martes, 10 de enero de 2012

El fumador y otros relatos de Marcelo Lillo

1/10/2012 03:16:00 p. m.

autor: Andres Olave


Un buen libro nos dice mucho sobre una historia, un mal libro nos dice mucho sobre su autor, dice la cita literaria y esto se cumple a cabalidad en El Fumador de Marcelo Lillo, donde lo poco o nada de historia que se relata queda rápidamente opacado por la personalidad energúmena y sociopatica del propio Lillo, cuyo ideario mental podría resumirse de esta forma:

  1. vivo en un pueblo chico donde todos ven televisión y son infinitamente estúpidos.
  2. soy el único de este pueblo chico que lee libros y eso me convierte en un ser increíblemente inteligente.
  3. Lo más probable es que me muera de cáncer cuando sea un autor rico y famoso y mi nombre viva para siempre en el olimpo de las letras latinoamericanas o acaso, mundiales.
Una maravilla de ser humano, ¿no? Pero así están las cosas. Lillo está tan obsesionado con esos tres puntos, (sus axiomas de vida podríamos llamarlos) que los saca a colación una y otra vez en sus cuentos. Obsesionado primero con despreciar antes que comprender a sus semejantes (primer error), con inferir que solo él ha leído a Raymond Carver y sus plagios descarados pasan, por lo mismo, desapercibidos (segundo error) y creer que un autor de su talla, mediocre, irregular y que cae en la más burda de las tentaciones del arte: la de creerse un genio (tercer error) puede alguna vez alcanzar la tan ansiada Gloria Literaria.
Veamos estos errores con más detalle.
a) Los personajes de Marcelo Lillo empiezan y terminan con él mismo. Sin ningún interés por mirar al otro, por descubrir el misterio que se oculta en cada ser humano, Lillo está totalmente imposibilitado de desarrollar personajes que no sean la sombra de su propia persona, esto es: hombres cuarentones, desencantados, egoístas, sin conexión emocional, vacíos, cuyo único norte una fama y gloria tan lejana que no es más que un espejismo al que se aferra un hombre perdido en el desierto.
b) Lillo lee autores norteamericanos con fervor y eso se nota de forma grotesca. Hay un cuento de Raymond Carver, El elefante, escrito en 1988 cuando Carver sabía que tenía cáncer y era un autor famoso, un cuento sobre el arrepentimiento y el remordimiento por el dolor inflingido ha quienes ha dejado de lado por su carrera y que se manifiesta en una controvertida visita a su ex esposa. Pues bien, Lillo escribe un texto titulado El Último cuento, sobre un escritor famoso, con cáncer, que siente arrepentimiento y remordimiento por el dolor inflingido a quienes ha dejado de lado por su carrera y que se manifiestan en una controvertida visita a su ex esposa (¡!) Un cuento con el mismo tema, tono, ritmo, estructura, etc. La única diferencia es que Carver lo escribió primero y si era un autor famoso y con cáncer cuando lo hizo. Lillo se limita a plagiarlo mientras, patéticamente, parece soñar con la gloria y la enfermedad.
De hecho hay muchas más coincidencias disponibles para el estupor y el escándalo y sospecho que no habría problema en encontrar a algún tesista de literatura norteamericana con suficiente estomago y paciencia para que fácilmente redacte una tesis titulada: Apoteosis del robo literario: tratado completo de frases e ideas plagiados de los textos de Richard Ford y Raymond Carver en las obra de Marcelo Lillo.

c) el tema de la muerte. Como toda persona egoísta, Lillo cree que el Fin del Mundo es equivalente a su propio fin, y no para de darle vueltas al asunto. Más aún, en un giro interesante ha jurado públicamente que si no alcanza la gloria literaria en los próximos años se pegara un tiro. Creo que ahí hubo una confusión. Por mucho tiempo Lillo fue la estrella de la Segunda División literaria, ganó concursos de cuentos de provincia, becas de creación, el mítico Paula y finalmente ascendió a primera división siendo editado por Mondadori. Sin embargo, de ahí a creer que siendo un autor que se limita a plagiar a escritores norteamericanos pueda ir más lejos, uff. Siguiendo la metáfora futbolística, Lillo es como si el presidente del recientemente ascendido Curico Unido dijera: me mató a fin de año si no salimos Campeones de la Libertadores. Un despropósito absurdo. Sospecho en todo caso, que Lillo dice lo de matarse por un afán histérico por publicidad más que por realmente saldar una deuda de honor consigo mismo. Honor que por lo demás, dado el dudoso origen de buena parte de su obra, ya está mancillado de forma definitiva.