viernes, 2 de octubre de 2009

EL SUCESO JAMÁS DICHO SOBRE EL CRIMEN DE CALAMA

10/02/2009 09:18:00 a. m.

EL SUCESO JAMÁS DICHO SOBRE EL CRIMEN DE CALAMA

por José G. Martínez Fernández.


¿Quién mandó a matar al cajero Yánez? En Antofagasta ha existido siempre una mafia que ha protegido a los hampones estatales, especialmente a los de la dictadura?pero lo singular es que los que les sucedieron: siguen igual juego. La justicia de la Segunda Región fue responsable de la muerte de Yánez y del Agente Martínez.

En Antofagasta han de estar los tribunales más corruptos de Chile. A ellos se debió que el cajero Sergio Yánez fuera una víctima más de la dictadura.

En diciembre de 1980 un asaltante solitario se hizo presente en el Banco del Estado de Chuquicamata y a punta de revólver asaltó la sucursal.

El hombre huyó y nunca fue ubicado.

Ese hombre se llamaba Fernando Villanueva Márquez y está muerto. Es el hermano de Eduardo Villanueva, fusilado en octubre de 1982, y de Saniel, quien ahora está en libertad.

Cuando se produjo el asalto al Banco, Yánez reconoció al delincuente Expuso su situación en Antofagasta, porque no se atrevió a hacerlo en Calama, por el alto riesgo que significaba que allí operaba la CNI que encabezaba Gabriel Hernández Anderson, quien urdiría ?unto a Juan Delmas Ramírez- el gran robo al Banco (poco más de un millón de dólares para la época).

Sergio Yánez vio al asaltante y desde un principio supo que se trataba de uno de los hermanos Villanueva. Pero decir eso a la policía de la época equivalía entregarse él, al ser denunciado por Eduardo y Saniel Villanueva, hermanos del asaltante y miembros de la CNI.

El miedo que acorraló a Sergio Yánez es obvio. Estaba contra muchos muros: las policías y la CNI de Calama.

En un acto desesperado Sergio Yánez se presentó, como dijimos, en Antofagasta días después del robo de diciembre de 1980. Allí trató de entrevistarse con los magistrados de los Juzgados del Crimen y Civiles Su temor lo hizo recurrir a todo pero nadie escuchó su voz

Poco después el asaltante solitario Fernando Villanueva- desapareció. Su hermano Eduardo juró venganza. Decía que los asesinos de Fernando eran detectives.

Los nombres de ellos han permanecido casi en la impunidad, aunque en mi libro CALAMA, EL CRIMEN DEL SIGLO, yo señalo sus apellidos.

Esta noticia de la búsqueda de amparo o asilo me llega de golpe por dos amigos periodistas de la zona que realizan una investigación importante para mí.

Sergio Yánez y con él el cajero Martínez- se habrían salvado, ya que si los aparatos judiciales de la época hubiesen actuado, los criminales de la CNI no podrían haber cometido tan horrendo doble crimen.

Los compromisos POLICÍA CIVIL-POLICÍA POLÍTICA y JUSTICIA de la época son responsables de este grave hecho. ¿Acaso no fueron también ellos los que no aceptaron las declaraciones de una joven comunista que fue violada por los CNI, basándose los aparatos señalados, que eso no tenía nada que ver con el caso de los bancarios?

Hoy en día todavía hay elementos en los tribunales de Antofagasta que son responsables de no haber permitido a Sergio Yánez haber denunciado a Fernando Villanueva y que, por lo mismo, son responsables de su muerte y la del Agente Martínez.

¿Cuándo se investigará esta unión POLICÍA CIVIL-JUSTICIA ocurrida en Antofagasta? Muchos de sus autores están vivos. Y todavía opera la POLICÍA POLÍTICA, aunque nos cuenten otra historia.


lunes, 28 de septiembre de 2009

LAS PLAYAS CRUCIFICAN

9/28/2009 09:12:00 a. m.


Obra pictórica exclusiva para esta crónica de la pintora chilena Luisa Ayala Pinochet

LAS PLAYAS CRUCIFICAN
(En homenaje a un pequeño espacio oceánico que fue y ya no es)

Escribe Carlos Amador Marchant


Me pregunto si los días que transitan por las venas del ser humano están relacionados con brumas, con oídos, con aquellos fierros que se esconden en la parte trasera de la casa. Me pregunto, por otra parte, si cuando volvemos a cosas antiguas no se nos entrometen todas las tristezas de lo inconcluso.
Porque hablar de asuntos pasados tiene el sabor de playas abandonadas. Tiene la penosa historia de seres que estuvieron ahí y que se fueron por el riguroso cambio planetario. Es decir, lo que fue ya no es.
Hoy hablaré de la “Playa de Abajo”. Curioso nombre para una playita que en la amplitud del mundo es un grano de arena. Hacerla grande de nuevo, es como elevar la potencia de una foto digital. Tanta vida depositada sobre el colchón de la nada.
Aquella playa donde la gente maniatada por el sol del desierto salía a refugiarse en esas olas que venían y se escondían en medio de rocas.
Recuerdo cuando mujeres y niños y personas de todas las edades salían a ese diminuto lugar. Iban como guerreros a batalla con sus quitasoles, con bolsas donde albergaban de todo. Y ese todo estaba relacionado con alpargatas, calzoncillos, calcetines y un cuanto hay para doblegar esos soles del desierto chileno.
Iban todos caminando a “La Playa de Abajo”, viajeros de a pie que se desplazaban por las calles del legendario Iquique. Paisanos que olían a tiza, a ropa planchada con artefactos de a carbón. Con camisas que eran de todos los colores, los colores de la pampa, aquellos amarillos y verdes y rojos. Y zapatos color negro que nunca se sacaban, sólo cuando las mujeres suplicaban estar en la “Playa de Abajo” y que por respeto a ella había que desnudarse. Iban todos caminando de a pie como la cabalgata de Pedro de Valdivia auscultando a los originarios de nuestro continente. Iban todos altivos, deseosos, los domingo precarios que tenían fragancia a ninguna fragancia.
Iban todos caminando. Era una caravana. Parece que se ponían de acuerdo y hasta salían a la misma hora.
Aquella playa era diminuta. Especie de roquedales que se entreveraban con las olas, un islote que parecía de gran lejanía y que a la larga simbolizaba siete metros más allá de la orilla. Pero todos eran felices en ese reducto. Se sentían allegados al más grande de los océanos del mundo. Y no había más que ese sitio, era el mar de todos los mares.
Las mujeres vestían de una forma distinta. Ya no eran las señoras de todos los días, aquéllas que iban a comprar verduras al mercado municipal, las que llegaban a las 11 de la mañana sudando con las bolsas pesadas del vital alimento, las mismas que por las noches esperaban a sus maridos traqueteando en esas miserables casas olor a ropa y a petróleo.
Era el domingo, aquel día fome donde las nubes siempre fueron las mismas, donde desde las casas salían aburridas melodías y las calles se encontraban siempre vacías, sin olor a humanos, sino más bien a soledad eterna. Era el domingo aquel en donde las gaviotas curiosamente ya no estaban en el cielo, sino posadas en los roquedales de toda la costa del puerto, como diciendo que ese día y todos los demás domingo, según lo había establecido la naturaleza, la fomedad se haría eterna.
Era el domingo, insisto, de la pereza humana, el cementerio eterno en los ojos de un anciano.
Esa diminuta playa tenía la belleza de todas las bellezas. Las carpas, cientos de carpas que se erigían sobre la arena. Y estaban ahí todas las mujeres del mundo, con todos los hombres del mundo, entregando el alimento que habían preparado en jornadas bellas y difíciles. Estaban los panes con tomates, con atún, los que llevaban paltas con picadillos de cebollas. Eran las tardes del sabor a amor por la tierra.
La “Playa de Abajo” parecía sonreír por tantas visitas. Parecía gozar con tanta pobreza acurrucada.
Al paso del tiempo diminutos empresarios instalaron parlantes, pusieron tuberías en los contornos, levantaron caseríos sobre las rocas. Los fecales de las instalaciones improvisadas hicieron que un pulpo pequeño que vivía en una poza emigrara mar adentro.
Las gaviotas, los pelícanos que se detenían en el islote, lugar donde sólo los niños valientes llegaban alardeando proeza, volaron por tanta bulla de parlantes.
La diminuta fue creciendo y se transformó en un terrón de azúcar circundada por cientos de hormigas. Y entonces los pampinos que descubrieron el sitio se encontraron de repente rodeados por miles de rostros distintos que venían desde otras poblaciones.
La bulla estropeó los arenales, las cañerías empezaron a invadir las rocas, las banderas taparon la risa. El olor a fritanga reemplazó a los panes con cebolla y palta. Los niños ya no conversaban con los niños, porque sus voces no se escuchaban en medio de tanta cumbia nortina.
Más tarde, la legendaria se sintió menospreciada. Parecía que ella había nacido sólo para albergar a los pampinos que la descubrieron, aquéllos que salían de sus casas de la calle O’Higgins.
Y entonces la tristeza invadió los puntos cardinales de Iquique, el puerto pobre de la década del 60, aquel aprisionado por el inmenso cerro de la Cordillera de la Costa.
La tristeza, la misma heredada por todos los chilenos que viven y se desangran en esta larga geografía del “Finis Terrae” como bien lo define Joaquín Edwards Bello: “Estamos colocados al pie de un abismo, limitados por un desierto al norte y las desoladas montañas de nieve al sur; por frente un océano sin fin, y a nuestras espaldas una cordillera cuyo solo aspecto produce espanto espiritual. Nos sentimos asaltados por el poder aterrador de lo infinito más que ningún otro pueblo de la tierra”.
Entonces, de repente, las aguas comenzaron a subir de nivel. Aquéllas que antes se abrían de brazos para los descubridores, de improviso lanzaron latigazos. De la noche a la mañana fue desapareciendo el islote, los hoteles de los empresarios diminutos de la época cayeron al mar, las cañerías se doblaron como un alfiler y las cumbias nortinas se silenciaron.
“La Playa de Abajo” fue aplastada por las olas y no quedó nada sino mar, olas que entraban y entraban. Y el cielo se fue opacando, y los panes de palta con picadillos de cebollas quedaron en los recuerdos de la gente.
Los años pasaron presurosos y los que recordaron la “Playa de Abajo” se fueron al cementerio, sólo desde allí siguieron soñando los domingo.
Más tarde, mucho más tarde edificaron un gran edificio frente a ese mar embravecido. Era el edificio de la nueva Intendencia Regional. Desde esos pisos se podía mirar sólo el mar. Nadie supo que allí existió esa playita.
Quedaron en la arena las pisadas de los que la bautizaron. Los mismos que desde el cementerio guiñan sabiduría del pueblo.


domingo, 27 de septiembre de 2009

Fin de siglo, nueva poesía chilena de los 80 por Anita Montrosis

9/27/2009 08:37:00 a. m.

Fin de siglo, nueva poesía chilena de los 80

Por Anita Montrosis

Julián Gutiérrez (antologador), Editorial Ventana Abierta, Santiago, 2009, 309 páginas.

Toda antología tiene su riesgo y es arbitraria, toda antología es necesaria y discutible, porque nunca están todos y no siempre los que deberían estar, pero sin duda es un aporte ineludible para la memoria de las letras.

De Armando Roa a Víctor Hugo Díaz, de Isabel Gómez a Leo Lobos, el antologador une a 28 autores de la promoción Post-87, nacidos entre 1959 y 1967, que comienzan a publicar a partir de 1987.

Este libro es una muestra poética situada en la posmodernidad. Los versos van desde lo marginal a lo cotidiano, desde lo propiamente urbano a lo rural, desde un mundo interior que se cuestiona a otro netamente social, donde todas las miradas juegan un papel importante con las imágenes y con las distintas voces que se pierden y se reencuentran en una ciudad bastante herida. Cada poeta tiene su propio estilo, su propia sensibilidad y visión que si bien es cierto es distinta una de otra, en cierta medida, estás se unen para toparse con la memoria política, social y literaria de un país. Prueba de ello radica en la creación poética, en la propiedad del discurso, un discurso que cuida la forma y la construcción textual, una voz que se preocupa de la situación económica y política, una voz que habla del sujeto degradado y de la resistencia, así como también aparece e intenta recuperar las preguntas y las criticas. Finalmente aparece la palabra situada en la zona sur, una palabra que asume su propia identidad cultural.

La presente antología intenta dar un testimonio de una de las realidades escritúrales activas de nuestra literatura chilena, una generación que había quedado perdida por la clasificación de la critica dentro de un campo fuertemente en disputa. Un grupo de poetas nacidos en el trascurso de los 70, su educación desarrollada en dictadura y sus primeras obras a fines de los 80, todos con más de 20 años de trayectoria y todos con al menos dos publicaciones. Todo lo anterior es el resultado que los asienta en una plataforma con ciertas características homogéneas que dan fe a esta antología.

Fin de siglo tiene la cualidad de producir una poesía autentica, coherente, reflexiva, sólida, testimonial y preocupada de la estética.

jueves, 24 de septiembre de 2009

Poetas jóvenes y liceanos (Jornada de fomento a la lectura, Más allá de las letras. Arica)

9/24/2009 04:00:00 p. m.

Escrito por Rodrigo Ramos Bañados


Arica mantiene una respetable comunidad poética. Son varios los grupos en plena actividad con debate, crítica como a través de publicaciones. Destaca la agrupación MAL. A estos se debe sumar la labor de difusión que desarrolla el escritor y académico de pedagogía en castellano de la Universidad de Tarapacá, Daniel Rojas Pachas (Lima, 1983), a través de la revista electrónica "Cinosargo". El grupo MAL, el taller de cómic Engranaje y Daniel Rojas Pachas (autor del poemario Gramma), con el apoyo del Consejo de la Cultura de Arica organizaron la jornada de fomento a la lectura "Más allá de las letras". Uno de los aspectos más relevantes de esta iniciativa que se desarrolló en Arica –y donde asistí como invitado por la novela Alto Hospicio, Quimantú 2008- fue el puente entre los escritores y los estudiantes de educación media, en este caso del Liceo Domingo Santa María de Arica. De esta manera un grupo de poetas jóvenes compartió su experiencia en la literatura. Los poetas también leyeron sus trabajos a los escolares. La conexión fue mutua. Al final los escolares se atrevieron a leer sus poesías escritas en cuadernos. Lo anterior provocó la presencia de un grupo de los liceanos en una charla posterior sobre cómic y nueva narrativa nortina que se llevó a cabo ese mismo día, pero en la tarde, en la Universidad Santo Tomás de Arica. Esto demostró la validez de sacar a pasear la poesía por lo liceos pues se desmitifica –los estudiantes no se encuentran con el poeta estereotipado de boina ni con las rimas de Gustavo Adolfo Bécquer-.
En esta misma línea se discutió en un foro que se llevó a cabo en la Universidad de Tarapacá, y que contó con estudiantes de pedagogía en Castellano, sobre cómo los profesores de lenguaje deben incentivar la literatura en los escolares.
Se habló de docentes actualizados o contextualizados. Es decir, profesores con un bagaje literario cercano a las nuevas generaciones con la intención de que los estudiantes le tomen el gusto a la literatura.
Tal vez la génesis de la tirria a la literatura de algunos esté también en la absurda idea de algunos docentes de que los niños se aprendan poemas de memoria y los reciten ante sus compañeros con la posibilidad de olvidar alguna parte y el efecto de la vergüenza y posterior trauma.
Por esto resulta interesante la conexión entre poetas jóvenes y los liceanos pues cumplió al momento de abrir vocaciones y sumar lectores















Paseo en burro por los cielos nortinos

9/24/2009 01:55:00 p. m.

Paseo en burro por los cielos nortinos


Estaba terminando de leer la novela “El mar enterrado” del antofagastino Patricio Jara, cuando llegó a mis manos: “El burro del Diablo, Arqueo de la poesía contemporánea de la Región de Coquimbo” con selección y notas de Arturo Volantines, Ediciones Universitarias – Universidad Católica del Norte. Hizo su arribo en una circunstancia bastante especial, fue al término del recital poético “La primavera de los poetas” que organizó la Salc. y Ediciones Mediodía en Punto, en la ciudad de Vallenar, en homenaje al poeta Vicente Huidobro y tuvo que esperar a que leyera otros tres libros más, “Versos de marinera” de Edith Dubó Romero, “Vuelos terrestres” de Rodrigo Durand Campos y la antología “Cascada de flores, poemas de amor” donde Leutun Ediciones, reúne a veinticuatro poetas de diferentes países. Así, el “Burro”, estuvo algunos días sobre mi escritorio y todas las noches su bella y bien cuidada portada, como su voluminoso cuerpo de trecientas diecisiete páginas me hacían guiños coquetones, hasta que postergando la lectura de otros libros, me puse a recorrer con avidez casi enfermiza, los caminos y senderos de las tres provincias de la Región Bucanera; pues siempre ando a la caza de los libros que se editan y autoeditan en mi largo y desmembrado Norte.
Ahora bien, entrando de lleno al Arqueo, es un excelente libro, hay voces de mucho peso, con una larga trayectoria, muy seria donde han demostrado con creces sus talentos y sobre todo, lo más importante, el constante trabajo, ahora en lo personal, y acudo al adagio que dice “Que sobre gustos no hay nada escrito” y sin desmerecer a otros que aparecen en este recuento, quiero destacar algunos nombres, insisto –como gusto muy personal-. Comenzando por Jorge Zambra Contreras, maciza voz de Atacama, a Julia Pinto, a quien conozco desde siempre y he seguido de cerca sus constantes avances. Bartolomé Ponce, que trajo hasta mi memoria con su poema Papero, al Niño yuntero de Miguel Hernández, Al incansable jornalero de la poesía y andamiador de la revista Añañuca, Samuel Núñez; A Ramón Rubina, que considero el hermano mayor de los poetas ovallinos. También a quien admiro y pienso que es la voz con más fuerza dentro de la poesía escrita por mujeres nortinas, la coquimbana Susana Moya. Benito Chacana, prestidigitador de las palabras. Al desordenado pero generoso, Javier del Cerro.
Ahora bien, lo que sí echo de menos en esta antología, son las composiciones de Arturo Volantines, que comprendo, que por ser el compilador no se incluya; pero no comparto, pues por la calidad poética debería estar, a riesgo de las odiosidades que suelen darse cuando esto ocurre.
Para terminar este breve comentario, quiero felicitar a Arturo Volantines, primero: porque, a pesar de los hilos curados que lo quieren mandar cortado, persiste con su inconmensurable amor al norte heroico, en seguir surcando los cielos de la patria, buscando los mejores vientos, con el único propósito de hacer justicia a las letras nuestras y segundo por el detallado paseo en el burro del Diablo por la historia literaria de esta ignorada madre telúrica.

Juan García Ro
Vallenar, 19 de septiembre de 2009.-



miércoles, 23 de septiembre de 2009

Los Rasgos Posmodernistas en El Pájaro Verde de Juan Emar

9/23/2009 08:21:00 a. m.


Los Rasgos Posmodernistas en “El Pájaro Verde” de Juan Emar

Autoras: Violeta Valencia / Carolina Opazo



Álvaro Yáñez Bianchi, más conocido por el seudónimo Juan o Jean Emar, nació en Santiago de Chile de 1893 y murió en la misma ciudad el 8 de abril de 1964. Fue un escritor, crítico de arte y pintor, máximo exponente local de la vanguardia literaria de las décadas de 1920 y 1930 en el género narrativo, e integrante del colectivo de artistas plásticos Grupo Montparnasse. Sus obras más destacadas son la colección de cuentos Diez, las novelas breves Ayer, Un año, y Miltín. Tras la indiferencia de público y crítica frente a sus libros, el autor desapareció de la escena artística y se dedicó casi exclusivamente a escribir la extensísima novela Umbral.

Su libro “Diez” habla siempre en primera persona y desde el yo, Juan Emar, se involucra con el texto. Además se observan fenómenos como la alusión constante a colores y a distintas expresiones artísticas en su escrito. Sus obras llenas de elitismos y de burlas satirizan la realidad de sus contemporáneos. Así usa rasgos posmodernistas en su narración que lo hacen un ser incomprendido en su época.

Desde los rasgos narrativos posmodernistas el escritor usa técnicas como la metanarratividad, el doble código y la ironía intertextual. Por medio de éstos analizaremos el cuento “El Pájaro Verde” perteneciente al libro “Diez”. Entendemos por estos rasgos:

Primero, la metanarratividad se define según Genette como la metalepsis del autor, es cuando el narrador extradiegético (que está fuera de la historia que se cuenta), o sea, el autor implícito de la novela, rompe el flujo de la narración y apela al personaje o al narratario. De este modo, el autor implícito se introduce en la narración y se vuelve parte de la historia.

En segundo lugar entendemos por doble código lo que Jencks señala “las obras postmodernas se dirigen simultáneamente a un público minoritario de elite usando códigos ‘altos’ y a un público de masas usando códigos populares”.

Finalmente, partiendo del concepto del doble código podemos decir que la ironía intertextual es cuando el autor selecciona a los lectores y lo prefiere intertextualmente enterados, salvo que no excluye a los menos preparados (Daniel Rojas). Desde esta perspectiva juega con la burla de aquellos que tienen un punto de vista más amplio.

Ahora bien la metanarratividad en el cuento “El Pájaro Verde” se aplica en dos niveles, el primero desde un narrador omnisciente que es quien cuenta la historia. Este narrador se introduce por primera vez en el cuento cuando dice “en abril de ese año llegaba yo a Paris” acá hay un claro diálogo con el lector y se irrumpe la linealidad del cuento sobre el paradero del pájaro Verde.

Además, a través de él explaya el fluir de su consciencia convirtiéndola en un baile, en música y la canción “Yo He Visto Un Pájaro Verde”. Sus pensamientos y su crítica pertenecientes a su conciencia reflexiva dirigen la visión del lector.

En el segundo nivel nos encontramos con el propio autor, cuando se introduce la oración: “¿El señor Juan Emar, si me hace el favor?”. Aquí ya no hay un narrador omnisciente sino que va más allá, pues el propio autor se introduce en el cuento rompiendo todos los límites que impone la diégesis.

Ahora bien en cuanto al doble código el autor utiliza constantes recursos que van dirigidos hacia un público de elite y hacia un público popular, sobre todo a referencias históricas y lugares específicos, tales como: “La Gosse a la desembocadura del Amazonas”, el nombre en francés de la goleta y el código popular es el río Amazonas. Otro doble código es cuando nos cuenta que nace el loro el mismo día en que “fallecía el más grande de todos los emperadores, Napoleón I” y, más adelante, siguiendo la lectura nos cuenta como Henri-Guy pinta al pájaro ya muerto y embalsamado y que estando él en Francia nombra un hecho histórico en Valparaíso y Santiago de Chile. Entonces, no tan sólo se conecta con la historia universal, sino que con la historia popular y nacional.

También hay un doble código al designar los nombres de la plantas y árboles, pues algunos son populares y otros son científicos. Además es posible nombrar cuando dice: “el Palermo de la ya mencionada Rue Fontaine, donde entre dos músicas de negros, una orquesta argentina tocaba tangos arrastrados como turrones”. En esta frase se expresa que se encuentran en una calle de Francia, sin embargo, se tocan tangos populares en Latinoamérica

Hasta aquí el autor demuestra un doble código constante en las distintas artes, haciendo una conexión irónica o burlesca de ellas. De este modo habla de la escritura y los escritores naturalistas, de la pintura, de naturaleza muerta y de la música.

Por consiguiente la obra en general tiene un doble código que se presenta en el “Pájaro Verde”, pues el mensaje popular es el de la historia de un loro; el mensaje de elite, no obstante, nos transmite como una de sus posibilidades que éste en realidad es un símbolo del arte. Expresión estética que está cambiando de paradigma y, dicha transformación, se evidencia cuando el loro mata al tío José Pedro, siendo éste símbolo de las antiguas artes y al mismo tiempo de ideas antiquísimas que el nuevo pensamiento debe derribar.

Podemos decir principalmente que el ave simboliza al arte, porque a través de él se transmiten todo tipo de sentimientos, desde el principio cuando dice que “Monsieur le Docteur Guy de la Crotale”, era un hombre extremadamente sentimental y sus sentimientos estaban ubicados ante todo en los diversos pajaritos que pueblan los cielos; siendo éste quien se roba al pájaro verde, el sentimentalismo se encarna en el loro.

Esto último se puede observar también cuando el autor describe que en Francia el pájaro disecado mira hacia un cuadro de Baudelaire, quien fue un poeta maldito ícono del simbolismo y además pintor. Y cuando Juan Emar llega a Chile está observando una figura de Arturo Pratt, héroe patrio, lo cual tiene una clara connotación en los tipos de arte y pensamientos que existían en ambos continentes. Es así como este arte que se revela y cobra vida se presenta en todo el cuento, ya que el escrito se organiza y se constituye como un doble código.

En cuanto a la ironía intertextual va muy ligada al concepto de doble código, porque de esta forma una de las principales ironías intertextuales se señalan en los distintos nombres de la familia, pues son muy largos y extremadamente difíciles de pronunciar; lo cual alude a una crítica de la clase social burguesa y, al mismo tiempo, a aquellos escritores que se expresan en francés.

Asimismo los complicados nombres otorgados a los árboles y la forma de descripción cronológica es una clara burla a los escritores naturalistas, quienes promueven la cientificidad en todos los ámbitos de la vida. Así también podemos mencionar la exactitud del tiempo de muerte del tío José Pedro y el lenguaje explícito que se usa en un principio, donde se describe con precisión cada lugar y momento de la expedición.

Precisamente ahí el autor nos presenta una ácida reflexión respecto a su concepción de los sabios, la cual siempre es dudosa diciendo: “ignoro totalmente sus méritos… y de la sabiduría no tengo ni la menor noción”; lo cual da paso a otra crítica al naturalismo, filosofía que pretendía establecer un control exacto de la vida, intentando obviar los sentimientos propios del ser humano.

Una ironía intertextual que al mismo tiempo es un doble código es la alusión al lenguaje en dos momentos: primero, cuando toda expresión, sentimiento o idea se puede reducir a “Yo he visto un pájaro verde” y desde allí crear una nueva forma de expresión. En la segunda, es cuando el ave comienza a picotear al tío José Pedro y se produce un diálogo entre Juan Emar y el loro, que con cada pequeña destrucción se va acortando cada vez más hasta llegar a la muerte del tío y el lenguaje se desconstruye completamente y se convierte en nada, mejor dicho, quedan sólo gestos.

En consecuencia, se identifica una lucha interna entre el ser social y el individual, la cual simboliza que este arte se identifica con una expresión estética más universal y no sólo con una cultura e idioma determinados. En cuanto a la ironía intertextual a través de este desarme se rompen todas las estructuras que encadenan al ser humano con la ciencia y lo objetivo y la frase se va disolviendo en una clara demostración de que las estructuras de mundo y los distintos paradigmas están siendo derrocados.

En síntesis, el cambio de la forma de narrar en principio como una historia cronológica y luego derivar a una historia surrealista es una muestra del cambio que ha tenido el arte y toda forma de expresión al verse ahogada por estructuras rígidas y prefijadas. Asimismo como el pájaro que nace en América y es llevado a Europa por un naturalista francés. Allá muere y es embalsamado, y, posteriormente, es devuelto a América por medio de un chileno. Evidenciando así la retroalimentación que existe en respuesta a todas las implicancias de la modernidad.

Debido a ello, este viaje es el mismo viaje interno que se puede producir en los sentimientos al utilizar técnicas naturalistas rotas en pro de la expresión humana. Puesto que dicho elemento es el que da paso al postmodernismo, si utilizamos la mirada de Octavio Paz, quien manifiesta esta etapa como la evolución del modernismo.

Finalmente, hay que decir que este tipo de escritura para los años 20’ era muy incomprendida, sin embargo, estas técnicas narrativas de escritura hoy son válidas y consideradas rupturistas, pues en ellas se encuentra un punto de vista más amplio en la forma de ver y expresar al mundo.