yo sólo soy la sombra del obús que cayó sobre celan [borrador y fragmento]
I remember when this whole thing began:
no talk of God then, we called you a man.
(...) All your followers are blind,
too much heaven on their minds
Judas en Jesus Christ Superstar
Es demasiado tarde. No podemos ganar. Se han hecho demasiado poderosos
Abbie Hoffman en su nota suicida
Es cierto: yo también quisiera
escribir poemas de amor de vez en cuando
dejar que el cuerpo siga la deriva de los versos
mostrar la cara tierna del Rimbaud iracundo que debiera
llevar oculto yo también en un doblez de la camisa. Es cierto,
quisiera ir omitiendo en ocasiones las estelas de aire y los
remolinos apenas perceptibles de las balas, las trayectorias
que atraviesan el puente en el que estoy parado ahora
cubriendo mi cabeza de la lluvia y los peñascos
mientras se derrumban tras de mí las catedrales
tomadas por los campesinos;
Tlatelolco brilla como un sol azteca sobre Europa y el Mapocho
nunca fue cruzado por los tanques de
se elevan los cercos erizados de los campos
rodeando mis deseos de salir a respirar el aire de la costa mientras fumo
marihuana o me dejo
llevar por los impulsos primarios que me inspira la ciudad —correr
a los gritos por Mac Iver: ¡son todos unos locos culiaos! ¡son todos unos
locos culiaos!—. Es cierto,
también quisiera declarar mi libertad por medio de un gemido, pero asisto
al asedio de las fortalezas que iluminan los perfiles de sus edificios con el
brillo intermitente de millones de pantallas transmitiendo porno soft y
farándula, llenando los intersticios de mi cabeza agujereada, goteante,
vaciada de los contenidos políticos que gatillaron mis
sinapsis durante años. Yo tampoco
he salido del Horroroso
ni de las mazmorras que con cariñoso afán fui construyendo en torno
de los sitios eriazos que dejaban los muertos y la muerte del
propio asombro ante los titulares de los diarios, ladrillos de la urbe
amurallada de mi mente donde los pensamientos van dejando
volutas que se repiten
maelstrom hasta el infinito sin dejarme
salir, mi cabeza es a veces un disco
rayado y algún día quedaré adentro adentro adentro adentro mientras
el paisaje gira alrededor y aumenta la velocidad de sus revoluciones
hasta convertir en manchas de color informe lo que hasta solo un rato atrás
podía bien ser un árbol, el collar de un perro el perro mismo, no una mancha
no una mancha que gira en torno a uno y se disgrega
en partículas cromáticas
si algo como eso existe o es al menos comprobable
para la física. Es cierto,
que me embarga el cansancio de manera permanente, sobre todo el cansancio
del pasado, masticar por mucho tiempo un mismo y triste, reseco
pedazo de carne correosa, ya desabrida; pero uno es incapaz de soltar presa
sin pensar el hambre que vendrá después, cuando no quede nada entre los
dientes, cuando ningún jirón los separe, tensionándolos, incrustándose en los bordes
enrojecidos de las encías en retirada, doliéndose por anticipado
por esa carne ausente, esa única carne que hemos conocido y que nos cuesta
tanto escupir sin más y seguir camino, buscando otros pedazos
de carne, quizás
incluso alguna fruta
que suelte el jugo en nuestra boca
un sabor desconocido, que bien puede ser también veneno
cinabrio, alguna oscura y pesada sustancia narcótica que duerma
tus sentidos para siempre, barbitúricos botando al cuerpo
sobre piedras lisas de una lápida que anhela en
pesadillas sepia
ese pedazo correoso de carne seca, desabrida y muerta ya hace tiempo entre tus
quijadas y el calambre que las coje desde atrás por la
mecánica acción de la mascada —ahora espero
que se seque el liquid paper
sobre la hoja que descansa a mi lado y miro
de reojo el escote
de la flaca que ingresó al Archivo,
la pendiente descendente de sus tetas,
ya cubierta por el grueso
chaquetón de tweed que se ha puesto
tras llenar un par de fichas donde consta
su interés por algún ignorado
manuscrito de autor chileno
cuya tumba yace, sin lugar a dudas,
cubierta por más polvo que el acumulado
sobre las bobinas de microfilms donde el Estado
guarda las secretas notas de su obra, las
cartas a su madre que evidencian el Edipo
que lo atormentaba dolorosamente en sus
últimos días o solo
las anotaciones fragmentarias de aquella
novela experimental que anunciaba,
adelantándose a Joyce, un nuevo
paradigma narrativo que nunca,
sin embargo,
llegaría a puerto. Es cierto que escribo
desde el ocio y el whisky. Mis manos
tienden a pender desde el centro hacia la nada, mis ojos
van perdiendo, de manera inevitable
el punto de fuga de un horizonte en ciernes. Ya no hay himnos ni
cantos luctuosos de metralla en mi futuro, la vejez
con filodendros se construye cada día en las fronteras
de esta silla y esta pieza rebosante
de libros que no leo; no me matan
este fracaso elíptico y la forma en que mi vida
ha pulido mi presente en esta roca blanda
como el talco. Duele
a veces el seguir estando,
pétreo y sin dinámica en los miembros, pero
tengo un sol para mis días y una estrella en torno
de la cual girar. Un nombre propio desgajado
de mi propia carne, y sin embargo, ya lo dije,
yo me canso mucho en este esfuerzo de la tierra,
me canso a cada instante —quizá debiera
dejar por un momento la sinapsis y los golpes,
dejarme estar echado sobre el banco de madera del Salón
Loisitschek y ahí esperar el cucharón de sopa vitalicia que el doctor
Hulbert endosó a los miembros de su Batalllón en Praga;
escurrirme como un líquido viscoso por los
bordes, los dinteles, los umbrales de las puertas, las
ventanas sobre aquellos patios ciegos en que el ghetto
alcanza en parte su total realización de cerco,
su fraseo marginal pendiendo
en la altura de postigos ya maltrechos
listo a caer sobre los cuerpos y escribir
sobre su piel cetrina la condena de colonia
penitenciaria al aire libre —las torretas de
vigilancia no pasan del
nivel del suelo en este caso: prejuicios
sobre la miseria que se arrastran
como niebla tóxica del centro a la
periferia de nuestras ciudades se
mantienen alertas ante el mínimo
gemido exhalado desde las
chabolas y cités, las villas
amontonadas en los cerros o esas casas
de fachada irregular entre las calles
húmedas y oscuras de
a perderme en los meandros de mi texto —no puedo,
a ratos, seguirme ni yo mismo el paso; se acelera el
ritmo del poema, su ejercicio muscular aumenta y los
espasmos cardio-respiratorios llevan a la sangre fuera
de sus torrentes habituales: sudo entonces tinta roja mientras canto y los
tejados de arcilla crujen y se quiebran bajo el peso de la noche —el
Mitternachtsschütze, fundido en la sombra de un alero colonial,
siente el fresco aroma de la menta y el olor a pino joven del romero —disgresiones:
de su materia están hechos los senderos y bifurcaciones de la vida, en sus
vibraciones profundas se estremecen los recuerdos y la fibra de los sueños
se tensa como el cuero
de un tambor o la cuerda
en las manos del arquero —el alma
es también una tensión, una flecha o el dolor
de un miembro fantasma perdido
tiempo atrás en un terrible
accidente; tal vez el choque de la vida
con la realidad, un naufragio
sin sobrevivientes en cubierta, solo tú, que flotas
como Ismael después de Moby Dick en torno a las astillas
del bote en que una vez Ahab subió junto a su pierna sana
al tiempo que el espacio de la pierna ausente
se va llenando con el cachalote blanco, su presencia inmensa,
absoluta en las células y fluidos del obseso
que comanda el Barco del Infierno.
[Un respiro. El espacio
necesario para retomar el discurso...
El silencio después
del arrebato de ira...
El Fin del Poema, su
no-palabra —Gezinkt der Zufall,
unzerweht die Zeichen. Es cierto]
Es cierto, cierto, cierto. La ciudad
ralentiza su marcha y los flaneurs
despliegan sus cachañas por la calle.
Es el temblor
natural del cuerpo la brisa
que te anida el alma. Ay!
como corroe
las fibras los
músculos
bronquios
ligamentos. El alba
de la especie aniquilada —Ay!
que se esparce por la tierra baldía.
¡Mamuts! El oro prohibido
la paz del hogar los
retoños adorados la
mierda en el jardín. Las pulsiones
asesinas bajo la piel —un
rosario de artículos la
fama la fortuna los
dioses a tu favor la
fama nuevamente.
Este ocaso la vida su perspectiva única.
Los ajos cuelgan de nuestros
dinteles —se camina más lento entre las ruinas
los vampiros —¡ay, Harris!—
ya no vuelan como antes, solo cuelgan
del vitreaux que no se cae
la rejilla
que sostiene al vitreaux
esa faramalla gótica por Batman más que por
las novelitas dark que nunca entraron
a
de la nuestra impasibilidad, los nuestros
metros—, las ventanas
con postigos reforzados para no
caer por las aristas de madera blanca el aire
marino de Concón el viento beat los eucaliptos.
Todo se reduce a esta habitación, el daño
sobre el cuerpo el alma-espíritu los cuervos
los cantos de sirena los tsunamis; las lecturas
improbables de papiros que iluminen nuestra ronda.