tema del que tanto se habló en 2007 pero no sé cuánto se leyó).
Este es el poema:
21 DE DICIEMBRE DE 1907
A los mártires de la
Escuela “Santa María”
de Iquique.
Sábado cúspide
sobre la que dormita
fatiga,
sábado
día de tregua;
la sonrisa es una tristeza distinta
pero es sonrisa.
Sábado.
Quince horas y treinta:
la tarde es una tranquila mesa
y una taza de té con limón;
los hijos son moléculas de azúcar,
endulzan los días,
hora de tregua.
Quince horas y treinta.
Sábado, quince horas y treinta:
tres ráfagas, voracidad del odio
para la multitud petrificada;
tres cargas amenazando voces; apretados dientes,
vientres secos, espaldas duras, partidas cejas,
llagas rotas disecándose en segundos;
muerte muerte muerte para la clase obrera:
descansa la vida, la muerte trabaja aquel sábado
la muerte y el llanto apagado de mujeres y niños.
Sábado:
hoja desparramada con su noticia negra;
sólo trece palabras:
-“un peso vale un pan y sólo
ganamos tres pesos”.
¿Qué comeremos mañana?”
Trece palabras
y treinta mil cuerpos cubriendo
con cantos de hambre
cansada de ser tanta hambre,
las calles de Iquique;
cada carreta
es un largo quejido sin rueda
atando la muerte a su madera;
Sábado:
¡día de tregua!
y entierran en un subterráneo
de escuela inocente
a tantos caídos.
Quince horas y treinta:
la tarde es una taza quebrada.
Sábado
quince horas y treinta.
Trece palabras.
Treinta mil cuerpos huyendo.
¿Quién se atreve a contar a los muertos?
“Santa María” : ruega por ellos
y su pedazo de pan
en esta hora
de
muerte.
En primera lectura me llama la atención el cómo en este texto sólo las víctimas están presentes en su condición de seres humanos: “mujeres y niños”, “voces”, “apretados dientes”, “espaldas duras”, “llagas rotas”. Aparentemente son más especie humana que individuos: multitud petrificada, caídos, treinta mil cuerpos. Pero, cuidado, que no despersonalizados (no puedo evitar pensar en “Masa” de César Vallejo); multitud ¿puede ser uno?
Mi interpelación al texto es ¿dónde están los verdugos? porque no se mencionan de manera explícita. No obstante las referencias:
Tres cargas ametrallando voces
Tres ráfagas, voracidad del odio
sugieren el sentir del hablante y el contenido de la narración. ¿No están porque no merecen ser considerados humanos? ¿No están porque asquean? ¿Porque merecen desprecio?
Recordemos que hay documentos que prueban que la matanza de los obreros no fue una situación fortuita ni provocada por las víctimas ni la reacción repentina de algún oficial, sino un hecho planificado y previsto por autoridades locales y nacionales.
Esto que actualmente puede ser puesto en duda por quienes para todo buscan consenso, en la época en que se escribió este poemario era un hecho conocido y aceptado en Iquique.
Pero quiero decir que no logro separar al hablante del poeta en todo este libro, puesto que conozco su sensibilidad y su trayectoria de hombre político antes de 1973. No puedo dudar de su íntimo dolor y su intención de denuncia social.
Su verbo me comunica más dolor que odio. Más tristeza que impotencia:
“cada carreta
es un largo quejido sin rueda
atando la muerte a su madera;”
Uno de los poemas de este libro se titula “Pero de todos modos el hombre amaba”, que es como decir “pero la vida continúa”.
En otros, la mayoría, su palabra es testigo de lo sufrido y vivido:
“ para que nadie confunda
con un antojo de los hombres
los desamparados cementerios de madera
y sus cruces con el largo exacto
de un gemido,
allí están los ripios:
altiplanicies del dolor petrificado
mesetas donde podría encontrarse
el remoto origen de una lágrima,
tumbas del pasado,
tortas del único pan que consumieron
los obreros
cuando tuvo el horizonte su estallido..”
porque es también intérprete de una vida que no alcanzó a ser la suya pero que está presente en el Iquique de los 60s:
“Salgo a buscar
a explicarme donde las salitreras
donde quedaron;
salgo a buscar en el desierto…”
En una época en que las vivencias del obrero pampino todavía no eran frivolizadas en una telenovela o en alguna literatura:
“Me ahogan las sacudidas
de la ventisca en el magro pimiento
veo cabezas de niños
inmóviles….”