Tirso Troncoso
Profesor de Filosofía
Un par de lecturas de un texto como Plano Inclinado
resultan siempre insuficientes, más cuando las voces reunidas son tan
diversas y sus propuestas escriturales problematizan, justamente, su
inscripción en un género determinado. La conjunción de seis artistas en
una publicación es un gran desafío para el lector. Si se me permite un
símil, es muy semejante a la experiencia de quién visita Valparaíso por
primera vez, son tantas las perspectivas y la superposición de planos
que se hace necesario acostumbrar la mirada a lo próximo, desde “el
plan”, como gusta a ellos llamar a la zona costera, hacia las alturas
pobladas del puerto.
La textura, el
formato, su portada, el trabajo de edición, dan cuenta de una esmerada
labor que no produce estridencias, más bien se disimula, parece un libro
viejo, pero todo eso es engañoso, con esos ropajes disfraza su total
pertenencia al presente. Me recuerda esas cartas-bombas, que hieren o
matan al ávido lector cuando las abre. Bueno, este libro tiene algo de
aquello: es la contemporaneidad trasvestida bajo los ropajes del pasado.
Este libro utiliza el color del papel kraft comparativamente más tosco
que cualquier otro al uso de impresión para estos casos, así de
particularmente notorio por su resistencia para ser principalmente usado
como envoltorio, enresmado y empaquetado, entre otros. Luego la portada
(“El Pajarero” del pintor Patricio Bruna) apuesta a la monocromía, es
decir al blanco —en este caso el color kraft de fondo— y al negro… en un
carácter de impresión logrado como si fuese un dibujo al carboncillo
—técnicamente se logra esto en el dibujo propiamente tal proporcionando
una mezcla de agua y pigmento no-graso, más sucio y más difícil de
retener en el papel, aunque mucho más fácil de difuminar y borrar, por
ello que se utiliza para el estudio de luces y sombras—. Pareciera que
la idea de esta estética así lograda es acercarnos a un libro Obj-Ethos,
es decir un punto de partida, aparecer, inclinación… y a partir de ahí,
su propia definición de personalidad… en eso de que siempre la forma
termina delatando al contenido, pero que en este caso la correspondencia
no es un “a pesar de”, peyorativa, sino que resulta de una voluntad
programática totalmente intencionada.
Da inicio al conjunto de escritos los textos de Héctor Santelices, bajo el título de Crónico.
A mi juicio, es quien asume una posición más contingente, a partir de
la explicitación del ubi del texto, desde la marginalidad del hablante.
Destaco de él la siguiente interrogante por sus implicancias
metafísicas: “¿dónde es más barato acicalarse el alma? Interrogante que
deja establecida la precariedad desde la cual se interroga y la
mercantilización puramente ornamental que se abre como respuesta. Cuando
afirmo su filiación más contingente refiero a su disposición más
militante “En Venezuela hay supermercados para los pobres con productos
de alta calidad y pasan los bienes del Estado al pueblo”.
Teclas negras,
que reúne textos de Jaime Villanueva, busca instalarse en la zona de
los semitonos, en ese espacio de tránsito hacia otra cosa, a ese lugar
puente entre las cosas y el lenguaje. “Vuelvo de golpe sobre la leche
negra de los sueños”, esa condición nutricia de lo onírico y por otra,
su condición de indeterminación, de incertidumbre que generan la
antítesis de imagen que cualifica los sueños –leche negra-, ese oscuro
alimento de lo soñado proveniente de esa zona indeterminada del deseo.
Entre árboles y niebla
obra de Karen Rosentreter, es poesía de la bruma, “…y en sus manos
traía dos tristezas dibujadas”. Dolor, sometimiento, maltrato dan cuenta
de esas historias silenciadas de lo domiciliario. Desde siempre, los
árboles, bruma, bosques, son recurrentes en el imaginario poético
femenino. En el mundo premoderno, el bosque es lugar del extravío, del
deseo, pero también es el modo más habitual de referir a lo femenino.
Karina García en sus textos reunidos bajo el nombre ¿Dónde está la nuez para la ardilla?
Busca alimentar lo que ella denomina poesía viva, es decir, aquella
capaz de fundar mundos, sin duda que su concepto se relaciona con esa
vieja disputa a propósito de la metáfora viva que Ricoeur y Derrida
desarrollaron en sendas obras. Sin duda que su aguda poética alcanza
verdaderos relámpagos llenos de significación: “Todos llevamos un cuerpo
muerto que nos da ventaja”. Su densidad metafísica la aproxima a ese
ser para la muerte que el existencialismo no supo decir de modo tan
logrado como Karina García.
Moscas
de Luis Retamales, nos recuerda el proyecto poético de Williams Carlos
Williams, en su esfuerzo de fundar ese momento previo del poema, lo
pre-poemático, la disposición abierta de las cosas para hacer posible el
poema. Retamales nos habla de poemas paisajes. “La belleza envejece en
un plato de arroz” o en “frente al espejo: dos cepillos de dientes,/ un
frasco de pastillas/ un parche curita usado/ un envase de crema nívea”.
Me recuerda aquel poema “todo depende de una carreta de rojas ruedas
junto a unos polluelos que distraídos se alimentan” de Williams. En tal
sentido nos parece que “la verdad” del poema es allí donde no está, la
poesía acontece en la esfera del ser, no del estar.
La Lengua es un ojo que en-calla,
de Patricio Bruna, Da cuenta de una propuesta más deconstructiva, una
tensión entre lenguaje y sus referentes. Su enigma se instala como
destellos de lo que no llega a acontecer. “compañía, hay un registro,
inscripciones mudas/ aunque no las pedimos. Las tablas/dicen, sus mil
pisadas, son…… este sueño vaciado. Godot no llegó. Nunca llegará. Godot
es el poema que todos esperamos escribir”. Aquí también los esfuerzos
poéticos están al servicio de lo pre-poemático, el poema es camino
ontológico, solicitación y aventura.