VALPARAISO. ROLAND BAR. PUERTO DE LA FAMA Y EL OLVIDO, de Gonzalo Ilabaca, un retrato de la ciudad como
delirio
de Carlos Henrickson.
La literatura dedicada a
Valparaíso desde hace un siglo ha sido extensa y variadísima en géneros,
estilos y perspectivas, y quizá bastante más que la dedicada a otras ciudades
chilenas. El peso cultural de ser la ciudad-puerto más cercana a la capital es
una razón que parecería bastar, si no tomásemos en cuenta una de las
inquietudes más presentes, que por visible, afecta hasta al mismo habitante
cotidiano de la ciudad: la fascinación que se desprende de la ruina, señal del
esplendor pasado -una señal para la activa nostalgia. Esto encubre también otra
inquietud subterránea: la pregunta sobre la posible esencia de una ciudad cuyo
rostro ha cambiado tan profunda y radicalmente, y si es que esta esencia -alma- de la ciudad nos permite reconocer
en su forma actual la vida de esta.
Para esto, de poco sirve la mera descripción de las “fuerzas vivas” de
Valparaíso, o el rescate arquitectónico de lo pasado.
Cuando leí Valparaíso Roland Bar (Valparaíso: autoed., 1995; Narrativa Punto
Aparte, 2014), en su primera edición, su insistencia en la nostalgia me produjo
cierta molestia: había sido publicada poco antes que yo llegara a la ciudad, y
quería conocer más bien las señales del presente de Valparaíso, al cual yo veía
con una personalidad propia y orgullosa, presente. Ilabaca parecía decirme que
eso era ilusión, y que de alguna forma yo estaba ante una sombra. Como la copia
no era mía, dejé de ver el libro durante años, y la referencia a él fue cada
vez más lejana en la medida en que la edición misma se convirtió en tesoro de
pocos.
Al encontrarme con la nueva
edición, me doy cuenta de que esa insistencia en la nostalgia juega un papel
harto más complejo en la concepción de un libro que resulta aún ser un desafío
profundo al canto a la ruina -sea el lírico o el paradójicamente épico de
cierto «realismo sucio» que lleva ya casi una década tomando raíz en la ciudad.
Ilabaca se plantea a sí mismo como un personaje dentro de lo que quiere ser
leído como un relato -el relato del acercamiento a un escenario cultural que
excede en mucho a un centro geográfico o a un entorno social-, y esto propone
desde ya el fundamento de la perspectiva del libro. Esta radicará en una noción
de experiencia cuya perspectiva subjetiva desea ofrecerse, abrirse al lector,
como un doble del habitante, el que
desde ya está en conflicto con su propio habitar. Sin embargo, el libro
sabe plantear la contradicción de este carácter, justamente en relación con el
carácter límite con que define a la ciudad.
Pero ¿qué ciudad es esta? El
Valparaíso de este libro es una ciudad cuya realidad se deforma bajo el peso de
su imaginario. El subtítulo de la nueva edición -Puerto de la Fama y el Olvido- nos advierte esto desde ya: la fama
y el olvido son precisamente emanaciones de hechos concretos o pasados que
saben ocultarlos bajo dos respectivas vanidades.
Y es este carácter de vanidad, de vanitas,
lo que ayuda a comprender una propuesta como la del libro.
El habitante que transita por
este espacio tendrá que ser también un ser evanescente: este doble -enmascarado
como parte de una tribu errante, y
presentado de forma carnavalesca- no
tiene ninguna posibilidad de encontrarse con la historia como realidad fija y
concreta. Su propio carácter desmiente la fijeza, en la misma medida en que se
encuentra con un lugar que también parece desmentirla todo el tiempo: la
galería de personajes que pueblan este doble espectral de Valparaíso se
caracterizan por su relación con el Viaje, y nada los define como porteños
excepto su misma falta de fijeza, la negación de su situación geográfica. La
reunión entre el hablante, los personajes y el entorno se hace en una geografía
que bien podría ser arbitraria, si no fuera por las rápidas y ágiles pinceladas
que nos presentan visualmente a la ciudad -y bien particularmente, el barrio
del Puerto y el Roland Bar.
Uno de los rasgos más fascinantes
y más inadvertidos del libro es precisamente este: Ilabaca, quien ha
concentrado su obra plástica en la representación de la ciudad, ahorra óleos al
describirla en palabras, evitando decididamente el detalle visual de paisaje al
momento de tomar a sus personajes. Inclusive en los trechos de mayor
concentración de descripción -y notoriamente en Valparaíso. Inventario 1991-1994-, lo visto está mediado por la
huella presente de la acción humana, acción más presente en cuanto resalta la
intensidad de la violencia, la creación y la pasión. Lo que define a esta
ciudad no es la experiencia del transeúnte, sino de quien vive la ciudad, más que en ella.
O mejor dicho: la ciudad no es en absoluto el entorno geográfico, sino que se
hace un estado, una condición de vida entre
lo imaginado y lo real. La condición de la existencia de esta ciudad será el delirio.
Esto último dicta la construcción
del libro, una verdadera caja de sorpresas en que las semblanzas del narrador
alternan sin problemas con textos encontrados (La edad de la mujer según la geografía, Pequeño diccionario español-francés de una prostituta, La verdad de la
verdad), poemas y letras de canciones sin ninguna pretensión antológica, y
un registro fotográfico que destaca por un fuerte acento en la intimidad del
narrador. Esto reafirma el carácter de bitácora personal, forzando al lector a
reconocer una perspectiva que violentará naturalmente a quien busque la icónica
porteña que el mismo Ilabaca ha contribuido a reforzar en su obra pictórica.
En este sentido, Valparaíso. Roland Bar. Puerto de la Fama y
el Olvido tampoco puede verse como el relato que insinúa ser: es más bien,
en un sentido amplio, una obra poética. Lo que en plena conciencia lírica
presenta el segmento Valparaíso.
Inventario 1991-1994 como elegía, sabe confirmarse al fin como una obra
abierta, que sabe articular bien sus pliegues internos para generar una
experiencia lectora particular y desafiante.
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