domingo, 16 de diciembre de 2012

EL PESO DE LAS NOCHES QUE LLORAMOS

12/16/2012 07:21:00 a. m.



EL PESO DE LAS NOCHES QUE LLORAMOS

Sobre Al Pacino estuvo en Malloco, de Victor Hugo Ortega

Por Mario Guajardo*




La ciudad nos hace daño, pero también nos acaricia. Nos forma y deforma a nosotros, sus habitantes, todos los días. No existe el amor, el cariño, el dolor ni el resentimiento entre nosotros sino dentro de un espacio-tiempo que cobija esas experiencias.

De la continuidad entre los sujetos y la ciudad, Al Pacino estuvo en Malloco nos entrega una serie de ejemplos y una o dos lecciones. El núcleo de este conjunto de relatos se encuentra en “El constante movimiento”.  Su título da cuenta de una filosofía práctica, una “forma de ganar tiempo, espacio y acción” en la ciudad, el rechazo al estatismo de las creencias, de la normalidad. Los personajes formados por la ciudad buscan responder con “una actitud aventurera, que convertía cada momento muerto en un episodio particular”. A nadie se le escapa que justamente esa es la lógica de lo mejor y peor de la modernidad, del capitalismo tardío y sus ciudades construidas para concentrar el trabajo. La publicidad nos hace creer que todo puede revestirse de aventura, que cualquiera de nosotros puede ser un aventurero, que hasta ganarse la vida puede ser una aventura. Los personajes de este relato buscan enfrentarse al mundo llevando al límite esta filosofía de la honestidad. Ya lo dice el prologuista del libro, Marcelo Morales, al hablar de la honestidad de los personajes que transitan los cuentos: “Es la honestidad del perdedor, consciente y orgulloso de serlo”.

Esa honestidad es una pregunta constante en todos los relatos: ¿Qué une y/o qué separa a las personas? Pregunta que a su vez toma distintas formas. En “La noche” el narrador nos lleva de la mano a preguntarnos sobre por qué alguien con la vida aparentemente resuelta se pasea de trasnoche por las calles. Al igual que ocurre entre cualquier provincia y capital del mundo, los relatos “Rafa Rivera…” e “Hilo marengo” (único relato fantástico, donde no por casualidad Ortega construye un agujero de gusano entre dos basureros de ambas ciudades) preguntan por la distancia entre Malloco (o Valparaíso) y Santiago, y entre ésta y Buenos Aires, o entre la periferia latinoamericana en relación al primer mundo nórdico. Todos somos (o podemos ser) provincianos.

El cuento que da nombre al libro y “El mundo sin Brando” se preguntan por el rol del cine y los medios masivos más allá de lo estrictamente sociológico (el cine como inconsciente colectivo de Occidente, al decir de Tomás Harris) sino en el centro mismo de la vida cotidiana (por ejemplo, “La camiseta del Chila”), donde las narrativas cinematográficas (televisivas, deportivas) se funden y (trans)forman la experiencia de los personajes, devolviéndoles su carácter humano y personal a íconos de los medios masivos, llamando “guataca” a Marlon Brando, o haciendo que Al Pacino opine sobre fútbol.

Todos los cuentos que nos presenta Ortega configuran esa actitud aventurera como una nueva forma de narrar y vivir el contenido ya prescrito de la ciudad. No es la aventura sino la actitud que le da origen: capaz de redimir la distancia entre quien bebe café búlgaro y el sexismo del café con piernas, a las madres prostitutas, a los agujeros inexplicables y los accidentes, la prisa, el resentimiento de quien prefiere el extranjero a las miserias e imposibilidades del país natal; las caricias, en fin, capaces de sacudirnos el peso de todas las noches que lloramos.

Al Pacino estuvo en Malloco

 Autor: Víctor Hugo Ortega C.

 Autoedición

 Páginas: 124

 A la venta a través de: alpacinoestuvoenmalloco@gmail.com

*Mario Guajardo Vergara (1985). Licenciado y Magíster en Literatura por la Universidad de Chile. Se desempeña como profesor de Enseñanza Media en Estación Central y profesor ayudante en el Propedéutico de la Universidad de Santiago. Sus investigaciones se centran en literatura latinoamericana contemporánea, particularmente la obra de Roberto Bolaño.